ECONOMíA › OPINION
› Por Alfredo Zaiat
En México es el maíz, cereal básico para elaborar la tortilla, comida esencial de la gastronomía azteca. En los países asiáticos es el arroz, que acompañado con pescado es base insustituible de la dieta de la población de esa zona del planeta. En Argentina son el trigo y la papa, productos imprescindibles del menú de los hogares del país. En estos tres casos, el maíz, el arroz, el trigo y la papa son el alimento fundamental de la población más pobre de esas naciones. Son baratos y brindan la sensación de saciedad, fundamental para esquivar el hambre. Por diferentes motivos se precipitó la crisis: en México, por el desarrollo del biocombustible en Estados Unidos en base al maíz, y en la Argentina, por el avance de la soja y por factores climáticos (inundaciones y heladas). Un alimento básico que era barato y abundante se volvió caro y escaso. Gran parte del menú de los argentinos se complementa con el tubérculo de cuna incaica, que lo convierte en un producto que está fuertemente arraigado en la cultura y no es fácilmente sustituible por otro. Por ese motivo es considerado un alimento de primera necesidad. Junto a los derivados del trigo constituye la dieta fundamental de los argentinos pobres, unos 10 millones. Esta es la razón principal para que el Estado se comprometa con una eficaz y eficiente estrategia de intervención para garantizar el abastecimiento de papa, en cantidad y en precios accesibles. Se trata de un bien-salario clave, con una elevada ponderación en el rubro Verduras de la canasta de consumo que releva el Indec. La necesidad de una política pública, entonces, es indispensable en el hoy sensible mercado de la papa, pero también en el resto de los alimentos básicos. Se requieren medidas de corto plazo para superar la actual crisis, como facilitar la importación y la instrumentación de subsidios a los productores, pero también resulta fundamental estructurar una estrategia de mediano y largo plazo para incentivar la ampliación de la producción. Además, abordar el problema de la cadena de comercialización que aplica márgenes abusivos. En ese sentido, la actual intervención en el Mercado Central ha demostrado ineficiencia porque se apuntó al control del precio fijado por el productor primario, beneficiando así a los intermediarios y a las grandes cadenas y, por lo tanto, se terminó perjudicando al consumidor. En ese complejo escenario, pecar por prudencia por las previsibles críticas de la ortodoxia a una política de intervención en el mercado de alimentos implica asumir el riesgo de terminar hechos puré.
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