ECONOMíA › PANORAMA ECONOMICO
› Por Raúl Dellatorre
A fines de la década pasada, el debate político- social en Argentina pasaba por el descubrimiento de las nuevas formas de inclusión social, que fueran capaces de resolver lo que la categoría de “trabajador” ya no lograba hacer. El mundo que se avizoraba no tenía como sujeto activo al trabajador en relación de dependencia, una categoría en extinción. Tampoco se veía al sindicato como actor en el debate social. Comenzaba a analizarse el papel que cumplirían los nuevos movimientos sociales (de mujeres, de desocupados, piqueteros, de oficios varios pero todos independientes) y si serían capaces de sustituir la representatividad que alguna vez, muchos años atrás, habían jugado las organizaciones gremiales. Los libros de sociólogos de escuelas francesas dominaban las bibliotecas y las discusiones políticas. No pasaron tantos años desde ese fin de los ’90 y, sin embargo, hoy los ejes de discusión son otros, muy distintos.
Hablar de un cambio de modelo económico suena, por lo menos, pretencioso. Pero hubo un cambio indudable de paradigmas. La producción industrial y agropecuaria, los servicios asociados a ella y al consumo interno, vuelven a ser formas de acumulación para el capital, cuando poco tiempo atrás habían resultado prácticamente barridas por la especulación financiera y la comercialización de bienes importados o la venta de servicios (turismo, por caso) en el exterior. De la mano de esos nuevos ejes de acumulación, se recuperó el empleo, y el trabajo remunerado volvió a ser una categoría socialmente reconocida. No fue una revolución social, simplemente un cambio de estrategia en el modelo de acumulación del capital. Lo que no es poco.
De la mano de esos cambios, recuperó presencia la negociación salarial, aunque en etapas. Del caos y la anarquía por falta de organizaciones representativas en los primeros años tras la crisis de 2001, se pasó a una etapa de alta conflictividad en la que, al menos, fueron apareciendo los canales de negociación y resolución del conflicto (años 2004 y 2005). El año pasado fue, en algún sentido, el de las negociaciones salariales en los marcos convencionales. El Gobierno fijó las pautas, los acuerdos permitieron una moderada recuperación salarial y, salvo en unos pocos casos, los empresarios no pudieron utilizar como excusa los aumentos de salarios para subir los precios. No la necesitaron tampoco, porque los subieron igual.
Esta suba de precios sobre todo de parte de las firmas en posición dominante en sus respectivos mercados (en la actual estructura económica, prácticamente en todos los sectores los hay, la competencia es una rara excepción), ayudada por el fuerte aumento en las ventas, dio lugar a un nuevo crecimiento espectacular en la rentabilidad de la cúpula empresaria. Pero la rentabilidad no entra en la discusión de la distribución del ingreso, todavía.
Las evaluaciones sobre los resultados de la negociación colectiva en el 2006 no son, de todos modos, coincidentes. Un estudio que acaba de elaborar el Observatorio del Derecho Social de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA) señala, como principales ejes de este proceso, lo siguiente:
- Existen en el país 2826 asociaciones sindicales inscriptas, de las cuales 1419 (la mitad) habían obtenido la personería gremial, y por lo tanto cuentan con plena capacidad jurídica para intervenir en negociaciones colectivas.
- Durante el año 2006, el Ministerio de Trabajo homologó 872 negociaciones colectivas, 62 por ciento correspondientes a negociaciones por empresa y el resto a convenios de actividad o rama.
- La negociación colectiva abarcó al 56,4 por ciento de los asalariados registrados (en blanco) y sólo al 21,9 por ciento del total de la fuerza laboral (que incluyen a asalariados en negro y no asalariados).
- La rama más activa en materia de negociación ha sido la industria manufacturera, con el 34 por ciento de los convenios. Transporte, almacenamiento y comunicaciones abarcó el 20.
- El 73 por ciento de las negociaciones incluyó alguna mejora salarial: actualización de escalas, adicionales remuneratorios o sumas no remunerativas.
- El promedio de los salarios básicos inferiores en las negociaciones por empresa fue de 1095 pesos, mientras que el promedio de los básicos superiores alcanzó a 2069 pesos. En las negociaciones por actividad, los básicos inferiores promediaron los 935 pesos y los superiores, 1547 pesos. El análisis del Observatorio compara estos valores con los de una canasta familiar para una familia tipo, calculada en base a su composición histórica (no con los parámetros utilizados por el Indec para medir la línea de pobreza), que afirma que en el primer semestre de 2006 ascendía a 2400 pesos. Dichos valores tuvieron un fuerte crecimiento en los meses recientes (octubre a enero). El trabajo subraya, además, que “el esquema integral de la negociación colectiva ha estado signado por un contenido mayoritariamente salarial, limitado por la imposición de un tope por parte del gobierno nacional (...), presencia importante de pagos en conceptos de sumas no remunerativas y vales alimentarios, y participación minoritaria de las comisiones internas y delegados en las negociaciones desarrolladas en el ámbito de las empresas”.
Desde el plano oficial, en cambio, destacan el papel jugado por las negociaciones colectivas en la recuperación del salario. En esa vereda, observan que 2006 fue un año signado por la expectativa inflacionaria y el desborde del conflicto, instancia que logró superarse positivamente. Ahora viene un año teñido por el clima electoral, que puede incidir en que los gremios grandes, particularmente, se sientan más observados que en otras ocasiones a la hora de firmar; en la competencia entre sindicatos para posicionarse políticamente, y hasta por las apetencias electorales que puedan tener algunos dirigentes.
Contrariamente a lo que expresan los análisis críticos, como el de la CTA, desde el Gobierno apuestan a un proceso que siga consolidando la negociación colectiva como un ejercicio permanente de mejora de los ingresos. “No hay pauta, pero el piso es la inflación (esperada) y el techo es la cifra que se firmó el año pasado”, postulan.
Entre 11 y 19, y a confiar en la racionalidad de los actores. Dos hombres del sector metalúrgico (la rama convencional más dinámica) al frente de la UIA en la próxima conducción (Juan Carlos Lascurain y Luis Betnaza) le darán cierta tranquilidad en ese sentido. Si no hay un recalentamiento sindical, piensan en un proceso tranquilo. Como para seguir recuperando el trabajo como categoría socialmente reconocida, compatible con la actual estrategia de acumulación del capital.
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