La caída de los mercados internacionales no fue tan dramática como hace dos décadas, pero reavivó el temor a una crisis grave.
Justo el día en que se cumplían veinte años del crac bursátil de octubre de 1987, los mercados volvieron a temblar. Esta vez, el temor de los inversores internacionales estuvo centrado en la posibilidad de que la economía estadounidense ingresara en un ciclo recesivo y a que se detonara una nueva crisis financiera global. El índice Dow Jones de la Bolsa de Nueva York cayó 2,6 por ciento, mientras que el tecnológico Nasdaq perdió el 2,7. El MerVal de Buenos Aires retrocedió 1,5 por ciento y hubo una fuerte baja de los títulos públicos, mientras que San Pablo se desplomó 3,7 por ciento.
En aquel 19 de octubre del ’87, el Dow Jones perdió 508 puntos, equivalente al 22,6 por ciento. Medida en puntos, la caída de ayer no estuvo tan lejos: fue de 370 puntos. A los valores actuales, el crac del ’87 implicaría un derrape de nada menos que 3139 puntos.
El susto de los financistas vino por partida doble. Por un lado, las advertencias de bancos y compañías estadounidenses sobre la flojedad de sus balances, que serán presentados en las próximas semanas. Esos avisos podrían estar dando cuenta de un freno en la marcha de la economía. Ben Bernanke empeoró el clima cuando, durante un disertación, ni siquiera hizo una mención implícita a la posibilidad de una nueva baja de la tasa de interés, el próximo miércoles 31.
Alan Greenspan, antecesor de Bernanke en la Reserva Federal (banca central estadounidense), aportó la segunda causa para el derrape de ayer. Pronosticó que el próximo crac bursátil se producirá en China. “Habrá un crac en China. Sólo que no sé cuándo”, dijo el gurú en un reportaje concedido a la revista especializada Emerging Markets. La bolsa de Shanghai se convirtió en uno de los polos de atracción de inversores internacionales. Durante el año pasado subió un exorbitante 130 por ciento y en lo que va de 2007 ya duplicó el valor.
Un síntoma de la percepción de una posible recesión en Estados Unidos lo dio la caída en la tasa implícita de los bonos a diez años del Tesoro americano. Quedó en el 4,38 por ciento anual. Antes de la crisis inmobiliaria, ese rendimiento había escalado por encima del 5,2 por ciento. Pese a esa caída, los mercados emergentes no fueron favorecidos por las inversiones. Los grandes fondos internacionales prefirieron la cautela por encima de una mayor ganancia y se volcaron a lo más conservador: el oro. La cotización de la onza arañó los 770 dólares y finalmente cerró en los 768, el máximo valor en 28 años.
Los bonos de la deuda argentina se contagiaron de la retracción de los operadores y mostraron retrocesos importantes. El que más bajó fue el cupón atado al crecimiento, un 5,3 por ciento. Le siguieron el Discount en pesos, con una merma del 2,7 por ciento, y el Par en moneda local, que bajó el 2,1. El Bogar con vencimiento en 2018, que también está nominado en pesos, se desvalorizó el 1,9 por ciento. Estas caídas provocaron un salto del 7,4 por ciento en el índice de riesgo país, que llegó a los 391 puntos.
Las turbulencias no impactaron en el mercado del dinero. La tasa interbancaria (call) se mantuvo en el 8,9 por ciento anual, aunque aquí cuenta la oferta de pesos del Banco Central a las entidades financieras con el objetivo de mantener estabilizada la tasa de interés. Por su parte, el dólar quedó en 3,18 pesos, aunque varias casas de cambio del microcentro porteño expendieron el billete verde a 3,19. En el segmento mayorista, la cotización quedó en 3,1650 pesos. Las reservas se estabilizaron en 42.902 millones de dólares.
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