ECONOMíA • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Enrique M. Martínez *
Es muy importante entender las causas reales y profundas de la crisis griega y de la amenaza de extensión a España, Portugal e Irlanda. Estas situaciones se deben aprovechar para reflexionar. Se dice que las escenas griegas nos llevan al 2001 argentino. Es cierto. Pero no sólo por los ataques a ciudadanos desesperados e indefensos. O no sólo porque las recetas de ajuste y de salvataje sólo bancario aumentan la pendiente del tobogán y empujan hacia el agujero negro. Sino también –esencialmente– por el origen del drama.
Allá y aquí se eliminó la posibilidad de contar con independencia para fijar la paridad cambiaria. Acá con el uno a uno y allá con fijar el euro como moneda única. Esa medida nos convirtió –a nosotros entonces y a los griegos ahora– en provincias pobres y de menor productividad, de regiones ricas, que además debían soportar la presión de vender bienes al mundo, por parte de otros países poderosos fuera de esa región, como China.
El resultado fue inmediato. Déficit comerciales monstruosos, que se debieron cubrir buscando financiación, lo cual creó una espiral suicida donde ganaron los bancos y los especuladores.
Argentina devaluó en 2002, ordenó su administración macroeconómica a partir de 2003 de un modo ejemplar y negocia su deuda externa de manera hábil. Además cuenta con un menú de recursos naturales que en el actual contexto le genera con cierta facilidad excedentes comerciales internacionales de envergadura y queda menos expuesta a nuevas crisis.
Grecia, España o Portugal se alinearon como patio trasero de la UE. Proveedores de mano de obra más barata para ensamblar bienes con tecnología alemana o japonesa o norteamericana y esencialmente vendedores de turismo. Con esa acompañaban. Hasta se creían ricos, como los españoles cuando discriminaban inmigrantes. Cuando la especulación financiera global tuvo su periódica explosión de burbuja, el turismo es lo primero que se resintió, como siempre. Y allí van los tres países a aumentar su deuda pública, porque no tienen cómo pagar sus importaciones y los intereses de la deuda anterior. La raíz del problema no es financiera. Es de estructura productiva. Aquí y allá. Los financistas lucran con la crisis y la agravan. Pero en su origen, no son la causa. Aquí vamos zafando con las exportaciones primarias y una buena administración.
Allá están en una trampa mortal. Y aparecen las recomendaciones para no caer en la receta del ajuste. Por caso, Paul Krugman. Este economista, reciente Premio Nobel, ocupa el pícaro rol pseudoprogre, en que con inteligencia propone salidas que no afectan el fondo de las cosas, pero permitirían ir tirando. Eso rol lo ocupaba aquí Roberto Lavagna, hasta que le brotó la aspiración política. Krugman dice que Grecia debería salir del euro y devaluar, con lo que podría aumentar sus exportaciones y equilibrar las cargas tanto de finanzas como de trabajo. Lo que Krugman no dice es que si esas exportaciones aparecen –es muy probable que suceda– serán de filiales de corporaciones trasnacionales que usen mano de obra barata griega para ensamblado. Se calmarán las aguas, pero los griegos vivirán uniformemente peor. La crisis es tan profunda, tan reiterada, tan evidente en sus causas primeras que Krugman, Stiglitz, nuestros buenos economistas y tantos otros serios analistas, debieran ir animándose a construir encuadres teóricos que señalen el auténtico camino de salida, sin atajos ni espejismos. Ese compromiso no es otro que sostener que el mundo sólo será vivible con serenidad cuando cada pueblo disponga de la tecnología para producir con eficiencia la mayor parte de los bienes básicos que necesita consumir, sin tener que depender del comercio internacional más que como un complemento, menor en términos macroeconómicos. Si Grecia debe vender el alma de su gente, transformada en televisores o automóviles de marca alemana o china, para poder seguir andando; si ésa se considera la opción virtuosa al cruel ajuste recetado por el mundo miserable de las finanzas, si ése es el modelo, no tenemos futuro. Ni ellos ni nosotros.
* Presidente del INTI.
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