EL MUNDO › OPINION
› Por Claudio Katz *
Uribe no logró imponer el principio de la guerra preventiva, pero sumó al terrorismo de Estado interno una agresión externa. Padeció el cuestionamiento de la OEA, pero zafó de una condena acorde al atropello que perpetró contra Ecuador.
Con una ensalada de disculpas y excusas pretendió ocultar que ordenó el asesinato de Reyes para frustrar la negociación de un canje humanitario. Buscó un trofeo de guerra para reforzar la impunidad de sus socios paramilitares y encarrilar el dispositivo de la re-reelección. Junto al esperado respaldo de Bush recibió el caluroso apoyo de Hilary y Obama, que recordaron la existencia de América latina a la hora de auxiliar al tercer receptor mundial de armamentos estadounidenses.
La agresión chocó con la firme actitud de Correa. Su decisión de romper relaciones diplomáticas precipitó la reacción de los restantes presidentes, ya que una respuesta más tibia habría diluido ese rechazo. La contundencia de Ecuador permitió, además, alejar dos peligros potenciales: la extensión del padrinazgo político que Brasil y Argentina ejercieron sobre Centroamérica en los años ’80 y la custodia militar –disfrazada de acción humanitaria– que actualmente practican en Haití.
Chávez fue situado nuevamente por la gran prensa en el banquillo de los acusados. Le endilgaron “sobreactuación” e “interferencia en un conflicto ajeno”, como si el ataque ensayado en Ecuador fuera ajeno a un plan contra Venezuela. Dispuso un despliegue militar como señal de alerta frente a tropas colombianas, que tienden a reproducir los métodos de Israel. Chávez tampoco desconoce que sólo el pantano de Irak ha impedido, hasta ahora, la típica intervención que suelen perpetrar los marines contra los gobiernos antiimperialistas.
El trasfondo de todos los conflictos en curso es el rechazo de las clases dominantes a los proyectos reformistas que despuntan en la región. Quienes desconocen esta causa trazan comparaciones inadecuadas con las rivalidades militares del pasado, que enfrentaron a gobiernos igualmente reaccionarios. Esta misma omisión de los proyectos políticos e intereses sociales en disputa induce a una falsa identificación de Chávez con Galtieri o a proclamas neutralistas, que equiparan a las víctimas con los victimarios.
Las confrontaciones que irrumpieron durante esta semana pasada suscitaron un legítimo temor al baño de sangre. Este peligro persistirá mientras Uribe continúe preparando tropelías. Sus consejeros del Departamento de Estado ya participan en el intento derechista de balcanizar a Bolivia. Allí el objetivo es frustrar un proceso de la nacionalización de los hidrocarburos, democratización política y la reforma agraria. En distintos países y circunstancias, las fuerzas en pugna en América latina son muy semejantes.
* Economista, profesor de la UBA.
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