Dom 09.03.2008

EL MUNDO  › SEGUNDA NOTA SOBRE LAS NUEVAS IZQUIERDAS EN LATINOAMERICA

7 preguntas y 7 respuestas sobre el Brasil de Lula

› Por José Natanson

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¿La política económica de Lula es neoliberal?

Desde su llegada al gobierno, en enero del 2003, Lula aplicó una rigurosa política fiscal, medidas antiinflacionarias y el dudoso record de fijar la tasa de interés más alta del mundo (26,5 por ciento). La explicación se encuentra en la profunda crisis económica que golpeó a Brasil en los meses previos al triunfo de Lula, en buena medida consecuencia de los desequilibrios acumulados en los últimos años por Fernando Henrique Cardoso, pero también resultado del temor de los mercados ante el ascenso del primer presidente obrero de la historia de Brasil y, por supuesto, un subproducto previsible de la crisis argentina del 2001. Aunque las diferencias entre el neoliberalismo aplicado en ambos países son importantes (Cardoso devaluó el real a tiempo, implementó una reforma fiscal clave y se cuidó de privatizar empresas estratégicas como Petrobras), el fantasma de un estallido estaba muy presente en Brasil, a punto tal de condicionar las primeras decisiones económicas de Lula. Su ministro de Hacienda, Antonio Palocci, lo dijo claramente en una reunión con un grupo de diputados del PT que, enojados y refunfuñantes, cuestionaban la decisión de mantener las líneas maestras de la macroeconomía de Cardoso. “Nos dejaron el país quebrado. ¿Acaso quieren que terminemos como Argentina?”

2

¿Hizo bien Lula en continuar con las políticas macroeconómicas de Cardoso?

Quienes critican la estrategia continuista exhiben números en apariencia inapelables. Desde que asumió Lula hasta el año pasado, Brasil creció en promedio 2,6 por ciento, muy por debajo de la media latinoamericana. De hecho, por momentos ha ocupado los últimos lugares del ranking junto a países como Haití y Guatemala. Para los más críticos, esta performance decepcionante es consecuencia directa de la ortodoxia fiscal, las altas tasas de interés y el tipo de cambio sobrevaluado. Luiz Carlos Bresser-Pereira, economista y ex ministro de Hacienda, me dijo en una entrevista en San Pablo que los motivos del bajo crecimiento de su país no son muy misteriosos. “Es un típico caso de enfermedad holandesa. Se llama así porque ocurrió en Holanda cuando se descubrió gas, y los recursos y las inversiones, en lugar de destinarse a la industria y la infraestructura, se orientaron a la extracción de hidrocarburos. También puede venir de la abundancia de otros recursos naturales, como soja, carne, trigo. Al tener un costo marginal muy bajo, se genera una sobrevalorización del tipo de cambio. En países como Brasil, esto impide que las industrias sean competitivas y termina aplastando el crecimiento.” Los defensores de Lula reconocen el problema, pero argumentan que Brasil es un país económicamente muy complejo, que ostenta una posición en el mercado mundial que lo obliga a competir con una industria eficiente y tecnificada, por lo cual no puede permitirse una estrategia proteccionista de dólar devaluado como la de Argentina, y mucho menos arriesgar la estabilidad económica. “Cuando recién asumimos –me dijo en Buenos Aires Marco Aurelio García, asesor de Lula en temas internacionales– se había instalado la idea de que un gobierno nuestro traería una inestabilidad política como la de Venezuela y una inestabilidad económica como la de Argentina.” Desde esta perspectiva, era necesario emitir señales tranquilizadoras para controlar la inflación y alejar el fantasma del default, y después sí agregar medidas de orientación desarrollista que, según los defensores de Lula, marcan una diferencia clara con las políticas de Cardoso, como el fortalecimiento del banco nacional de desarrollo, el BNDES, cuyos préstamos hoy superan a los del Banco Mundial y el BID sumados, y el refuerzo de empresas como Petrobras. Además, claro, del Plan de Aceleración del Crecimiento, un megaprograma de incentivos fiscales e inversiones por 240 mil millones de dólares lanzado en enero del 2007, luego de que Lula obtuviera su reelección. Y como las estadísticas son como los sueños, que cada uno interpreta a su modo, también pueden darle la razón a Lula: en el 2006, Brasil creció 3,7, un porcentaje inferior al promedio regional pero superior al de los años anteriores, y el año pasado 5,3 por ciento, su mejor marca en una década, sin desequilibrios en el horizonte, con una deuda externa relativamente baja y –a diferencia de la Argentina– con la inflación totalmente controlada.

