Dom 25.05.2008

EL MUNDO  › ESCENARIO

Caperucita Roja y el lobby feroz

› Por Santiago O’Donnell

Fue quizás el mayor escándalo por tráfico de influencias en la historia de los Estados Unidos. En los ’80 supo copar las primeras planas de los diarios y las aperturas de los noticieros. Charles Keating era un oscuro personaje de Phoenix, Arizona, presidente de una importante financiera, la Lincoln Savings and Loans, en esa ciudad. Como muchos directivos de Savings and Loans en todo el país, Keating usó préstamos garantizados por el gobierno federal para timbear en mercados inmobiliarios especulativos y otras bellezas. Cuando la burbuja se pinchó, cientos de Savings and Loans colapsaron como un castillo de naipes. Limpiar el desastre costó la friolera de quinientos mil millones de dólares y disparó el déficit que le costó la reelección al papá de Bush.

Pero Keating tenía sus contactos. Había contribuido generosamente a la campaña de varios políticos y en especial a la de cinco senadores, y decidió que era un buen momento para cobrarse el favor. Entonces se reunió con los cinco y los convenció de que intercedieran ante los reguladores. Los senadores pusieron la firma en cartas pidiendo que salvaran a Keating, pero la maniobra no prosperó. Lincoln Savings and Loans se fundió y le dejó al Estado un muerto de 3400 millones de dólares, el más grande de todas la financieras quebradas. Los reguladores se le fueron encima, Keating terminó preso y los cinco senadores que lo ayudaron fueron sentados en el banquillo de los acusados del Comité de Etica del Senado. La banda de descarriados necesitaba un nombre y la prensa los bautizó “Los Cinco de Keating”. Las audiencias televisadas de sus juicios políticos, y las sanciones legislativas que les siguieron, hundieron las carreras de cuatro de los cinco. El quinto es John McCain.

Keating era muy amigo de McCain. Apoyó sus campañas desde el principio. Lo paseó en su avión privado. Compartieron unas vacaciones en las Bahamas. Fueron prácticamente socios: el financista se asoció a la esposa del legislador para desarrollar un shopping. Después del escándalo, McCain escribió un libro diciendo que estaba muy arrepentido y para limpiar su imagen se puso al frente de una reforma para transparentar las contribuciones a las campañas políticas. Pero al poco tiempo volvía a las viejas mañas.

En su primera campaña presidencial, en el 2000, se mostró con una lobbista rubia y 30 años más joven que él, Vicky Iseman, en varios eventos de campaña y fiestas particulares. La lobbista era una socia de la firma Alcade & Fay, que representa a empresas de telecomunicaciones y McCain, un importante miembro del Comité de Comercio del Senado, organismo clave para las firmas que representaba Iseman. Ese año, McCain y Iseman viajaron juntos en un jet privado de una de esas firmas desde Washington a Miami, ida y vuelta. Para asistir a una fiesta en la casa de un magnate de cruceros por el Caribe, en la que participaron varios clientes de la lobbista.

McCain se vendía como un cruzado por la desregulación de las telecomunicaciones, pero desde su comité favoreció el mantenimiento de mercados concentrados en las ciudades donde operaban los clientes de su amiga la lobbista, según reveló el mes pasado una investigación del New York Times. Incluso mandó cartas al ente regulador, el FCC, en favor de esos clientes, las cuales motivaron una queja del presidente del FCC por las “interferencias” del senador.

La campaña del 2000 incluyó además una situación bizarra. W. Bush, que competía por la nominación republicana, acusó a McCain de hipócrita porque se la daba de cruzado contra los lobbistas, pero no se privaba de financiarse con sus contribuciones. McCain respondió convocando a todos los lobbistas que conocía, que eran muchos, a una cena para recaudar fondos. Para enfatizar su supuesta honestidad, en la entrada del salón los colaboradores del senador les colgaron a los invitados prendedores con la leyenda “McCain votó en contra de mi ley”. Pero la publicidad previa al evento fue pésima y McCain decidió, a último momento, no asistir. Más tarde escribiría que esa noche se portó “como un cobarde”. Con todo eso resurgió el tema de “Los Cinco de Keating” y los propios asesores de McCain tuvieron que convencerlo de que tomara distancia de la lobbista.

Pero al año siguiente McCain volvía a las andanzas. En el 2001 fundó una organización no gubernamental, el Reform Institute, supuestamente dirigida a contrarrestar la influencia de los lobbistas en Washington. Al año siguiente, en el 2002, logró la aprobación de una ley que lleva su nombre, y que prohíbe las llamadas “donaciones blandas”. O sea, las contribuciones ilimitadas que las grandes corporaciones canalizaban a través de los partidos, para evitar los topes impuestos a las donaciones de campaña. Pero el 2005 el senador debió renunciar a la presidencia del Reform Institute después de que informes de prensa dieran cuenta de que la ONG se financiaba... con dinero de lobbistas. Otra vez, McCain hizo trompita, pidió perdón y prometió no hacerlo más.

