Vie 30.05.2008

EL MUNDO  › A TRAVES DE UN NUEVO PARTIDO POLITICO, LA GUERRILLA PRETENDE INFILTRAR INSTITUCIONES DE COLOMBIA

Avance de las FARC en las ciudades colombianas

Aunque en estos días abundan discursos triunfalistas por parte de los seguidores del gobierno de Uribe, especialmente tras la muerte de Tirofijo, una amplia gama de expertos alerta que el conflicto armado está lejos de terminarse.

› Por Katalina Vásquez Guzmán

Desde Medellín

Tras los duros golpes, los últimos meses, a la guerrilla de las FARC, el gobierno colombiano y el sector privado comenzaron a hablar de la más profunda crisis en la estructura militar y política del grupo insurgente. “Derrotar”, “exterminar”, “desmantelar”, “arrasar”, son algunos de los verbos que, a pedir de boca de Uribe, estarían a punto de volverse realidad para los rebeldes, ahora que murió de viejo su comandante en jefe, Tirofijo o Manuel Marulanda Vélez. Otros piensan bien distinto.

Sectores y personajes que conocen de cerca a esa guerrilla, entre ellos ex secuestrados, políticos, periodistas, reporteros internacionales, dicen que no será así de fácil. Si bien las FARC están disminuidas en las selvas, no hay razones para pensar que están a punto de desaparecer. De hecho, desde hace un año se difunde en medios masivos de comunicación una nueva generación del comunismo (Pc3 –partido colombiano comunista clandestino–). El Pc3 pretende tomar el poder en Colombia, a petición de las FARC, infiltrando las instituciones.

Ayer, Luis Eladio Pérez, ex parlamentario y ex secuestrado colombiano, a quien las FARC dejaron en libertad al principio de este año, publicó el libro testimonial de su cautiverio donde, en parte, explica por qué todavía no es tiempo de cantarle victoria a la guerrilla. Siete años secuestrado por las FARC es el título de la obra que detalla los horrores del secuestro y la guerra. “En las marchas había personas que no iban vestidas de guerrilleros, sino de civil, podían ser milicianos, iban caminando paralelamente a nosotros, como un cerco humano, a lado y lado, con la misión de cuidar que no fuera a haber un ataque, que no hubiera población civil que nos pudiera ver o que cualquiera de nosotros intentara volarse”, escribió Pérez (ver recuadro).

Recientemente, un periodista del diario español ABC digital debió salir del país tras amenazas por realizar un reportaje a las FARC. Durante los días que pasó en el seno del grupo insurgente, David Beriain observó que los guerrilleros “tienen suministros, cadena de mando, están en contacto con sus líderes y, de hecho, mientras estuve allá hubo comunicación con el secretariado. Minan, secuestran y amenazan, lo sé. Pero no los vi derrotados”, contó Beriain a los medios colombianos antes de abandonar el país el 14 de abril último.

Por su parte, el presidente mano dura de El Salvador, Elías Antonio Saca, declaró a agencias internacionales el lunes pasado que, si bien la guerrilla perdió a su máximo líder, no puede hablarse aún de derrota: “Sus operaciones militares están resquebrajadas, pero no podemos decir que las FARC están derrotadas, porque ellas se mantienen básicamente del narcotráfico y eso les permite comprar armas y continuar las acciones de sabotaje contra el pueblo colombiano”.

Y de ahí se desprende la mayor desconfianza a la hora de pensar que esa guerrilla está a punto de acabarse. Sin duda, la tesis de Uribe tambalea al pensar que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia no fueron ni son apenas octogenarios guerrilleros que mueren de viejos o comandantes que resultan muertos en bombardeos o a traición, sino que se trata, además, de la organización que controla la siembra y el tráfico de drogas en el principal país productor de cocaína del mundo. Redes que les permiten comunicarse, hacer negocios, encubrir delitos, alimentarse, mantener rehenes en cautiverio por años, armarse –todo de manera ilegal– no desaparecen de la noche a la mañana, ni aunque “exterminen” o “arrasen” a todos los guerrilleros en las selvas colombianas.

Las FARC operan, desde hace más de una década y de manera estratégica, las ciudades capitales. En Bogotá, para empezar, la insurgencia hace presencia con la Red Urbana Antonio Nariño (Ruan) y columnas móviles como la Teófilo Forero que activó carros bomba en el Club el Nogal (2003) y la Universidad Militar (2006), y que efectuó un atentado con rockets al presidente Uribe, en su posesión como presidente, en 2002.

En esa ciudad, como en Medellín, durante las protestas estudiantiles que arreciaron desde la muerte de Raúl Reyes, se ondean banderas del Pc3, el nuevo Partido Comunista al que las FARC habrían ordenado infiltrar para llegar al poder. El escritor y periodista colombiano Plinio Apuleyo abrió el debate al publicar información del hablar del Pc3 en la novela que publicó el año pasado. Entonces, nadie le atendió.

Después de la captura de una infiltrada de las FARC en la cúpula militar, Marilú Ramírez, a final de año, fue que comenzó a creerse que la tesis del Pc3 era cierta. Después, empezaron las capturas a guerrilleros infiltrados, en su mayoría mujeres, en guarniciones militares y en las Fuerzas Armadas de Colombia. Hace una semana, la sigla del Partido Comunista colombiano clandestino aparece en las universidades públicas de las ciudades capitales.

Sin pensarlo dos veces, se puede decir que las FARC han perdido en el terreno militar con las “bajas” de los últimos días y la disminución de sus filas a raíz de desmovilizaciones masivas de sus militantes. La revista Cambio afirma sobre la organización subversiva que “en cinco años ha perdido 8000 hombres, 20 frentes y territorios clave, pero mantiene el control de la droga en el sur del país y se ha replegado hacia las fronteras”, dos temas que, muy a pesar de Uribe, no se pueden ignorar.

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