ECONOMíA › PANORAMA ECONOMICO
› Por Alfredo Zaiat
En un fin de año crispado por la definición de espacios de poder y de posicionamiento ante el nuevo gobierno, el sindicalismo y sus principales protagonistas también se han hecho presentes en ese juego. Cada uno de los participantes de ese damero tiene sus particularidades, pero en general son bastante sencillas de describir. En cambio, el rol de los sindicatos en ese tablero, su lugar en la economía y las respuestas de sectores sociales a su accionar encierra una complejidad y matices contradictorios que no son tan fáciles de catalogar. Los hechos de violencia policial que rodean al jefe de la CGT Hugo Moyano y la irrupción atropellada de la Uocra de Gerardo Martínez cortando 30 puntos de tránsito neurálgicos generando un caos de tres horas en la ciudad de Buenos Aires colabora para consolidar el rechazo a los líderes sindicales que se anida en una parte de la sociedad. A la vez, Moyano, a diferencia de los Gordos de la CGT, asumió una posición de enfrentamiento al modelo de los noventa y en la actual etapa avanzó en conseguir alzas salariales y mejoras en condiciones laborales. Pero también, a partir de su estrecho vínculo con el gobierno de Néstor Kirchner, bajo el paraguas del ministro Julio De Vido, ocupó espacios de decisión en el área de Transporte y de Salud con el respectivo manejo de fondos, lo que le permitió construir poder sindical, pero también poder económico que no tiene nada que ver con la defensa de los derechos de los trabajadores. Los movimientos de Moyano se parecen (negocios económicos) y se diferencian (defensa del salario y de condiciones laborales) de los tradicionales capos sindicales, como Armando Cavalieri, Oscar Lescano y del mismo Gerardo Martínez. Sobre esa situación tan compleja, que invalida cualquier sentencia que quiera esquematizarla, se monta el desprestigio de la acción sindical con el fin último de condicionar la próxima discusión salarial. A veces por inocencia y otras muchas por picardía, ciertos analistas exacerban los evidentes flancos débiles de esa conducción sindical, incluso la violencia, como si la contraparte fueran todos niños de pecho. Por caso, el intento de soborno de un lobbista de una multinacional por los ticket canasta, vales que degradan el salario del trabajador, con diferentes categorías de fuerza motriz hasta los 20 millones de dólares del Mercedes Benz, no provocó el mismo nivel de descalificación al empresariado como el que existe con el sindicalismo.
Frente a esa compleja realidad, y en un contexto de lenta pero persistente recuperación del aún fragmentado y heterogéneo mercado laboral, se presentan condiciones para empezar a debatir el rol del sindicalismo en la economía y su necesaria modernización. Pese a nostálgicos gremiales y sesgadas caracterizaciones de sus líderes, el movimiento sindical ya no volverá a ser el mismo debido a que, ante todo, el país en el que se constituyó y desarrolló sus prácticas socio-políticas ya no existe más. Por ejemplo, el movimiento sindical peronista no ha podido conservar sus funciones de columna vertebral del peronismo y ha perdido su antigua centralidad en el sistema del poder político. Además enfrenta desde hace largos años una crisis de legitimidad. No sólo de sus organizaciones ante la sociedad, sino como representación obrera amplia, carencia que se manifiesta en la baja tasa de afiliación existente. En la actual pelea por la conducción de la CGT se expone esa crisis, batalla por el poder sindical que da la impresión de que la organización sindical es una estructura que sólo existe para su autorreproducción. En un documento del Instituto de Investigación Social, Económica y Política Ciudadana, La reconstrucción del contrapoder sindical, se destaca que “a consecuencia de la burocratización, los sindicatos han dejado de cumplir su rol y el poder social que emerge de la potencia sindical es apropiado para fines privados de los dirigentes”. Se recuerda en esa investigación, entonces, que “los sindicatos son organizaciones de lucha como contrapoder efectivo del poder patronal, y no son un club social”.
Ese contrapoder es el que se debilita en los hechos, más allá del discursivo, cuando la violencia y las patotas ocupan el lugar de la movilización de los trabajadores. El especialista Julio Godio explica ese proceso en el propósito de los sindicatos de mantener la verticalidad promoviendo cuadros sindicales como fuerza de choque más que como dirigentes de los trabajadores en las empresas. Pero advierte, para no confundir en el análisis, que “la violencia en la Argentina no la instalaron los sindicatos; la instaló desde 1930 un núcleo constituido por militares, políticos y empresarios conservadores que optaron por conquistar el poder por la fuerza”.
En el nuevo contexto económico-social, los sindicatos se enfrentan a una crisis de identidad. Saben que no son lo que eran ayer, sin terminar de definir cómo serán mañana. Esto tiene su razón en la progresiva complejización de la realidad social y productiva, donde conviven formas de organización empresarial y laboral del siglo pasado con otras nuevas que el sindicato todavía no ha podido elaborar, como la elevada rotación, flexibilidad y deslocalización del trabajador. También por el elevado empleo en negro, el incremento del proceso inmigratorio de países vecinos y vinculaciones laborales relacionadas con la sociedad del conocimiento y la informática define una composición y estructura del mercado de trabajo a la que los sindicatos hoy no dan respuesta. Al respecto, el español Rodolfo Benito Valenciano, presidente de la Fundación Sindical de Estudios, se preguntó si “la fragmentación, la precariedad, la propia individualización de las relaciones laborales desideologiza y genera algo más que desorientación”. Para responderse que “parece que sí, y su primera expresión no es otra que la de amplios colectivos que están al margen de los sindicatos”.
Pese a todo ese universo confuso y arduo, el sindicalismo ocupa un lugar central e insustituible en el espacio donde se dirimen los intereses de los trabajadores, puesto que el conflicto social no ha desaparecido pese al intento de ocultarlo o acallarlo. Valenciano resume esa situación en “sin conflicto no hay acuerdo, y sin acuerdo no hay derechos”. En esa instancia, el cuestionamiento convencional al sindicalismo representado hoy en Moyano y mañana en Gerardo Martínez o en cualquier otro apunta en especial a adormecer el conflicto apelando a la primacía, incluso moral, de lo individual frente a lo colectivo. Si no hay conflicto social, entonces, tampoco habrá posibilidad de alcanzar algún acuerdo en la relación trabajo-capital. Y, por lo tanto, sin conflicto y sin acuerdo no habrá espacio para avanzar en derechos de los trabajadores.
El sindicalismo, ya sea liderado por uno u otro capo de la CGT o por el desarrollo de la CTA, constituye un actor relevante e imprescindible en la economía para la defensa de los trabajadores. Pero a la vez es un protagonista que requiere de modernización y un proceso de democratización en sus estructuras para recuperar legitimidad, precisamente, para fortalecer esa tarea.
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