ECONOMíA • SUBNOTA
- Desierto. La lluvia es casi una rareza en Los Cabos. En lo que va del año hubo sólo dos días de precipitaciones, pero eso es lo esperable. En todo 2011 llovió cinco veces en total. El paisaje está dominado por las diferentes tonalidades del gris, el marrón y el amarillo. Lo poco de verde lo aportan los cactus. Son lo más pintoresco de unas laderas peladas del cordón serrano. Hay toda clase de cactus, pero el que más se aprecia es el cardón, que también crece en el Norte argentino.
- San Petersburgo. La próxima vez que los presidentes del G-20 vuelvan a encontrarse no será en un balneario. La sede será San Petersburgo, una ciudad imperial, donde descansan los restos del último zar ruso, Nicolás II. Hay allí un impresionante complejo de palacios y parques, que se conoce como el Versalles ruso. Los jefes de Estado se olvidarán del calor de Los Cabos, aunque el frío tampoco será tan intenso como en invierno, ya que la reunión tendrá lugar en septiembre de 2013.
- Heladera. Un alto funcionario argentino no pudo esquivar a la prensa, con la que no tenía pensado conversar, cuando bajó de su habitación en el hotel Fiesta Americana. Los periodistas esperaban el fin de una de las reuniones de Cristina Kirchner en el lobby de su hotel. El funcionario se sorprendió y pidió que lo entendieran, que sólo estaba allí porque el frigobar de su habitación se había quedado sin bebidas y estaba sediento. De otro tema, no dijo una palabra.
- Taxis. La gran mayoría de los taxis en Los Cabos son grandes camionetas. Incluso hay algunas tipo combi, donde podrían viajar varias personas, aunque muchas veces llevan sólo a una. Los choferes aceptan el pago con dólares, lo que se explica en que el 80 por ciento de los turistas son estadounidenses.
- Guayaberas. Pese al calor, esta vez los presidentes no se prendieron a la moda de las guayaberas, que hizo furor en la Cumbre de las Américas de hace dos meses en Cartagena. El mandatario mexicano, Felipe Calderón (foto), la usó sólo el domingo, antes de la llegada de los jefes de Estado. De todos modos, esa prenda se convirtió en un símbolo. En el hotel donde se ubica la sala de periodistas la cobran a un precio para pocos: 216 dólares.
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