Vie 02.08.2002

ECONOMíA  › IMPACTO DE LA CRISIS DE BRASIL EN LA ECONOMIA ARGENTINA

El riesgo de dormir con un gigante

Aunque no esté formalmente en recesión, la crisis financiera golpeará la economía brasileña y resentirá sus importaciones.

› Por Cledis Candelaresi

Brasil, el socio más importante del Mercosur, trastabilla. Si se tratara de una competencia deportiva, Argentina podría celebrar la devaluación del real o animarse con la idea de que disminuyen las desventajas respecto de su rival, porque éste afronta una drástica suba del riesgo país. Pero, definitivamente, no hay nada para celebrar. Por el contrario, la crisis brasileña y su inminente recesión son una pésima noticia para la Argentina.
Brasil es un preciado destino de las exportaciones argentinas: un tercio de las ventas externas tienen por destino manos de importadores brasileños, esos que ahora están complicados por la suba del dólar frente al real. Junto a otras naciones latinoamericanas es, además, objetivo preferencial de la modesta cuota de manufacturas made in Argentina que se vende afuera.
Aún no hay acuerdo entre los economistas acerca de si el país vecino puede ser declarado formalmente en recesión o no. Lo cierto es que las proyecciones de crecimiento ya se corrigieron hacia abajo y, según las estimaciones privadas, Brasil ya no crecerá un 2 por ciento sino, en el mejor de los casos. Ayer la Cepal arriesgó un optimista pronóstico de crecimiento –a la luz de los últimos desbarajustes económicos– del 1,5 por ciento para el año.
Para frenar el ascenso del dólar, el titular del Banco Central brasileño, Arminio Fraga, tiene previsto sostener la política de tasas de interés altas (aunque lejos del 45 por ciento anual que alcanzó en 1999, la tasa básica hoy se ubica en el 18,5 por ciento). Los jugosos rendimientos bancarios y la incertidumbre cambiaria irremediablemente desalientan las inversiones productivas.
Según advierten algunos analistas de riesgo, la magnitud del mercado brasileño está dejando de ser, incluso, un atractivo para la inversión extranjera directa, hasta ahora pilar del ingreso de capitales a ese país. Posiblemente por el temor de que un nuevo gobierno declare el default de la deuda, aumente la presión tributaria o hasta llegue al extremo de expropiar, tanto los inversores directos como los institucionales prefieren ir a opciones más conservadoras, como los títulos del gobierno de los Estados Unidos. Brasil todavía está lejos de colapsar, pero el cóctel de problemas externos e incertidumbre política está frenando su economía y, como corolario, aplasta aún más a la argentina.
En la medida que el real siga depreciándose, la competitividad que habían ganado los productos argentinos después de la dramática devaluación del peso terminará diluida. Así, los productores locales corren el riesgo de perder este atajo, con el que algunos compensaban la depresión interna.
Lo que para algunos sectores es simplemente una mala noticia, para otros puede ser una tragedia. Es el caso de la industria automotriz argentina, que apuesta a sostenerse vía exportación, colocando en el mercado brasileño los excedentes que genera la escuálida demanda local. Ayer mismo, Fiat anunció la suspensión de parte de su personal, argumentando que debería suspender ventas previstas a Brasil.
Aún hay muchas incógnitas por develar respecto del futuro inmediato del país que Fernando Henrique Cardoso gobernará hasta el 31 de diciembre. Entre ellas, si seguirá el actual proceso de deterioro y con qué velocidad. De lo que no hay dudas es de que será difícil sostener la situación actual.
Entre las fortalezas brasileñas está su sistema financiero sólido, hasta ahora con pocas posibilidades de sufrir una corrida de depósitos. Su economía, mucho menos dolarizada que la Argentina, puede soportar mejor una devaluación sin que esto se transfiera a precios de inmediato. Y, hasta ahora, los organismos multilaterales no le bajaron el pulgar como sí se lo hicieron a Buenos Aires luego del default. Como contrapartida, sus debilidades ubican a la principal economía de Sudamérica al borde del abismo. Entre ellas, un enorme déficit fiscal y una alta deuda pública de alrededor del 55 por ciento del PBI; el grueso está contraída en reales, pero un tercio de ella se ajusta por el tipo de cambio, con lo que la depreciación de su moneda hace cada vez más pesada esta carga.

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