ECONOMíA › PANORAMA ECONOMICO
› Por Alfredo Zaiat
En la carrera de licenciatura de Economía una de las principales materias de introducción es Macroeconomía, que para muchos actúa como una puerta de entrada a la ciencia y para otros representa una de salida al descubrir que ése no era el destino de estudio. En general, los profesores que dictan las clases de esos cursos en las universidades públicas y privadas son muy buenos y varios son conocidos porque tienen cierta exposición mediática. Macro es uno de los pilares básicos de la currícula y es donde se comienza a expresar con más nitidez la divisoria de aguas en términos ideológicos sobre la orientación de una política económica. Luego de aprobar Macro se puede empezar a discutir con ganas las estrategias monetaria y fiscal de una administración y sus efectos en el objetivo de crecimiento económico. El modelo básico IS-LM de demanda agregada (el equilibro de los mercados de bienes y de dinero) es “el núcleo de la macroeconomía moderna”, según la definición de Dornbusch-Fischer, página 107 de la tercera edición (McGraw-Hill) de uno de los manuales de estudio de ese tema más difundido. Se trata de un texto de abordaje de la materia de lo más tradicional. Reúne todos los consensos sencillos “socialmente” aceptados por los economistas. Ahora bien: esas enseñanzas iniciales, que tuvieron un saludable salto de complejidad en el avance de esa ciencia, fueron olvidadas o reformuladas por un grupo de economistas locales sin previo aviso a la Academia encargada de otorgar el Premio Nobel. Las actuales críticas hacia las políticas monetaria y fiscal por expansivas, manifestadas previsiblemente por la ortodoxia pero también por economistas que no se consideran integrantes de ese grupo, son asombrosas.
La variable que se puede considerar expansiva en el actual contexto es la tasa de interés, que se ubica en niveles bajos, casi neutra en términos reales respecto de la inflación. Pese a ello no lo es tanto porque, con un sistema financiero muy lejos de asistir a la producción, no se ha disparado una intensa corriente de inversores con financiamiento bancario que ponga en tensión el equilibrio de los mercados de bienes y de dinero. Los créditos que más se aceleraron son los destinados al consumo con tasas elevadas y, por lo tanto, positivas en términos reales. La emisión monetaria, otro de los componentes señalados como expansivo, está motorizada por la captación de dólares comerciales (exportaciones) y financieros (especulativos) y no por la necesidad de cubrir baches del Tesoro. Parte de esa emisión es reabsorbida mediante operaciones de pases, colocación de Letras y Notas del BCRA y cancelación de redescuentos otorgados a bancos. La mayor cantidad de dinero que queda en circulación está en línea con el avance del Producto. En la visión más estricta, la actual política monetaria puede ser evaluada como levemente expansiva, si no neutra. Esta estrategia relativamente conservadora es analizada con una alarma desproporcionada por el grupo de economistas visibles, que se hacen presentes en medios de comunicación y en informes de coyuntura para empresas y bancos. Con diagnóstico distorsionado exigen una política monetaria restrictiva con una suba de la tasa de interés. Esa contracción apuntaría a frenar la economía por el lado de la demanda que, en esa cosmovisión del mundo, sería el principal factor de las actuales presiones inflacionarias. Recomiendan dirigir la mirada a lo que está haciendo el Brasil de Lula desde hace cinco años. Tasas altas e inflación baja resaltan la imagen que ofrece ese espejo, escondiendo la del crecimiento de mediocre a malo y los profundos desequilibrios que se generan en la plaza cambiaria. Las tasas altas provocan un mayor ingreso de dólares especulativos, lo que hace más complicada la estrategia de absorción que deriva en la revaluación de la moneda doméstica, dando paso al súper real con impacto negativo en la industria y las exportaciones. Esa estrategia recibe los elogios del elenco estable de economistas de la city porque brinda ganancias extraordinarias a bancos y especuladores. Maxirrentas que pueden comprobar quienes se toman el trabajo de analizar los balances de los bancos brasileños, que nunca antes habían contabilizado utilidades tan abultadas.
