ECONOMíA
› UNA JORNADA EN BOSTON, DISCUTIENDO LA IMPLOSION ARGENTINA
“Nadie sabe cómo revivir al muerto”
› Por Julio Nudler
“Todos se dedicaron a hacer la autopsia de la economía argentina, pero nadie dijo cómo revivir al muerto”, resumió Mario Blejer, ex presidente del BCRA. Tal el saldo de la jornada que el National Bureau of Economic Research (Oficina Nacional de Investigaciones Económicas) dedicó anteayer a la Argentina, con participación de las máximas luminarias académicas en la cuestión, más un buen número de economistas liberales de diferente pelaje llegados desde Buenos Aires. Pero el saldo no mostró sólo la inexistencia de propuestas concretas para la debacle de este “mercado emergente”, sino también la discordancia en el diagnóstico. En síntesis, no hay consenso sobre las razones que condujeron a este desastre, ni idea de cómo remediarlo. La convencional intervención de Anne Krüger, número dos del Fondo Monetario, sugirió que tampoco este organismo sabe cómo arreglar el jarrón destrozado. Sólo su desprecio por la dolarización como disyuntiva, que explicitó gracias a que se lo preguntaron, otorgó interés a sus palabras.
Mientras Pedro Pou, presidente del Central de 1996 a 2001, que compartía mesa con Krüger, se atragantaba, la representante de Estados Unidos en la cúpula del FMI confesaba: “No se me ocurre ni siquiera empezar a pensar en qué circunstancias aceptaríamos en el Fondo esta solución (dolarizar) para la Argentina”. Carta fuerte de la oferta electoral menemista, la dolarización sigue generando rechazo en Washington porque implicaría un eventual y tácito compromiso norteamericano.
El gran poder de convocatoria que logró el seminario no se debió sólo a la curiosidad científica que despierta el calamitoso caso argentino sino también, o especialmente, al poderío de la NBER. Esta congrega en una especie de consorcio a los investigadores económicos de las principales universidades estadounidenses, a quienes suele financiarles generosamente –hasta con un millón de dólares– diversos proyectos con el dinero que obtiene del Estado y, sobre todo, de grandes corporaciones, deseosas de aprovechar la exención impositiva.
Todos los veranos boreales, y por nueve semanas, coincidiendo con el receso universitario, los asociados se juntan en Boston con todos los gastos pagos. La temporada se matiza con jornadas dedicadas a temas específicos, como ésta referida a la implosión del peso. Para realizarla fueron designados expertos en la cuestión, tanto norteamericanos como argentinos, pero pareció poco feliz que se asignara a cada uno apenas ocho minutos para desarrollar su exposición. A ninguno de ellos le resultaron suficientes para abarcar un asunto tan complejo.
Mucho más tiempo se asignó a los académicos que se repartían la platea para que pudiesen plantear inquietudes sobre el tema. Pero lo que pudo comprobarse es que muy pocos tienen alguna idea siquiera básica sobre los problemas de este país, no obstante lo cual no quisieron privarse de intervenir para que al menos se notase su presencia. La concurrencia incluyó también a los consabidos operadores del mercado.
Pou, además de tener que sufrir a la desdeñosa Krüger, fue objeto de críticas cuando se discutió acerca del prestamista de última instancia, función que durante la convertibilidad quedó vacante por la forzosa defección del Banco Central. Se reprochó a Pou haber sostenido a partir del Tequila que ese prestamista era innecesario gracias a la extranjerización de la banca, porque las casas matriz de los bancos internacionales respaldarían a sus filiales, nada de lo cual han hecho.
El mendocino del CEMA se defendió a costa de Domingo Cavallo, a quien acusó de haber llevado al sistema bancario a un grado de vulnerabilidad y quiebra que no pudo ser remediado. Blejer, quien sucedió a Pou después de que Cavallo contribuyera a derribarlo, cargó por su lado en la cuenta del Mingo haber atiborrado los activos de los bancos con papeles de deuda pública, que finalmente no fueron honrados. Aunque se temían reacciones airadas y cruces violentos entre algunos de los enemigos jurados que compartieron el ejercicio académico, todos –incluyendo al mediterráneo– se mostraron muy sedados. La ausencia de Rudiger Dornbusch, cuya participación se había anunciado, quizás ayudó a que Cavallo pudiera controlarse.