ECONOMíA
› PANORAMA ECONOMICO
Cuando Remes desembucha
› Por Julio Nudler
Después de que Página/12 revelara el miércoles el contenido de un mail enviado por Jorge Remes Lenicov al periodista Joaquín Morales Solá, con copia a numerosos personajes, desde Felipe Solá (gobernador bonaerense) a Alberto Abad (jefe de la AFIP), revelando presiones ejercidas en su momento por empresarios y también banqueros sobre el presidente Duhalde y el equipo económico para imponer la pesificación 1 a 1 de las deudas de las empresas con los bancos, y la consiguiente compensación a éstos por parte del Estado, los depositantes afectados por la retención forzada de su dinero y que entablaron demandas contra las entidades financieras ganaron un argumento de enorme peso en sus juicios internacionales. En el testimonio del ex ministro de Economía (ansioso por replicar a la mención crítica de la devaluación y la pesificación asimétrica que hizo Morales Solá en La Nación del 4 de agosto), los bancos no fueron víctimas de una decisión política oficial. La pesificación asimétrica generalizada fue en verdad, según asevera el máximo responsable de la política económica en esos momentos, una medida pedida por las propias entidades financieras, de común acuerdo con las empresas. No es así como la presentan los banqueros.
Antes de ofrecer un relato más minucioso de aquel proceso, aportado a este matutino por un miembro del equipo Remes, cabe destacar el poder esclarecedor de esta historia por lo que revela respecto de los mecanismos de toma de decisiones políticas en la Argentina actual: dónde termina el poder político y empieza a mandar el lobby. Estas fueron las estaciones del vía crucis económico que vivió el país en los meses iniciales de 2002:
- En el diseño originario del plan del primer equipo económico de Duhalde no figuraba pesificar.
- Cuando devaluaron, fijando el dólar en 1,40, los endeudados en dólares reclamaron solamente que se extendieran los plazos y se redujera la tasa de interés, de manera que la cuota no variara.
- Hasta ahí, el esquema era congruente con la promesa, formulada el primer día por Eduardo Duhalde, de devolver los depósitos en la moneda en que fueron constituidos. La mayor parte de los activos y los pasivos bancarios seguirían en dólares.
- Pero el 1,40 no funcionó porque el mercado se disparó y el Fondo, mientras tanto, insistía con la flotación.
- No hubo entonces otro remedio que pesificar los créditos. La Unión Industrial afirmaba que, si no, las empresas no podrían pagar.
- Se le explicó entonces a Duhalde que lo de devolver en dólares los depósitos no iba a poder ser. El lo entendió.
- Se resolvió entonces pesificar todo a 1,40.
- Raúl Baglini y Roberto Frenkel, asistentes a un amplio encuentro celebrado en la Casa Rosada, plantearon que a los pequeños deudores se les pesificaran las deudas 1 a 1. A Remes y su equipo les pareció razonable.
- Mientras tanto, seguían resistiéndose a la presión de la UIA, de la que participaba el propio José Ignacio de Mendiguren, entonces ministro de la Producción. Remes & Cía se negaban para evitar el costo fiscal que ocasionaría la compensación que deberían entregarles a los bancos. El FMI tampoco quería.
- Pero el lobby empresario sumó a los bancos a su causa, y en una amplia reunión, celebrada en el Salón Padilla del Ministerio de Economía, quedó decidido que la pesificación 1 a 1 regiría para todos los créditos al sector privado.
- Los banqueros expresaron allí que, tras haber estado analizando la cuestión con las empresas, coincidían en que, de no adoptarse esa decisión, sobrevendría una mora generalizada y el consiguiente deterioro de las carteras bancarias activas. Por tanto, si el Estado les compensaba el efecto patrimonial negativo, aceptaban una pesificación asimétrica generalizada. (Un paréntesis en el relato: ABA (Asociación de Bancos de la Argentina) dirigió a este diario una carta con motivo de la nota publicada el miércoles por Página/12 sobre el mail de Remes. Los banqueros señalan que: 1) La decisión de devaluar y pesificar es de exclusiva responsabilidad de los Poderes Públicos... 2) Ni ABA ni sus miembros apoyaron ni propusieron la devaluación y la pesificación, así como tampoco acordaron con otro sector económico impulsar tales medidas. 3) Resulta obvio que los bancos y los ahorristas han sido los principales damnificados por estas decisiones. Hasta aquí el texto de la misiva. Respecto de estas afirmaciones de ABA es preciso aclarar que ni el mail de Remes ni la nota de este diario atribuyen a los bancos presiones para que se devaluara, sí para conseguir la pesificación 1 a 1 de las deudas empresarias. En este punto, Remes y los banqueros dan versiones contrapuestas. Nos presionaron, dice aquel. No lo hicimos y fuimos los principales damnificados, sostienen los financistas. ¿A quién creerle?)
