ECONOMíA • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Enrique Martínez *
El breve gobierno de Héctor Cámpora quedó devorado por el vértigo de la Argentina de ese momento. Entre las cosas que debieran recordarse de él está el notable conjunto de pensadores progresistas de primera línea que llevó al gobierno. Nombrando sólo los que pude conocer, tengo ahora presentes a Horacio Giberti, Alberto Davie, Rafael Kohanoff y Héctor Camberos en el equipo económico de José Gelbard o el gran Arturo Jauretche, Rodolfo Puiggrós y Rogelio García Lupo en la Universidad de Buenos Aires. En varias otras áreas lo mismo. Personas sin militancia partidaria, pero con identidad y halo propio en materia intelectual, capaces de unir la teoría, la imaginación y la acción concreta, para buscar la justicia social.
Este fue un hecho relevante y no destacado de ese gobierno, tal vez porque ningún otro gobierno desde la recuperada democracia de 1983 lo imitó. Horacio Giberti, como secretario de Agricultura y Ganadería, fue coherente. Simplemente, buscó llevar a la práctica lo que había escrito antes de asumir y luego siguió toda su vida sosteniendo. Su Historia Económica de la Ganadería Argentina nos hizo ver en una película clara el escenario en que nació y se consolidó el poder conservador del país. Sus propuestas, en consecuencia, fueron casi de sentido común, para contrarrestar esa dominación. El fortalecimiento de la Junta de Granos y la Junta de Carnes; la participación activa del Estado en el comercio exterior de productos primarios; culminando con el proyecto de Ley de Impuesto a la Renta Normal Potencial de la Tierra. Este último documento tenía una base de justicia directa: buscaba gravar el potencial productivo de un bien escaso por definición, obligando así a los terratenientes, de cualquier dimensión, a producir con eficiencia o a vender la tierra a quien la quisiera trabajar. El intento no pudo ser.
Por supuesto, la oligarquía lo ubicó entre sus enemigos. Y los “progresistas”, como en tantos otros casos, poco hicieron por contenerlo o por utilizar su saber para hacer. Hoy lamentamos su muerte y honramos su actitud, su pensamiento y su legado intelectual. La democracia, sin embargo, tiene una enorme deuda con personas como Horacio Giberti. Porque además de todo eso, deberíamos estar honrando las obras que se hicieran con su participación, para mejorar la calidad de vida de los compatriotas. No pudo ser. No se quiso. Deberá ser, si es que hemos de construir el país con que Horacio Giberti soñaba, al igual que tantos y tantos de nosotros.
* Presidente del INTI.
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