Pero el candidato republicano a la presidencia parece incorregible. Actualmente su jefe de campaña, Rick Davis, es un lobbista de Davis Manfort, una firma que representa a varios gobiernos extranjeros, incluyendo los de Ucrania, Georgia y Latvia, al gigante de telecomunicaciones Venizon y a una firma israelí que le vendió imágenes satelitales al Departamento de Defensa. Según el Washington Post, el año pasado en Suiza Davis le presentó a McCain a un empresario, Oleg Deripaska, que tiene la entrada prohibida a los Estados Unidos por sus supuestos vínculos con la mafia rusa.

El principal asesor en política exterior de McCain, Randy Scheunemann, también es un lobbista registrado en el Congreso como representante de gobiernos extranjeros. Como tal, informa el New York Times, les presentó a McCain a los cancilleres de Albania, Croacia y Macedonia cuando esos países bregaban por ingresar a la Comunidad Europea y al taiwanés cuando negociaba un tratado de libre comercio con Estados Unidos.

El protesorero de la campaña, Wayne Berman, también lobbista, representó a Chipre y Trinidad y Tobago. El subjefe de campaña, Christian Ferry, trabaja en la misma firma que Davis, el jefe de campaña. La jefa de finanzas de la campaña, Susan Nelson, trabaja para una empresa de lobby que tiene como cliente a la megaempresa telefónica AT&T, una abonada al Comité de Comercio de McCain. John Green, el enlace de la campaña con la bancada republicana en el Parlamento, también trabaja de lobbista para una conocida firma de Washington. El flamante jefe de gabinete de McCain en el Senado es un ejemplo de cómo trabajar los dos lados del mostrador. Asumió hace tres semanas después de servir durante siete años como lobbista de empresas de telecomunicaciones, y antes de eso era empleado de McCain en el Comité de Comercio.

McCain no es el único político que emplea lobbistas para hacerse elegir, de hecho también hay lobbistas en el staff de Barack Obama, el candidato demócrata. Los lobbistas en Washington son famosos por trabajar en los años pares para las campañas y en los años impares para las empresas privadas. Pero una cosa es tolerar la presencia de alguno de esos personajes en el segundo o tercer nivel de la estructura, como hace Obama, y otra cosa es que manejen la campaña, como ocurre con McCain, que además se llena la boca diciendo que nadie hizo más para alejar a los lobbistas de los políticos.

Pero Obama no come vidrio. Hace diez días lanzó su campaña como virtual candidato de su partido a la presidencia con una aparición en Oregon, donde advirtió que no consideraba que el escándalo de “Los Cinco de Keating” estaba “fuera de los límites” de los temas a debatir con su contrincante. Los asesores de McCain respondieron indignados que eso es un ejemplo de la “vieja política” que Obama había prometido evitar. También tildaron de “campaña sucia” la investigación del New York Times, sin desmentir ni una coma. Pero no fue suficiente.

Con la duda instalada, McCain volvió a recurrir al viejo truco del reciclaje. La semana pasada anunció que había adoptado un estricto código de ética que prohibía a lobbistas registrados en el Congreso trabajar para su campaña. El encargado de presentar el código no fue otro que Davis, el jefe de campaña que trabaja o trabajaba para los rusos, los taiwaneses y pulpos de las telecomunicaciones. Davis aclaró que él no viola el código porque pidió licencia en su trabajo el año pasado, pero no explicó la situación de los demás lobbistas que colaboran con la campaña. Al día siguiente renunció el vicejefe general de la campaña, Tom Loeffer, un lobbista que no había pedido licencia para seguir representando a los gobiernos de Arabia Saudita y Hong Kong.

La sinuosa carrera del candidato republicano expone en toda su dimensión la voracidad de los lobbies que merodean a los tomadores de decisiones en Washington. También ejemplifica la duplicidad del sistema político norteamericano, que produce candidatos supuestamente identificados con los intereses del ciudadano común, pero que en realidad son rehenes del dinero corporativo que engrasa los engranajes de sus maquinarias electorales.

Quizá por ser parte de ese sistema, el New York Times justifica la conducta del senador. El argumento del matutino parece armado a partir de una dudosa búsqueda de corrección política y preservación de la figura de McCain como héroe de guerra y sobreviviente de la tortura que llegó a las puertas de la Casa Blanca, cumpliendo el Sueño Americano.

“Aun cuando prometió adherir a los más altos valores éticos, su confianza en su propia honestidad a veces parece llevar a McCain a no ver conflictos de interés potencialmente embarazosos”, lo defiende el diario. O sea, McCain cree tanto en su propia honestidad que parece no darse cuenta de que a veces hace cosas que son o parecen deshonestas.

Desde acá la impresión es otra. No hacen falta explicaciones psicológicas tan complicadas. Ya sabemos cómo se reciclan los políticos. Alguna vez lo explicó Felipe Solá, todo un experto en el tema: hay que saber cuándo hacerse el boludo.

McCain escribió el manual del boludo arrepentido y hasta ahora no le ha ido mal. Pero falta mucho para las elecciones de noviembre, la campaña recién empieza y habrá que ver si le funciona otra vez el cuento de Caperucita Roja y el lobby feroz.

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