3

¿Lula traicionó a la izquierda?

La pregunta puede parecer abstracta, pero viene a cuento de la reacción de intelectuales y políticos que acusan a Lula de haber renegado de sus ideales. En principio, salvo los desinformados o negadores, nadie debería sorprenderse mucho: en el 2002, en plena campaña electoral, el FMI ofreció un paquete de salvataje a Brasil de 30 mil millones de dólares con la condición de que todos los aspirantes a la presidencia –o sea Lula– se comprometieran a aplicar un programa ortodoxo. Y Lula, presionado por la crisis financiera, aceptó firmarlo.

Pero el giro no debería ser visto como un simple intento de adaptación oportunista, sino como el resultado de un largo proceso de aprendizaje, consecuencia de las derrotas presidenciales anteriores y de la experiencia del PT en la gestión de grandes ciudades, incluyendo San Pablo: una cosa es cantar en los fogones del Foro Social Mundial y otra muy distinta gobernar megalópolis con enormes problemas y un presupuesto limitado. Las cosas se aprenden de ese modo. Y también de escuchar a la sociedad, que tras diez años de neoliberalismo comenzaba a desencantarse con Cardoso, pero que no estaba dispuesta a tirar por la borda los avances de modernización y estabilidad que tanto esfuerzo habían costado. En este sentido, el ascenso del PT fue una consecuencia tanto de los fracasos como de los éxitos de Cardoso, por lo que es natural que su estrategia económica haya contemplado este balance.

4

¿Lula está haciendo cosas por los pobres?

Lula asumió el poder con la promesa de que, al cabo de cuatro años de mandato, todos los brasileños tendrían garantizadas sus tres comidas diarias. No lo logró, pero avanzó mucho. Su estrategia consistió en fusionar una serie de programas creados por Cardoso en uno solo, el Bolsa Familia, y luego ampliar la cobertura. En el 2003, antes del triunfo del PT, 3,6 millones de familias recibían el programa; hoy el beneficio llega a 11 millones de familias, 44 millones de personas, lo que equivale a un cuarto de la población brasileña y supera al total de habitantes de la Argentina.

El programa consiste en una transferencia de dinero a los hogares más pobres, que se entrega mensualmente a las madres y que exige como contrapartida mantener a los niños en el sistema escolar y llevarlos periódicamente al médico, lo cual contribuye a prevenir enfermedades, combatir la deserción escolar y atacar el empleo infantil. Cada familia recibe en promedio 34 dólares, lo cual parece poco, pero no tan poco si se tiene en cuenta que en Brasil una familia en situación de extrema pobreza gana 68 dólares mensuales. En muchos casos, es la diferencia entre la vida y la muerte.

La decisión de Lula de focalizar las políticas sociales en la población pobre en lugar de aplicar criterios universalistas suele ser muy criticada, pero conviene tener cuidado con las simplificaciones. En principio, un plan que llega a 44 millones de personas difícilmente pueda definirse como “focalizado”. Pero además no está clara la alternativa, pues la idea de un subsidio universal en un país como Brasil es directamente absurda. El camino elegido por Lula es por supuesto discutible, sobre todo por los límites para cambiar las estructuras profundas de la desigualdad, pero en absoluto ineficaz: el Bolsa Familia, junto a otras medidas como el aumento del salario mínimo, produjo una reducción de la pobreza, que hoy se ubica en el 33 por ciento, contra casi 37, 5 cuando asumió el gobierno.

5

¿La situación institucional de Brasil le pone límites a Lula?

Vicente Palermo, el argentino que mejor conoce la política brasileña, sostiene que, a diferencia de países como Venezuela y la Argentina, en Brasil existen una serie de factores que limitan seriamente el margen de acción de los presidentes. “Uno podría pensar que, al ser un país tan grande y poderoso, el presidente cuenta con mucho poder, pero en realidad no es así”, explica Palermo.

Entre los límites más importantes figura el sistema de partidos, que es tan complicado que hay que estudiar varios años para entenderlo e incluye hasta partidos de aluguel (alquiler), pequeñas agrupaciones con personería jurídica que en vísperas de elecciones se venden al mejor postor y que luego se descartan. También pesan los poderes estaduales, una sociedad civil activa y atenta (aunque poco propensa a la acción directa) y las grandes burocracias intocables, a los que ningún presidente se les anima, como la cancillería de Itamaraty o el Banco Central.

