EL MUNDO › LA COMUNIDAD BOLIVIANA EN LA ARGENTINA TOMA PARTIDO EN EL CONFLICTO AUTONOMISTA
El mercado de la estación Liniers es el centro neurálgico de la comunidad boliviana en la Argentina, que supera el millón de personas. Entre el picante de pollo y el maíz de chicharrón, compradores y vendedores defienden el gobierno de Morales.
› Por Mercedes López San Miguel
“Giros a La Paz”, “Pasajes a Cochabamba”, los carteles en la calle José León Suárez, a dos cuadras de la estación Liniers, conviven con los de la venta de condimentos varios –la comida siempre es picante–. Aquí los vendedores son bolivianos que están establecidos en Buenos Aires: ya tienen su negocio propio, ya han pasado por épocas duras para lograr subsistir.
Bajan del micro de Retiro y se asientan en barrios porteños como Flores, Floresta, Liniers, Lugano. También en el Gran Buenos Aires, como en Escobar y Almirante Brown. Algunos vienen a trabajar por poco tiempo, otros se quedan y forman familia. Liniers es el centro neurálgico de la comunidad: un punto de encuentro de los inmigrantes de clase media y baja del vecino país. En algo coinciden los integrantes de este microcosmos de la comunidad boliviana: en su inmensa mayoría apoyan a Evo Morales. Pero las lealtades van desde una simple identificación por el origen indígena del mandatario hasta la conformación de un grupo político que rechaza las iniciativas autonomistas del Oriente y promueve el voto desde el exterior. Gertrudis Lara lleva un sombrero de paja y un saco fucsia. Es la dueña del restaurante en el que salen con fritas dos platos típicos de su país de origen: el picante de pollo y el cimarrón de cerdo. Sus padres vinieron a la Argentina cuando ella era chica. Va a Bolivia a los carnavales y a visitar a su sobrina, que es su contacto con aquella realidad. “La verdad es que lo que pasa en Bolivia es algo que está lejos y no se puede hacer nada. Me da pena y dolor que suceda como en España, que se quieran separar. Yo creo que a Evo Morales lo manejan. Ahora prohibió que salgan el trigo y el maíz, porque escasean y él dice que tiene que haber primero para los bolivianos y después para exportar. Acá es un problema, porque yo hago maíz con chicharrón.”
–¿Iría a vivir a Bolivia?
–Sí, es más tranquilo. Pienso que a Cochabamba, a un pueblo que se llama Arbieto. Voy a ver si aguanto a diciembre. Es muy pesado este trabajo. Yo acá viví en la villa de Bajo Belgrano. En el ’78 la sacaron los militares. Vendí lo que pude en el central, en Liniers. Acá me casé.
Según el Consulado General de Bolivia, hay aproximadamente un millón y medio de esa comunidad en Argentina. La migración económica es golondrina en los casos de los cultivos en las provincias del norte (tabaco, limón). A esa región se sumó Mendoza, aunque con características más estables. La presencia boliviana también se extiende a Córdoba desde hace décadas y hasta ciudades de la Patagonia.
Sin embargo, la ciudad que inspiró a Jorge Luis Borges para sus cuentos y poemas es sin dudas el destino que más atrae a nuestros vecinos andinos. Vive un millón en esta urbe –el cálculo es aproximado porque hay una mumerosa inmigración ilegal, sobre todo en los talleres de costura donde se los explota–. El cónsul José Alberto González Samaniego explica que en las últimas décadas la inmigración cambió. “En 1985, con el gobierno de Víctor Paz Estenssoro, comenzaron a implementar medidas neoliberales en Bolivia. El mismo Paz Estenssoro que en el ’52 nacionalizó las minas, esta vez empezó el camino para devolvérselas a los privados. La Comibol, corporación minera de entonces, que empleaba 50 mil mineros, quebró y todos se fueron a la calle. A medida que no encontraron respuestas laborales fueron emigrando. La migración a la Argentina es histórica, pero antes era golondrina y ahora se concentra en Buenos Aires.”
