El norteamericano llegó a Colombia, el país más alineado con Washington en Latinoamérica, para hablar del mercado común y del proyecto de biocombustibles. El despliegue de seguridad fue impresionante, pero así y todo hubo manifestaciones de repudio.
Ayer le tocó a Alvaro Uribe. Continuando con su gira, George Bush dejó Uruguay por la mañana y se dirigió a Bogotá, donde lo esperaba con la mesa puesta su mejor amigo en la región. El presidente estadounidense se reunió con Uribe, su canciller Fernando Araujo, y el embajador de su país, William Wood. No tuvo tiempo para mucho. En sólo siete horas, Bush y su par colombiano discutieron el Tratado de Libre Comercio (TLC), la posibilidad de incluir a Colombia en el acuerdo de biocombustibles que firmó con Brasil hace sólo unos días, el Plan Colombia y el escándalo que desde hace meses persigue al gobierno de Uribe por los vínculos que mantuvieron algunos de sus aliados con los jefes paramilitares.
Como en Uruguay y Brasil, el operativo de seguridad fue gigantesco. Desde que Bush pisó el aeropuerto militar de Catam estuvo rodeado por cientos de policías, militares y helicópteros. La guardia del presidente estadounidense incluso revisó a los militares colombianos que lo recibieron en la pista de aterrizaje. En el centro de Bogotá, mientras tanto, miles de manifestantes, en su mayoría jóvenes, rechazaban la presencia del mandatario norteamericano cerca del vallado creado para mantenerlos lejos del Palacio Presidencial. Las protestas terminaron en enfrentamientos con la policía, seis heridos y más de 120 detenidos.
Mientras tanto, lejos de las bombas molotov y los camiones hidrantes, Uribe, Bush y sus esposas almorzaban. Más tarde las mujeres fueron a visitar una fundación de niños y sus esposos iniciaron un paseo por el jardín del Palacio de Nariño. Allí casualmente se encontraba un grupo de ex campesinos cocaleros, que habían sido reformados a través de los programas gubernamentales. Bush los saludó y les dio unas palabras de aliento. Algo similar había hecho unas horas antes con el canciller Araujo, quien hasta hacía sólo cuatro meses estaba secuestrado por las FARC. “Yo conozco su historia”, dijo el mandatario y lo abrazó.
Más tarde, y con un tono menos melodramático, los dos presidentes dieron una conferencia de prensa para dar a conocer los frutos de su reunión. Bush se comprometió a seguir apoyando y ayudando al gobierno colombiano en su lucha contra las guerrillas y el narcotráfico. También prometió hacer todo lo posible para que su Congreso ratifique el TLC, que ambos países firmaron el año pasado pero que todavía no tiene el visto bueno de los Legislativos. El tema que no discutieron en la conferencia de prensa pero sí a puertas cerradas fue la posibilidad de un rescate militar para unos 60 rehenes de las FARC, entre ellos tres contratistas estadounidenses –la guerrilla sostiene que son espías de la CIA–, que fueron secuestrados hace cuatro años. Los familiares de los rehenes y las organizaciones de derechos humanos se niegan a esta opción, a la que consideran muy peligrosa, y piden que el gobierno acepte un canje entre secuestrados y guerrilleros presos.
Cuando empezaba a caer la noche, Bush ya estaba arriba del Air Force 1, en camino al próximo destino: Guatemala. Allí, lo ya esperaban decenas de protestas, que no llegará a ver, y miles de manifestantes, que no llegará a escuchar.
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