Sáb 03.03.2007

ECONOMíA  › PANORAMA ECONOMICO

Un dígito

› Por Alfredo Zaiat

La tasa de desocupación del cuarto trimestre del año pasado en Uruguay fue de 9,5 por ciento, la de Brasil en enero último fue de 10,5 y la de Venezuela en ese mismo mes fue de 11,1. En las economías de la Eurozona el desempleo alcanzó el 7,4 por ciento en febrero, mientras que el de Chile en el período noviembre-enero marcó 6,1 por ciento. Con la flamante cifra del cuarto final de 2006, Argentina regresó al lote de países “normales” en el complejo mundo del empleo. Contabilizar o no los planes Jefes para corregir el índice a esta altura no resulta relevante por la próxima e inexorable convergencia de esas tasas por la desaparición de ese programa y el actual ritmo de creación de puestos de trabajo. Con el 8,7 por ciento de desocupación y una persistente subocupación en el rango del 10 al 12 por ciento el país se igualó a sus pares latinoamericanos.

La “normalidad” de Argentina en las décadas del ’70 y ’80, sin embargo, era diferente a la que acaba de conseguirse, con tasas de desempleo de 4 y 3 puntos menos, respectivamente, que el hoy festejado de un dígito. Ese contexto privilegiado en la región sigue siendo una aspiración de la población y está marcado en la conciencia colectiva como una época a recuperar, con esa idea de cohesión y movilidad social que aún no se ha manifestado en los hechos con contundencia. El haber sido y ya no ser, al tiempo de desear volver a ser se constituye en uno de los principales motores de una sociedad acostumbrada a reclamar, exigencias que a veces molesta a los gendarmes de los buenos modales como incomoda a los políticos con responsabilidades de gobernar, porque sienten que no son reconocidos los avances logrados. Esas expresiones de permanente presión sobre el poder político adquieren un rasgo más marcado aquí que en el resto de los países de la región. Por ese motivo, si fuese por comparar en cuanto a índices de desempleo, trabajo no registrado y pobreza la labor habría concluido, pero se sabe que eso no es así. Lo que es aceptado en otras sociedades con naturalidad aquí no lo es, por suerte.

La historia no tan lejana, aunque con las violentas sacudidas de sucesivas crisis, parece una eternidad y revela que la informalidad en 1980 era de apenas el 18 por ciento de la fuerza laboral, mientras que ahora se ubica en el 40. La pobreza casi duplica la existente en 1993 cuando fue la última vez que la tasa de desocupación fue de un dígito. Y los niveles salariales, pese a la recuperación en los últimos dos años, siguen estando muy retrasados en términos históricos. El dígito de desempleo, que –nobleza obliga por las reiteradas críticas de esta columna a los pronósticos de los gurúes– la consultora de Miguel Bein estimó con impactante precisión (8,7 por ciento) a comienzos de marzo del año pasado, no significa que los problemas del mercado laboral hayan sido superados. Recién se está emergiendo del infierno, como le gusta decir al presidente Kirchner.

La década pasada y la traumática y desordenada salida de la convertibilidad golpearon al conjunto de la clase trabajadora. Alto desempleo, precarización de las condicionales laborales y debilitamiento gremial porque la mayoría de los caciques se ocuparon de sus negocios en lugar de la situación de los trabajadores fueron las características principales de ese período oscuro. En ese escenario de escasez de puestos de trabajadores, además se incrementó la desigualdad entre ellos: las remuneraciones se polarizaron y la desocupación, el empleo precario y la movilidad laboral castigaron más fuerte al grupo más vulnerable, integrado por los de menores calificaciones. Desde fines de 2002 la situación del mercado de trabajo comenzó a mejorar pero sin alterar sustancialmente su fragmentación. En un informe del Centro de Estudios para el Desarrollo Argentino (Cenda), El trabajo en Argentina. Condiciones y perspectivas, se destaca que el ingreso promedio del 10 por ciento de los trabajadores que tienen más altas remuneraciones equivale a 30 veces el promedio correspondiente al 10 por ciento con retribuciones más bajas. “Esta brecha ha venido disminuyendo desde inicios de la crisis..., sin embargo, desde fines de 2004 la tendencia muestra un quiebre de modo tal que la desigualdad estaría volviendo a aumentar”, precisaron los economistas del Cenda.

Otro modo de observar desigualdades en las remuneraciones proviene de clasificar a los trabajadores según su nivel educativo, que –en general– involucra una aproximación a la calificación de la tarea que realiza y a su nivel socioeconómico. Como es fácil de suponer, la ocupación se incrementó más para aquellos con mayor nivel de educación. En una reciente exposición del economista de FIEL Abel Viglione, en un desayuno de socios del IAEF, se presentó un interesante cuadro sobre la tasa de desempleo según nivel educativo. Quienes acreditaban universidad completa no tenían trabajo apenas 4,5 por ciento con datos del segundo trimestre de 2006, mientras que quienes no terminaron la secundaria la tasa de desocupación trepaba al 17,9 por ciento. La brecha salarial entre esos segmentos también es pronunciada. Esas frías estadísticas revelan que la educación, su acceso y calidad resultan un importante factor redistributivo del ingreso, además de una condición básica para la cohesión social.

Se plantea, entonces, uno de los principales desafíos en materia laboral. Como los procesos económicos tienen dinamismo, las situaciones van cambiando y se presentan nuevos problemas. Si no se está atento a esas mutaciones y se repiten las recetas porque en algún momento fueron exitosas, se produce un estancamiento que luego se traduce en una crisis. Al respecto, la experiencia reciente de la convertibilidad es una buena enseñanza. La fijación del tipo de cambio fue la herramienta adecuada para frenar abruptamente el endiablado ciclo de alta e hiperinflación. Pero el enamoramiento con el 1 a 1 endiosando esa política cambiaria provocó profundas distorsiones que terminaron en una tragedia económico-social. Ahora, el modelo del dólar alto ha impulsado un intenso ciclo de crecimiento y de creación de empleo hasta alcanzar el dígito. Pero es insuficiente para mejorar la situación al interior del mercado laboral. Por caso, el porcentaje de los trabajadores precarios continúa siendo elevado para la economía en su conjunto y alarmante en algunas ramas de actividad. En tres sectores, servicio doméstico, comercio, restaurante y hoteles y construcción la informalidad supera el 50 por ciento.

Si en las condiciones actuales con la economía y la ocupación creciendo a tasas históricamente elevadas no es posible avanzar significativamente para revertir la alta desigualdad y segmentación de la clase trabajadora, debe suponerse que será aún más difícil en un contexto no tan favorable. Por ese motivo, a partir de ahora la utilización más intensa de políticas públicas focalizadas para mejorar la calidad, condiciones laborales y niveles de ingresos permitirían que el bienvenido dígito de desocupación sea motivo para un festejo completo.

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