Como todos los presidentes brasileños, Lula carece de mayoría legislativa, por lo que se ha visto obligado a buscar acuerdos parlamentarios con todo tipo de partidos. Esto explica sus dificultades para avanzar en políticas más radicales y permite entender –aunque no justificar– la crisis que estalló en el 2005, cuando se revelaron los pagos de mensualidades a legisladores opositores a cambio de su apoyo al gobierno, en una serie de escándalos que incluyó la detención en un aeropuerto del asesor del PT, José Adalberto Viera da Silva, acusado de llevar 100 mil dólares en sus calzoncillos. “Eso es lo que yo llamo dinero sucio”, escribió José Simao, el filoso humorista del Folha de São Paulo.

6

¿Brasil quiere liderar América latina?

Probablemente no América latina, pero seguramente sí América del Sur. Brasil ocupa el 47 por ciento de la superficie y limita con 10 de los 12 países de Sudamérica, tiene la mitad de la población y un PBI de casi 800 mil millones de dólares, lo que implica la mitad del sudamericano y cuatro veces el de Argentina, siete el de Chile y 80 veces el de Bolivia.

Durante décadas, la singularidad lingüística y cultural de Brasil convenció a sus gobernantes de que lo mejor era imponer una distancia altiva en sus relaciones con el resto de la región, pero la estrategia cambió en 1985, con el fin de las dictadura y la distensión con Argentina, su tradicional competidor regional y actualmente su socio más confiable. Desde aquel momento, Brasil comenzó a impulsar la integración regional, primero a través del Mercosur y luego de la Comunidad Sudamericana. Durante la etapa de Cardoso, el esfuerzo integracionista tuvo un perfil más económico, orientado al intercambio comercial, pero desde la victoria de Lula se ha ido complementado con una serie de medidas políticas: Brasil lideró la misión de Naciones Unidas en Haití, envió comisiones de mediación a las crisis de Ecuador y Bolivia y juega un papel central como gran contenedor regional de Venezuela.

Todas estas iniciativas parten de la idea de que el desarrollo de un país de dimensiones continentales como Brasil nunca será posible en un entorno regional convulsionado, lo cual se traduce en proyectos positivos pero también genera problemas: los socios más pequeños del Mercosur, Uruguay y Paraguay, acusan a Brasil de no entender la importancia de reducir las asimetrías, como demuestra el hecho de que los fondos de compensación –pálida copia de los Fondos Estructurales de la Unión Europea– apenas alcancen los 100 millones de dólares. Además, claro, de las tentaciones subimperialistas, como la agresiva política de Petrobras en Bolivia y el sello arquitectónico de esta inclinación: la embajada brasileña en La Paz, una imponente mole de hormigón y vidrio, no tan fea pero casi tan grande como la embajada de la ex Unión Soviética en Berlín Oriental.

7

¿Tiene futuro la izquierda brasileña?

En el 2010 Lula habrá gobernado dos períodos, sin posibilidad de reelección. El PT, pese a los golpes, conserva su lugar en el escenario político, pero tiene un déficit de candidatos, ya que algunas de sus figuras más fuertes tuvieron que dejar el gobierno tras los escándalos de corrupción, y ninguno de los posibles postulantes tiene el peso político del actual presidente. Pero lo central, más allá de las especulaciones electorales, es que la presidencia de Lula dejará una fuerte impronta en la historia brasileña, al igual que la gestión de Cardoso, dos buenos presidentes no tan diferentes entre sí, aunque el tiempo histórico de cada uno y su lugar en el campo político sí fueron muy distintos. El PT, sin candidatos de peso, se expone a una derrota en el 2010, aunque esto no necesariamente implicará un cambio radical en la política económica, en la estrategia de inserción internacional ni en los programas sociales de Brasil: algunas decisiones de Lula, en particular la extensión de la cobertura social a los sectores más pobres, difícilmente puedan desactivarse sin generar resistencia. Tal vez sea éste, más allá de los resultados electorales, el gran triunfo de la izquierda brasileña.

La semana próxima: 7 preguntas y 7 respuestas sobre el Chile de Lagos y Bachelet.

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