EL MUNDO › LOS BLANCOS POBRES VOTAN A LOS REPUBLICANOS Y LOS YUPPIES A LOS DEMOCRATAS
La batalla electoral entre Obama y Clinton desnudó la principal debilidad del gran favorito entre los demócratas: su falta de apoyo en la inmensa clase trabajadora blanca, que hace mucho abandonó al partido por su fallida política racial.
› Por John Dinges *
OPINION
El problema para Barack Obama es el problema del Partido Demócrata como tal: el votante blanco de mediano y bajo ingreso. La apuesta de Hillary Clinton es que ese problema se transformará en su última oportunidad de ganar la nómina de su partido.
Se puede decir de otra manera: el Partido Demócrata es históricamente el partido que representa la “clase trabajadora”, las personas con bajo nivel educativo, trabajos no-profesionales, niveles modestos de ingreso. Esas personas, en su gran mayoría, son de raza blanca. El problema para el partido, y para Obama en particular, es que esos votantes han huido en masa del partido, encontrando su nuevo hogar político en el Partido Republicano.
Si el eventual candidato demócrata no logra reconquistar gran parte de los votantes blancos de modestos recursos, no gana. Es así de fácil. Los últimos resultados de la votación en el estado de Pennsylvania no sólo han dejado el problema al descubierto, sino que han dado nueva vida a la candidatura de Hillary Clinton, a pesar de la ventaja supuestamente insuperable que lleva Barack Obama frente a ella.
Es una ironía: el Partido Demócrata, políticamente de centroizquierda, ha perdido a los trabajadores. Para desenredar este fenómeno tan poco intuitivo (especialmente para el mundo más ideologizado de América latina), hay que mirar dos realidades sociales que los norteamericanos se esfuerzan para no mirar de frente: la política de clase y las hostilidades todavía muy enraizadas entre blancos y negros.
Y “mirar de frente” es muchas veces lo último que se hace dentro del Partido Demócrata. Hace tiempo se ha perdido la franqueza retórica para decir las cosas con su nombre cuando se trate de raza y clase. Le tocó a un comentarista británico, Anatole Kaletsky del London Times, pronunciarlo en voz alta, hablando de los últimos resultados: “La conclusión sería bastante obvia, si no fuera por el afán de ser políticamente correctos que les hace casi imposible a los políticos y comentaristas norteamericanos expresar tal sentimiento: podría ser que el Sr. Obama no puede ganar los estados grandes e industriales (como Ohio y Pennslyvania), con sus poblaciones de blancos conservadores de clase trabajadora, simplemente por su raza”.
Doy aparte algunos datos, basado en un estudio del prestigioso Brookings Institution, para entender lo que constituye esa “clase trabajadora” de que se habla tan poco en EE.UU. Pero primero su importancia política en la actual elección.
La triste realidad es que, por varias razones, ha existido mucha competencia y hostilidad de raza que ha polarizado la clase trabajadora. El Partido Demócrata primero levantó de la pobreza a esa clase, que en los años treinta era mayoritaria en el país. Según el estudio de Brookings: “La época que va desde los últimos años ’40 hasta mediados de los ’60 era la época en que fue creada la primera clase media masiva en el mundo –una clase media que daba entrada hasta a los trabajadores de fábrica–. Fue, en otras palabras, una clase media a la que los miembros de la clase trabajadora blanca podrían aspirar a pertenecer y a la que muchas veces lograba pertenecer.”
En los años ’60, consecuente con sus ideales, el Partido Demócrata abrazó la lucha por la igualdad de los negros, que también pertenecían en su mayoría a la clase trabajadora. Pero una fallida estrategia de hacer prosperar a la rezagada clase trabajadora negra llevó al partido a un gran fracaso que todavía está pagando en derrotas electorales. La estrategia falló porque hacía pagar a los blancos de la clase trabajadora por los beneficios de los negros.
