ECONOMíA › OPINION
› Por Alfredo Zaiat
Esta vez, la crisis no es en América latina ni en Asia. El epicentro de la crisis financiera es en la potencia hegemónica mundial. Tan grave es, que el economista estadounidense Paul Krugman, que para muchos merece el Premio Nobel pero que por ahora le es negado por sus posiciones revulsivas para la convención dominante, la compara con la vivida por Argentina en el 2001. En su último artículo publicado en The New York Times escribió:
- “Es improbable que los Estados Unidos sufran una recesión tan severa como, digamos, la Argentina.”
- “Pero los orígenes de nuestros problemas son bastante parecidos.”
- “La deuda externa de los Estados Unidos está en moneda propia y esto significa que no tendremos la espiral financiera de la muerte que tuvo la Argentina.”
- “Igualmente, los próximos 12 o 24 meses podrían ser muy desagradables.”
En estos momentos, no existe tema económico global más importante que el descalabro financiero de los Estados Unidos, con una inquietante dosis de dispersión a Europa, en especial al Reino Unido y Francia. Ante semejante terremoto en el corazón mismo del capitalismo, ciertas observaciones sobre aspectos fiscales (la persistencia de retenciones) o monetarias (expansión por compra de dólares) referidas a la actual situación de la economía argentina revelan un provincialismo u ombliguismo por demás sorprendente. Afuera hay un sismo de un grado y magnitud de destrozos aún desconocidos. Ya se han contabilizado quebrantos bancarios por 100 mil millones de dólares, pero la cuenta recién ha empezado.
No es para nada común en la historia de la economía argentina, ante un shock externo de esa dimensión, encontrar escaso a nulo impacto local, como por ahora. Incluso especialistas de vertientes ideológicas diversas piensan que tampoco habrá un efecto relevante en los próximos meses (ver nota de tapa de Cash). ¿Cómo puede ser? Argentina es modelo de análisis para explicar la experiencia de un país que desde el crac del ‘29 ha vivido la sucesión de una crisis tras otra. La mayoría de las veces por cambios dramáticos de la economía internacional, por caso la depresión de la década del ’30, o por caída de los términos del intercambio y/o el alza sustancial de la tasa de interés. En otras ocasiones, los descalabros también fueron provocados por la propia irresponsabilidad en la gestión económica. Como perros pavlovianos, entonces, el autorreflejo es a ponerse el casco, temer y dudar.
Ya sea por virtudes propias, por situaciones forzadas o por un mundo que está cambiando, lo cierto es que la economía argentina posee importantes escudos que la hacen bastante inmune a la actual crisis financiera global. Ese escenario inédito y de por sí asombroso, teniendo en cuenta que durante los ’90 unas brisas externas en cualquier lugar del planeta provocaban un huracán interno se explica por lo siguiente:
El dramático default de la deuda y su resistida renegociación que dejó miles de holdouts expulsó a la Argentina del mercado de capitales internacional. Esta desconexión, que es uno de los aspectos que más critica la ortodoxia, significa un alivio inmenso en función de las consecuencias desastrosas que ofrece la destructiva desregulación financiera, como se puede evaluar hoy en Estados Unidos.
Vinculado con el punto anterior, la política de desendeudamiento junto al canje de deuda en cesación de pagos suavizó un poco las exigencias en ese frente. Entonces, se han reducido las necesidades de financiamiento para hacer frente a los compromisos externos. Además, la cancelación total de la deuda con el FMI retiró de la escena política interna un agente económico desestabilizador con sus recetas de fracaso.
También relacionado con el primer punto, la medida de impulsar el control de capitales, que busca desalentar el ingreso de fondos especulativos, brinda un escenario más protegido frente a inestabilidades financieras externas. En realidad, esos controles tuvieron un impacto disuasivo más que efectivo, debido a las filtraciones existentes en el régimen.
La estrategia de acumulación de reservas internacionales, que ya alcanzaron la suma record de 47 mil millones de dólares, entrega cierto margen de autonomía. Tantas divisas en el Tesoro del Banco Central desalientan las corridas especulativas contra el peso y, por lo tanto, actúan como amortiguador de shocks externos y, a la vez, de estabilizador de la economía doméstica.
La existencia de superávit gemelos: el fiscal y el comercial. El excedente de las cuentas públicas, obtenido en gran parte por la aplicación de retenciones a las exportaciones del campo y de petróleo y derivados, disminuye la necesidad de buscar financiamiento en el mercado para pagar vencimientos de deuda. En tanto, el saldo positivo en el intercambio comercial contribuye con la provisión de divisas, escasez que provocaba estrangulamiento externo, origen histórico de crisis pasadas. Este excedente está motivado por los extraordinarios precios de las materias primas y también por el tipo de cambio alto que alienta exportaciones.
La irrupción de China e India como potencias emergentes, y el fabuloso crecimiento del resto de Asia, disparó el valor de las materias primas a niveles record. Resulta evidente que sin un esquema de precios internacionales, o sea términos del intercambio, tan favorable, los últimos dos puntos mencionados no hubieran sido posibles. Y, por lo tanto, la inmunidad a la crisis no sería tanta.
Todos estos aspectos no son propiedad exclusiva de Argentina. Otros países de la región y también asiáticos, con más o menos intensidad y con sus particularidades, han podido construir diques de defensa similares. Muchos de ellos, como la Argentina, han padecido debacles devastadoras desde diciembre de 1994, cuando México inauguró con el Tequila una sucesión de crisis que se replicaron luego a lo largo y ancho de los denominados mercados emergentes. En cambio, como admitió Krugman en el artículo citado al comienzo, “hoy (en Estados Unidos) estamos ejerciendo la función generalmente asignada a las economías del Tercer Mundo”. Si bien todavía existen muchas y relevantes cuestiones internas a resolver (pobreza, calidad del empleo, concentración económica, distribución del ingreso, inflación, y otras más), no está nada mal, al menos una vez, mirar por el balcón una crisis financiera.
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