La última gran noticia generada por el Instituto Nacional de Estadística y Censos –y por ahora libre de cualquier sospecha de vulnerabilidad– es la recuperación que tuvo el salario real durante 2006: aumentó un 18,9 por ciento promedio, lo que equivale a duplicar el índice de precios al consumidor de ese año. El otro dato que surge de las estadísticas oficiales difundidas ayer es que el año pasado las remuneraciones en negro crecieron algo más que las formales. Así comienza a esbozarse un achique de la gran brecha que existe entre ambas, una de las vallas para mejorar la distribución del ingreso.

El Coeficiente de Variación Salarial, parámetro para el ajuste de algunos créditos, fue en diciembre del 1,3 por ciento. De ese modo, los registros que corresponden a todo el año pasado indican que en el sector privado las remuneraciones tuvieron un ajuste del 19,4 por ciento en el caso del empleo registrado y del 20,6 en el no registrado.

Esta leve mejora a favor de los empleados en negro es la novedad estadística que la cartera de Carlos Tomada prefiere rescatar para una lectura política: a decir de sus colaboradores, como los pobres son los que habitualmente están en la informalidad, una mejoría en estos salarios tributa directamente a recomponer la situación relativa de los desposeídos. Siempre desde la óptica oficial, el impulso de los sueldos negros se explica por la mejora notoria que durante el año pasado tuvo el salario mínimo vital y móvil (hoy ubicado en 800 pesos), que tendría un efecto arrastre incluso para la discusión salarial de los no blanqueados.

Sin embargo, la brecha entre un tipo de remuneración y el otro todavía es muy contundente, al punto que una categoría de salario casi duplica a la otra. Según la información de la Encuesta Permanente de Hogares correspondiente al tercer trimestre del año pasado, el salario promedio en negro es de 707 pesos, contra los 1379 pesos del blanco.

La evolución entre ambos también es bastante dispar. De acuerdo con la serie elaborada por el Ministerio de Trabajo en base a información del Indec, entre octubre de 2001 –cuando comenzó a elaborarse este indicador– y diciembre pasado, los sueldos de los trabajadores formales subieron un 125 por ciento promedio contra un 57 por ciento de los informales, dramáticamente rezagados en esta carrera y en la que corren contra los precios, en particular de los alimentos y otros bienes básicos.

En ese mismo lapso, el salario mínimo vital y móvil aumentó un 300 por ciento, mejorando la referencia para cualquier discusión paritaria, pero con una incidencia mucho más atenuada en el área informal.

Desde la perspectiva no oficial, el aliento que cobró la remuneración informal se explica más por el crecimiento de la economía y por el paupérrimo piso en que se ubicaron los sueldos tras la devaluación que por el imán de salario mínimo. “Con tanto atraso y con una mejora general de la economía, las remuneraciones en negro algo tienen que subir”, relativiza el consultor Ernesto Kritz, quien sugiere no olvidar que aún un tercio del universo total de trabajadores argentinos cobra por debajo del mínimo. Pero no todas son espinas.

Según los registros del Sistema de Previsión y Seguridad Social, donde se recopila información sobre los sueldos efectivamente pagados por los empleadores, la mejora en las remuneraciones supera en dos o tres puntos a la que acusa el CVS. Otra buena nueva presuntamente disimulada involucra a los empleados públicos. De acuerdo con la información difundida ayer, la mejora de los estatales en 2006 llegó al 16,3 por ciento, varios puntos por debajo a la que gozaron los privados. Pero paradójicamente, las dificultades para recopilar esa información, de la Nación pero en particular desde la provincias, suele distorsionar el resultado: la mejora de los sueldos públicos, también estaría por encima de los datos reflejados por el Coeficiente.