Mar 22.07.2014

ECONOMíA • SUBNOTA  › TESTIMONIOS DE LOS PASAJEROS DEL SARMIENTO, ENTRE LA ESPERANZA Y EL ESCEPTICISMO

Con la utopía de viajar mejor

Curtidos por una vida de trastornos, los pasajeros estrenaron las nuevas formaciones con un moderado optimismo. Reconocen que son más seguros, piden más frecuencias pero, sobre todo, que los usuarios no destruyan los trenes.

› Por Carlos Rodríguez

La formación ingresa en la estación Once, por el andén número tres, a paso lento, marcadamente lento. “Son los trenes nuevos, no eran cuentos chinos”, bromea un grupo de jóvenes que sube a uno de los vagones y se estaciona junto a la puerta. “Ya no podemos tenerla abierta”, simula una queja Ramiro, 20 años, que viaja todos los días hasta Ciudadela. Se refiere a que ahora, si alguna de las puertas está abierta, el tren no arranca. En el interior del coche, los viajeros se apretujan. Son las seis de la tarde y los andenes están llenos de gente que vuelve a casa después de la jornada laboral. Entre los habituales viajeros están los esperanzados –y exigentes– que aseguran que “sólo queda mejorar”, los que tienen dudas que van “de la calidad de un servicio y de un personal ferroviario que ya no es ‘el de antes’” y los que piensan que “nada va a cambiar, porque ya vimos trenes estatales, privados y privatizados a garrote, sin que nada cambie”.

Página/12 compartió parte de un viaje que partió de Once con destino a Moreno, en uno de los nuevos trenes importados de China, cuyos detalles de confort ilusionan a muchos, aunque siguen pensando que “hay que mejorar las frecuencias, garantizar la seguridad y educar a la gente para que no rompa los vagones como ocurre ahora”. Los pasajeros conservan en su memoria colectiva los resquemores de dos accidentes graves. Es anecdótico, pero a la vez prueba de ese resquemor, la reacción de algunos cuando el convoy pega una frenada inesperada segundos después de la partida. Todos sonríen cuando la formación retoma su andar silencioso, sin los “saltos” que suelen tener los viejos vagones y que parece seguir una sugerencia o un mandato : “Motorman, no corras”.

“Yo creo que si mejoramos las frecuencias y nos cuidamos entre todos, y cuidamos los trenes, vamos a viajar mejor, más cómodos, pero hay que trabajar mucho para lograrlo. Lo que uno quiere es pagar un boleto y viajar bien, no tan apretados como viajábamos antes; con más frecuencias viajamos mejor”, insiste Leonardo, de 54 años, vecino de Merlo, quien por primera vez viajó ayer, de regreso a su casa, en una de las nuevas formaciones. Según Leonardo, hasta ahora “no hubo mejoras sensibles después de los accidentes; esperemos que ahora, con los trenes nuevos, la cosa mejore en serio. Yo viajo todos los días, así que me voy a dar cuenta si todo empieza a andar mejor o si sigue igual”.

Lucas y su mujer componen una pareja joven que todos los días hace el trayecto entre Once y Castelar. “Lo que necesitamos es mayor frecuencia entre tren y tren, porque viajamos aplastados, sobre todo a la mañana, en la ida. A la mañana, en la hora pico, es terrible, se viaja muy mal”. Lucas advierte que “todos los que viajamos a diario queremos que el tren mejore, que sea seguro y rápido, porque para nosotros es irremplazable; no tenemos ninguna alternativa parecida para viajar a la Capital Federal y nos merecemos un servicio seguro, rápido y en lo posible, cómodo”.

Fermín, de 58 años, es escéptico: “Hasta ahora no ha mejorado nada y ya no tengo esperanzas. El tren nuevo está limpio, tiene más comodidades, pero seguimos viajando apretados, apurados, molestos. Todos esperamos que con lo nuevo mejore, pero hay que esperar los resultados y ver qué pasa”. A su lado, Manuel es todavía más crítico: “Yo viajo hace más de treinta años por el Sarmiento, todos los días, desde Haedo, con servicio privatizado, con servicio estatal y nunca ha mejorado nada. No creo que las cosas cambien lavándoles la cara a los trenes”.

Manuel tiene recuerdos que no le permiten, al menos por ahora, “un lugar para la esperanza”. Desde que viaja, “varias veces, la gente ha prendido fuego los vagones, en Ramos, en Haedo”. A su lado, Florencia, 38 años, cree que las tragedias ocurridas “tienen que hacernos reflexionar a todos y me parece que se han tomado algunas medidas que tienen que mejorar el servicio, pero hay que ser muy estrictos con los controles”.

Florencia considera que al pasar de ocho a nueve vagones por formación, “en las horas pico se tiene que viajar un poco mejor, sin apretujones y maltrato entre nosotros, pero hay que trabajar mucho. Me parece que los nuevos trenes son más seguros, porque si hay una frenada brusca, los vagones no se van a apilar unos sobre otros, como antes”.

Josefina, de 52 años, vecina de Moreno, espera que “de una vez por todas se acabe el calvario de viajar a la Capital Federal, en un tren donde nos morimos de frío en invierno y de calor en verano”. Ella está convencida de que “todos, desde el Gobierno para abajo, tenemos que empezar de nuevo, porque no es posible que nosotros mismos destruyamos lo que es nuestro”. Amadeo, 45 años, coincide en este punto: “Si queremos conservar estos trenes nuevos en buen estado, no los tienen que poner a la noche tarde, porque hay mucha gente que rompe los asientos, las ventanillas y todo lo que puede, porque sí, por hacer daño”.

Diego trabaja en Aluar y a diario es usuario alternativo del Sarmiento y del Belgrano Sur, ya que se mueve por su trabajo en la zona oeste del conurbano y por las noches vuelve a su barrio, en González Catán. “Creo que el servicio debería mejorar, pero eso depende de muchos factores: de las frecuencias, de mejorar las estaciones para que haya una mejor señalización y de mejorar la educación de la gente que viaja”.

En este sentido, reconoce que “hay mucha destrucción por parte de los usuarios, es un desastre lo que pasa y eso nos afecta a todos, porque subimos corriendo, empujándonos, golpeándonos; eso se tiene que mejorar de parte nuestra y las autoridades tienen que mejorar la seguridad del servicio, la comodidad, las frecuencias. Lo único que queda es mejorar de los dos lados”. El tren es un semirrápido. En Flores se escucha la queja de Matilde: “Nadie me avisó que no paraba en Villa Luro; no puede ser que no nos den información antes de subir al tren”.

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