- En ese momento, Remes y su equipo no pensaban que no pesificar provocaría una quiebra generalizada, y sin embargo pesificaron. ¿Qué los llevó a hacerlo? La presión combinada de banqueros e industriales, según admitió uno de los ex funcionarios a este diario. Esa misma fuente dice que, después, se convenció de que hicieron bien, porque el dólar voló y las empresas sólo pudieron trasladar a precios una fracción de ese aumento. Por ende, no hubiesen aguantado deudas pesificadas a 1,40 más el CER. Pero esto no anula el hecho de que, en el momento en que resolvieron la pesificación 1 a 1 generalizada de las deudas, actuaron doblegados por la presión de bancos y empresas.
- Luego apareció el proyecto de Carlos Brown de un impuesto a las empresas beneficiadas con la pesificación de sus deudas, para alimentar un fondo de fomento a las pyme. Economía respaldó la idea, aunque modificada: la plata tenía que ir a rentas generales. Pero la iniciativa quedó finalmente olvidada en algún cajón. El lobby empresario había vencido una vez más.
- Los banqueros, que jamás dan un paso ni abren la boca sin consultar con sus abogados, también esta vez se atuvieron a su actitud de nunca propiciar públicamente el cambio de las condiciones bajo las cuales se haya realizado cualquier operación. Aun en privado, eligen palabras como “aceptar” en lugar de “impulsar”, y así sucedió con la pesificación, según relatan fuentes del equipo Remes. Pero éstas dicen más. Dicen, por ejemplo, que la sola presencia de los banqueros en el Salón Padilla en aquella ocasión avalaba la pesificación asimétrica generalizada porque esa reunión, promovida por De Mendiguren y la UIA, era exactamente para eso.
- Entre los integrantes de aquella gestión, que no llegaron a estar cuatro meses en sus cargos, hay malestar por “ese montón de tipos que se esconden”. Lo ponen en estos términos: “Nosotros nos hacemos cargo de las decisiones que tomamos, pero los de la UIA no salen a reconocer que lo pidieron. Están todos borrados. Y los banqueros igual. Están todos borrados.” Por tanto, Remes, Jorge Todesca (viceministro), Lisandro Barry (Finanzas) y Eduardo Ratti (Legales) están preparando un documento con el que darán su versión de aquella etapa decisiva, posterior al estallido de la convertibilidad, ocurrido durante los últimos días de Domingo Cavallo. Dentro de esa versión, aseguran que jamás se reunieron con la UIA para decidir la devaluación. Remes está escribiendo además un artículo sobre el mismo asunto, antes de que se olvide en qué contexto comenzó el tobogán del peso.
Otro interesante testimonio de Remes, incluido en el referido mail, expresa que el Fondo Monetario mantuvo su respaldo a la Argentina durante el 2001 para dilatar la inevitable catástrofe, “dando tiempo para que los bonos (argentinos) que tenían los bancos y los (inversores) institucionales pasasen al chiquitaje y la mitad quedase concentrada en la Argentina”. No era entonces que el Fondo se equivocaba, pensando que el desastroso final de la convertibilidad podía eludirse: lo que Horst Köhler y Anne Krüger hacían era seleccionar a las víctimas. Algo similar afirma Remes “sobre algunos economistas que decían que la convertibilidad podía seguir funcionando, dando tiempo para que los grandes retirasen sus depósitos, fugasen 20.000 millones (de dólares) y quedase atrapado solo el chiquitaje”. Esta tardía sinceridad del antecesor de Roberto Lavagna, volcada en un correo electrónico al que pretendió dar circulación restringida, vale probablemente más que todos los mensajes y discursos que dirigió a la opinión pública en su tórrido verano de ministro.