Adolfo representa la nueva migración. Con 33 años vino hace seis a esta ciudad. Vestido con una camperita verde militar, está pesando unas castañas en su local de especias y condimentos, como otros tantos casi idénticos en la misma cuadra de la calle José León Suárez. Su local es una consecuencia de mucho esfuerzo, explica. “Cuando recién llegué fui a trabajar a un taller de costura, después trabajé de albañil y fletero. Ahora soy dueño del negocio junto a mi mujer.” Adolfo tiene un rasgo que caracteriza a muchos de sus correligionarios: sabe de albañilería y de tejidos. El joven es oriundo de Santa Cruz, el primer departamento boliviano que votó a favor de una autonomía en un referéndum que el gobierno de Morales calificó de ilegal.
“Soy cruceño pero no apoyo la autonomía y allá soy minoría. Los que quieren la autonomía tienen mucho dinero, son de clase alta. Ellos tienen ‘muuuchas’ tierras. Como el presidente quiere darles tierras a los que no tienen, los otros no quieren dar nada. La mayoría de los ‘cambas’ son muy racistas, dicen: ‘Los del interior son para el trabajo, nosotros para los negocios’. En Santa Cruz yo trabajaba de metalúrgico todo el día. Es un trabajo muy pesado. Acá puedo hacer valer mis derechos.”
Adolfo saca un papel. Es un volante que circula por el barrio de Liniers, del Comité de Defensa del Proceso de Cambio en Bolivia. Dice en letras grandes: “No al fascismo separatista. Repudio a los prefectos de la Media Luna. Campaña por la continuidad del mandato de Evo Morales. Por el derecho del voto boliviano en el extranjero”. Adolfo se entera de las noticias por la televisión y compra cuando ve pasar al diariero el periódico boliviano Renacer, que se vende en Argentina. Habla con un dejo de nostalgia. “Se come lo mismo que en Bolivia. No se olvida uno. Siempre el picante sí o sí. Todo lo tradicional de Bolivia se come.”
–¿Donde comprás lo que después vendés?
–Traen de exportación y nosotros vendemos a los minoristas y reparten a las villas y los barrios en Retiro, en Liniers, en Laferrere.
–¿Viajás a Bolivia?
–Sí, mi mamá está allá. Cada año voy a ver a la virgen de Urkupiña. (Saca una estampita de un estante.)
–¿Te gusta Evo Morales?
–Habla bien. Tira para los pobres.
Walter Vallejos suele reunirse en otro punto de la ciudad, en la Plaza Virreyes, para hablar de la situación de su país. Vallejos es miembro del Comité de Defensa del Proceso de Cambio, una organización política que nació “al calor de las manifestaciones” que se hicieron en Buenos Aires. “Condenamos el separatismo y la discriminación que se da en un sector del Oriente boliviano. Un sector oligárquico vinculado con las transnacionales.” Vallejos vino hace 30 años desde su Cochabamba natal a estudiar y trabajar de gráfico. A su lado, el también cochabambino Félix Zapata, médico de profesión, agrega: “Los bolivianos acá queremos tener el derecho de votar, de elegir representantes y de que nos puedan elegir.”
–¿Están haciendo algo en particular para lograrlo?
–Desde hace cinco años que estamos trabajando para participar en la vida política. La Cámara de Diputados en Bolivia actualmente lo ha aprobado, pero hoy duerme en la Cámara de Senadores. Por ejemplo, no podemos votar en el referéndum revocatorio del 10 de agosto (confirma o revoca el mandato presidencial, del vice y de los prefectos). En Argentina hay más de un millón de bolivianos en condiciones de votar.
Desde un local donde se oye cumbia se asoma Cecilia. Tiene 37 años y a parte de su familia en Sucre. “La mayoría viene y trabaja las 24 horas acá, porque allá los trabajos son más pesados. Mi papá vino acá y trabajó de albañil. Uno va cambiando de lugar, pasa por una villa, a una casa mejor en San Justo y después nos vinimos a vivir por Liniers. El boliviano es más humilde.”
–¿Cómo ves al gobierno de tu país?
–Es la primera vez que sube alguien que representa a un boliviano. Muy poquita es la clase alta. La gente es muy humilde, muy pobre. Los que hablan de que no y todo eso son de los lugares más altos. Con Evo los bolivianos enseguida podemos sacar documentos. Acá para los bolivianos hizo cosas buenas. Tenía el consulado muy escondido, ahora lo puso en pleno Once. En tres meses se consigue el documento. Antes pasaban años y nada.
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