Desde San Petersburgo

En noviembre de 2008, en medio de la crisis por el estallido de las hipotecas subprime en Estados Unidos, el G-20 se reunía de emergencia por primera vez para poner un dique de contención a la debacle financiera. Eran tiempos de desconcierto para los gurúes del neoliberalismo, que veían como su modelo de desregulación de los mercados, desplazamiento del Estado y apología de las ganancias fáciles y rápidas conducían a un descalabro a escala global. Lo mismo que habían sufrido una década antes países emergentes, desde el sudeste asiático hasta Argentina, lo padecían las potencias del centro. La convocatoria al G-20 fue un reconocimiento de Estados Unidos y Europa de que por sí solos ya no podían conducir a una solución, y entonces debieron asumir el peso creciente de los Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), de otras potencias en ascenso y de naciones de desarrollo medio, que en conjunto expresan el 80 por ciento de la economía mundial. Desde entonces se sucedieron siete cumbres de mandatarios. La sangría de los mercados se detuvo, pero la economía internacional sigue estancada. El G-20 quedó a mitad de camino en el proceso de alterar las bases del modelo de valorización financiera que causó los problemas. Así es como siguen gozando de buena salud algunas de las instituciones que lo sustentaron, como el FMI, las calificadoras de riesgo, los paraísos fiscales y hasta los fondos buitre.

La agenda de temas a tratar en la cumbre que empieza mañana muestra esa tensión dentro del G-20. Por un lado, figuran las cuestiones del “desarrollo inclusivo” y la “creación de empleo”, que impulsan los Brics y naciones aliadas como la Argentina. Pero por otro, aparece la cuestión del comercio internacional, por la cual presiona la Unión Europea. El gobierno de Cristina Fernández expuso en las reuniones preparatorias, a través de la sherpa Cecilia Nahón, que el G-20 no debe avanzar en las discusiones comerciales que tienen que darse en la Organización Mundial de Comercio (OMC). Europa busca que en la declaración final de la cumbre se incluya una mención explícita de condena a las políticas de administración de las importaciones como las que aplica la Argentina. A su vez, los gobiernos de Cristina Fernández y Dilma Rousseff reclaman que en todo caso también se consideren las trabas que aplican las naciones centrales a productos de la región. CFK se lo dirá personalmente al nuevo titular de la OMC, el brasileño Roberto Azevedo, con quien también mantendrá un encuentro bilateral.

El jueves los miembros de los Brics organizarán una cumbre paralela para fijar posición frente a Estados Unidos y Europa. CFK tendrá encuentros bilaterales con cuatro de los cinco integrantes de ese grupo. Más allá de las cuestiones globales, la jefa de Estado avanzará con cuestiones particulares de la relación con cada uno de esos países. Se destaca en particular la reunión con el mandatario chino, Xi Jinping. Con él firmará una serie de acuerdos que profundizarán la “alianza estratégica entre ambas naciones”, según destacó un comunicado oficial. Se avanzará hacia la creación de una comisión binacional permamente entre los dos gobiernos para atender cuestiones bilaterales, se trabajará en la definición de un plan quinquenal para planificar y orientar la cooperación mutua y se creará un mecanismo de diálogo económico permanente. Son nuevos pasos en la consolidación de una relación comercial cada vez más fluida, con los consiguientes desafíos que eso plantea en un vínculo con una potencia como China.

El gobierno argentino también expondrá ante los países Brics su posición en la pelea con los fondos buitre. El planteo será el mismo que viene desarrollando desde que empezaron las cumbre del G-20: que no se puede permitir que un grupo de especuladores trabe una reestructuración de deuda a la que ingresaron casi el 93 por ciento de los bonistas. En el mismo sentido, volverá a levantar la bandera contra las calificadoras de riesgo y los paraísos fiscales.