Hubo programas sociales tremendamente costosos: integración forzosa en las escuelas, subsidios para mujeres solteras con niños, seguro de salud gratis para personas de bajos recursos o sin empleo. Por un lado, gran parte de los beneficiarios de estos programas eran de la minoría negra. Por el otro lado, los altos impuestos para pagar los beneficios recaían en los trabajadores con empleos estables, que en su gran mayoría eran blancos. Fue una trampa. Como dice el estudio del Brookings: “El Partido Demócrata cayó victima de una fuerza ideológica liberal que lo llevó desde programas pagados con los impuestos de los pocos para beneficio de muchos hasta programas pagados con los impuestos de los muchos para beneficio de los pocos”.
El resultado: la mayoría de los blancos de la clase trabajadora transfirió su lealtad política al Partido Republicano, que favorecía la reducción de impuestos y la eliminación de programas sociales (por ejemplo, las cuotas raciales en el empleo) que favorecían a los negros. Hay que remontarse en la historia hasta el año 1964 para encontrar la última vez que la mayoría de la clase trabajadora blanca dio la mayoría de sus votos a un candidato demócrata en una elección presidencial.
Puede parecer una perversidad política, pero es verdad: la inmensa mayoría de la clase trabajadora en Estados Unidos (los blancos), perciben al Partido Republicano como el partido que defiende a sus intereses.
De allí, la dinámica de la contienda de Hillary Clinton y Barack Obama. Obama nunca se presenta como un candidato negro, sino como la promesa de una nueva realidad “post-racial” que deja atrás la vieja política de polarización y competencia de suma cero entre grupos. Su desafío más grande es demostrar que puede ganar el apoyo de los blancos.
La lógica de Hillary Clinton es otra. Por necesidad, se presenta como la candidata que puede recuperar el apoyo de los blancos, especialmente los de bajos recursos. O sea, la famosa clase trabajadora blanca. Pero no sólo eso. Hillary cree que su última oportunidad para revertir la ventaja de Obama (que lleva la mayoría de voto popular y de delegados electos hasta el momento) pasa por la desconstrucción de la imagen de Obama como el candidato post-racial. Dicho de la manera más cruda: Obama pierde si se convierte en el candidato negro, en el que representa a los votantes negros y a sus intereses. Siendo el “candidato negro” Obama no puede atraer suficientes votos entre la clase trabajadora blanca para ganar.
La controversia que ha consumido la cobertura de las últimas semanas por las declaraciones del ex guía espiritual de Obama, el pastor Jeremiah Wright, ha tenido el efecto de asociar a Obama con los aspectos más negativos del movimiento negro: su discurso antiblanco y de resentimiento racial, hasta con un tinte antiestadounidense.
Nada de esto pone en duda, según la mayoría de los comentaristas políticos, la inevitabilidad “matemática” de la eventual victoria de Obama en las primarias. Pero apunta este análisis al dilema más engorroso del Partido Demócrata: la debilidad entre la clase trabajadora del partido que supuestamente es el partido de la gente común.
En el último término, hay sabios que argumentan que no importa el pasado, que el desprestigio del régimen de George W. Bush y del Partido Republicano es un obstáculo insuperable. La prueba de esto está en el gran número de republicanos que está cambiando su inscripción partidaria para convertirse en demócratas. Y la gente joven se está enganchando con la política por primera vez en muchos años, etcétera. Es tema para otro análisis.
Pero en cuanto al fenómeno de la clase trabajadora, hay que apuntar una tendencia demográfica que –tarde o temprano– va a neutralizar el dilema. Es otro dato del estudio de la Brookings: el crecimiento de una nueva clase masiva, que Brookings describe como una clase media alta de profesionales y gerentes que en gran parte apoya la plataforma liberal de los demócratas. Están llegando a conformar el 20 por ciento del electorado, según el estudio de la Brookings, y se proyecta que crecerá hasta el 33 por ciento en los próximos 12 años.
Es una buena noticia para Obama, que siempre se ha presentado como el candidato de la política del futuro. Puede ser que su apoyo más débil sea entre la clase trabajadora blanca. Pero Obama arrasa con esta nueva clase masiva. Según todas las encuestas, hasta ahora, después del apoyo que tiene entre los negros, el grupo demográfico más sólido para Obama es el de la gente con ingresos por encima de $ 100.000 y con grados universitarios avanzados.
Todo esto va contra la intuición política convencional, pero hace pensar, ¿no?
* Codirector de Ciper y profesor la Universidad de Columbia.
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