Sáb 19.01.2008

ECONOMíA  › PANORAMA ECONOMICO

Los Ninja

› Por Alfredo Zaiat

La banca Baring forma parte de la historia de auge y decadencia del imperio británico. Era el banco más antiguo de la City y tenía clientes tan prestigiosos como la Reina. En el pasado, el cardenal Richelieu comentó que “existen seis grandes potencias en Europa: Inglaterra, Francia, Austria, Prusia, Rusia y los Hermanos Baring”. El origen del banco es holandés y fue creado en 1762. Al principio se dedicaba a la financiación del negocio de la lana pero muy rápidamente se diversificó hacia otros sectores relacionados con el comercio internacional. La Argentina del siglo XIX formó parte de un capítulo relevante de la expansión, crisis y hegemonía de esa banca británica. Su fortuna inmobiliaria fue una de las más importantes de Gran Bretaña. Cuando empezó su vertiginosa caída, dos hermanos Baring (Nicola y Peter) eran todavía quienes dirigían la fundación Baring, entidad que era el principal accionista de la sexta banca de negocios británica. Después de la quiebra de marzo de 1995, la dimisión de Peter Baring acabó con 233 años de control familiar del banco. En el libro 88888-La cuenta secreta. La caída de la Banca Baring contada por el hombre que la provocó, Nick Leeson, ese operador que con sus arriesgados y fraudulentos movimientos especulativos en el mercado bursátil de Singapur derrumbó a uno de los principales símbolos del imperio británico, resumió ese poder, real y emblemático: “Yo subía las escaleras y veía todos esos retratos de la familia Baring que miraban serenamente al espacio por encima de mi cabeza. Tenía esa mirada lejana de los hombres que han visto el mundo, compraron del mundo lo que querían, y ahora están satisfechos de gobernar sus imperios de largo alcance desde una tranquila distancia”.

El Citibank es uno de los bancos más importantes del mundo. Su expansión ha ido en paralelo con el lugar de potencia hegemónica de Estados Unidos. Fue fundado el 16 de junio de 1812, dos días antes del comienzo de la guerra entre los Estados Unidos y Gran Bretaña. Su primer presidente fue el coronel Samuel Osgood, que había combatido junto a George Washington en la revolución. En La historia oficial (Citibank, 1812-1970), Harold van B. Cleveland y Thomas F. Huertas destacan que el banco ha estado en o cerca del centro del sistema bancario de Estados Unidos por muchas décadas, y sostienen que su historia es más que la de una empresa individual debido a que ofrece invalorables postales sobre la evolución del sistema financiero estadounidense y, en general, sobre la historia económica de ese país. La Argentina del siglo XX constituye una pieza relevante de esa cadena de crecimiento y caídas del banco emblema de Estados Unidos, con los eslabones de la crisis de la deuda, su capitalización, posterior privatización de empresas estatales y estrechos vínculos con el poder menemista. En Citibank vs. Argentina, de Marcelo Zlotogwiazda y Luis Balaguer, se precisa que “desde su llegada al país, el Citibank fue un elemento estratégico en el despliegue imperial de los Estados Unidos. No es casualidad que la presencia del Citibank se opacara durante los gobiernos argentinos que aplicaron políticas refractarias al capital extranjero y que, simétricamente, floreciera en las etapas de apertura económica y de estrechas relaciones con la potencia hegemónica mundial”. No fue la primera vez en su historia de casi 200 años, pero esta semana el Citi estuvo a un paso de la bancarrota.

El extenso recorrido de la banca Baring y el Citigroup, con sus obvias particularidades y desarrollos específicos, colabora para comprender los ciclos de los imperios, desde su nacimiento hasta la madurez y la decadencia.

Como en todo proceso dinámico y complejo, como el existente en el mundo financiero, la debacle no tiene una única causa ni es el último acontecimiento el motivo de la caída, pero sí su desencadenante. Los quebrantos multimillonarios provocados por los créditos hipotecarios subprime ya suman la friolera de 100 mil millones de dólares en la contabilidad de los bancos estadounidenses, siendo lo más probable que sigan creciendo. El Citi concentra poco más del 10 por ciento del total de esas pérdidas.