En el frente fiscal es más evidente que la política no es expansiva tal como se entiende en el análisis macroeconómico básico. Contabilizar superávit de las cuentas públicas, o sea que se gasta menos de lo que se recauda, es conceptualmente contractivo, sin duda. Y aún más: no hay registro estadístico de la historia económica argentina reciente que muestre un período tan prolongado –casi cinco años– de excedentes fiscales tan importantes. Plantear como una preocupación que el superávit puede llegar a bajar de 3,2 a 3,0 o a 2,8 por ciento del PIB es una subestimación de la inteligencia media del interlocutor. Además, esas prevenciones las realizan igualmente pese a que no se cumplen invariablemente sus proyecciones de recaudación tributaria mensual –por menos– ni de gasto público –por más–. El Gobierno, por su lado, es insistente con su política contractiva (conservadora) en términos fiscales –considerada como uno de los pilares del modelo de dólar alto–, cumpliendo con ese exagerado objetivo de 3,0 a 3,4 puntos de superávit en el balance anual. La recomendación de aumentar ese excedente desacelerando el ritmo del gasto público implica, en la práctica, no aumentar los haberes de los jubilados, ni los salarios de los empleados públicos y ni avanzar en obras públicas de infraestructura. Aquí también la lógica es frenar la economía por el lado de la demanda para aliviar las presiones inflacionarias. Es notable como ese razonamiento puede ser expresado sin pudor teniendo en cuenta el extraordinario retraso histórico de las jubilaciones en términos de poder adquisitivo, los varios pasos atrás que se ubican los ingresos de los trabajadores estatales en relación con la recomposición de los salarios (registrados y en negro) en el sector privado, y los evidentes requerimientos insatisfechos de infraestructura básica. Y, además, de la necesidad de mejorar los servicios de salud y educación pública, entre otros esenciales. Sin una pesada carga inmediata por el pago de intereses y capital de la deuda, debido a la quita y la extensión de los plazos, no resulta imprescindible un superávit fiscal tan elevado. El carácter contractivo de esa política, pese al discurso económico dominante que considera lo contrario, actúa como una de las anclas principales del actual modelo. Toda política económica se aferra de una variable para buscar, con más o menos fortuna, el equilibrio del resto. Por ejemplo, en la convertibilidad fue el tipo de cambio; ahora, el excedente fiscal.
Pese a ello, en ese discurso circular de considerar cualquier performance fiscal insuficiente, han empezado a exponer un argumento llamativo como para no desilusionar a su público. Ese grupo de economistas advierte que de ahora en más hay que depurar el superávit fiscal que registrará el Tesoro, porque a nivel “estadístico” mostrará que superará las metas por los efectos de la reforma previsional. Entonces, si la realidad no se acomoda a sus pronósticos, hay que modificarla con innovaciones contables. Sugieren, entonces, que habría que comenzar a utilizar el análisis económico de “resultado primario sin transferencias de AFJP”. Por el absurdo, siguiendo esa lógica, desde 1994 deberían haberse analizado las cuentas fiscales a partir de “resultado primario con transferencias a las AFJP”. En realidad, la reciente reforma previsional ha reordenado el caudal de recursos, desviado en forma irresponsable con la creación de las AFJP. Se recuperará entonces la solvencia fiscal bombardeada por el engendro de la jubilación privada. Más aún: se avanza en la solvencia fiscal intertemporal que tanto preocupa al mundo de esos economistas. Ahora, con esa reforma, el Estado tendrá fondos genuinos para pagar los actuales haberes, además de disminuir el costo futuro por la menor cantidad de jubilados de AFJP que, como revela la experiencia chilena, no alcanzarían a recibir el haber mínimo y, por lo tanto, el sector público tendría que salir en su auxilio.
A esta altura, las críticas de los ortodoxos y de economistas a mitad de camino de la heterodoxia, que tuvieron en los últimos 25 años su chance en el Palacio de Hacienda, sólo queda considerarlas como reflejo de la envidia por no estar en esta época de bonanza en ese lugar que alguna vez habitaron, si no es difícil de creer que gente inteligente haya abandonado el rigor científico aprendido en el curso de Macroeconomía.
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