El desarrollo de ese tipo de préstamos responde a una lógica de destrucción que encierra la desregulación del mercado financiero, donde bancos, fondos de inversión y todo tipo de agentes del sector han ido explorando la ampliación de los límites para la sofisticación de instrumentos financieros. Las operaciones usuales, las más conocidas por la población, son la compraventa de acciones y bonos en el recinto bursátil. El alza o la caída de las cotizaciones es el resultado de sencillas transacciones. El crac del ’29 fue por el derrumbe de los precios en la Bolsa de Nueva York. Desde la década del ‘80 comenzaron operaciones cada vez más complejas, con el objetivo de con cada vez menos capital inicial acelerar su reproducción, hasta desembocar en los créditos subprime que empujaron al sistema bancario de Estados Unidos y Europa a ingresar en una dimensión desconocida.

A ese tipo de préstamos se los denominó NINJA, por No Income No Job and Asset, que han sido las características de la población elegida para recibir los fondos necesarios para adquirir una vivienda. Aunque la definición de Ninja también hace referencia a la audacia y temeridad de los bancos. Estos entregaron créditos a clientes que no calificaban por las normas habituales de riesgos en una carrera frenética para no quedar fuera del boom inmobiliario. Con tasas muy bajas, la cadena de la felicidad parecía no tener final. Precios de los inmuebles que no paraban de subir, financiamiento barato y un nuevo sector que se incorporaba a la cartera de clientes. Cuando la tasa de interés empezó a subir se desmoronó ese mundo de fantasía de ganancias fáciles y bonanza eterna. Este proceso relativamente sencillo de comprender tuvo, en esta oportunidad, un efecto más profundo y dramático porque los bancos buscaron ampliar las fronteras de multiplicación del capital a partir de ese mismo activo.

Los créditos no quedaron en el balance de las entidades como un activo que mes a mes devengaba intereses que se ubicaban según el caso en la columna de situación regular o en la de morosos. Esos préstamos fueron incorporados como el activo de respaldo de bonos colocados en el mercado internacional, lo que generó un efecto multiplicador en Europa y, en muchísima menor medida, en Asia. Durante el período de auge se aceleró la fiesta al sumar de esa forma más capital, lo que permitió seguir alimentando el segmento de créditos subprime. El problema apareció cuando subió la tasa y la consecuente morosidad en un escenario donde esos activos de elevado riesgo se habían dispersado por el mundo financiero globalizado. La profundidad de la crisis, entonces, es ignorada hasta por las propias bancas centrales de Estados Unidos y Europa al no tener real dimensión de la magnitud de los quebrantos.

El Citigroup, por ejemplo, en su último balance trimestral, el peor de su historia, informó 54.600 millones de dólares de créditos subprime. Luego de realizar previsiones y calificar de incobrables 18.100 millones de dólares, aún tiene un potencial de quebranto de unos 36.500 millones de dólares por préstamos y bonos respaldados con ese tipo de hipotecas. Si no aparece una contabilidad oculta, como la cuenta secreta que derrumbó a la banca Baring, igualmente su situación continúa en el borde la cornisa debido a los efectos de la inminente recesión en Estados Unidos. En ese ya histórico ejercicio del cuarto trimestre de 2007, con pérdidas por 10 mil millones de dólares, el Citi previsionó otros 3300 millones de dólares para hacer frente a eventuales cuentas incobrables por créditos por tarjetas o para la compra de automóviles.

Ante el interrogante sobre cuál será la intensidad de la recesión en Estados Unidos y, por lo tanto, la cadena de incobrabilidad ya no sólo en el rubro subprime, sino en el sensible sector consumo, lo que hoy parece para el Citi un inmenso paquete de salvataje de 12.500 millones de dólares de inversores asiáticos y del Golfo Pérsico puede ser más adelante apenas una pequeña gota en ese mar de quebrantos desconocidos.

En un impactante escrito premonitorio, uno de los más célebres economistas de Estados Unidos, Paul Krugman, escribió a comienzos de 1999 De vuelta a la economía de la Gran Depresión, precisando que “casi nadie creía que las naciones modernas se verían forzadas a soportar unas dolorosas recesiones por temor a los especuladores de moneda... ni que incluso a la Reserva Federal le preocuparía su habilidad para contrarrestar un pánico de los mercados financieros”. Señalaba que “como en los años treinta, no se puede defender la globalización simplemente con la repetición de mantras sobre el mercado libre, mientras se derrumba una economía tras otra”. Krugman apunta que esa economía de la depresión está provocada por una deficiencia en la demanda. Precisamente, para alentar esa variable y apostar a eludir la recesión, la administración Bush anunció ayer un paquete de incentivos fiscales por 145 mil millones de dólares. En los hechos, los recientes e inminentes sucesos puede que no repitan aquellos de los años treinta, pero sí riman con ellos.

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