Dom 29.06.2008

EL MUNDO  › NUEVO TESTIMONIO CONTRA EL OBISPO FINANCISTA DE JUAN PABLO II

Una acusación postmortem a Marcinkus

Muerto hace dos años, el ex director de la banca vaticana aparece ahora señalado en el asesinato de una quinceañera en 1983. El motivo sería una venganza contra el padre, que difundió documentos comprometedores.

Paul Casimir Marcinkus bien podría ser un personaje sacado de una novela de intrigas o el protagonista de una película en la que se mezclan el dinero y las conspiraciones, en ambos casos potenciados por el misterio que se construye en torno de lo religioso. Más de dos años después de su muerte, el 20 de febrero del 2006, este arzobispo católico norteamericano de origen lituano quien fuera uno de los hombres más cercanos al papa Juan Pablo II, vuelve ahora a las tapas de los diarios por su presunta vinculación como instigador del asesinato de Emmanuela Orlandi, una italiana de 15 años desaparecida en 1983.

La noticia se conoció esta semana al reabrirse el caso cuando la testigo Sabrina Minardi acusó a su ex amante, Enrico De Pedis, jefe de una organización criminal romana, como autor material del asesinato de Emmanuela bajo órdenes de Marcinkus. ¿El motivo? La venganza. Según la testigo, el padre de Emmanuela, Ercule Orlandi, habría accedido a documentos secretos comprometedores para el Vaticano. De Pedis fue asesinado en 1990 y el cuerpo de la joven Emmanuela nunca apareció.

Para el Vaticano, que se pronunció a través de un documento oficial con la firma del director de la Oficina de Información de la Santa Sede, el jesuita Federico Lombardi, se trata de “un testimonio de valor muy dudoso” del que se hacen eco los medios de comunicación para difundir “acusaciones infamantes y sin fundamento contra el arzobispo Marcinkus, muerto desde hace tiempo e incapaz de defenderse”. No es la primera vez que el nombre del obispo que fuera guardaespaldas de Juan Pablo y luego presidente del Instituto para las Obras Religiosas (IOR), el banco del Vaticano, se ve involucrado en estrados judiciales. En 1986 la Justicia italiana lo acusó de estar implicado en la quiebra del Banco Ambrosiano. Marcinkus, hombre de permanente gesto adusto, robusto y con una altura de un metro noventa, fue también un deportista al que le gustaba practicar el tenis y el golf, pero sin abandonar los puros. Vinculado al mundo de las finanzas y de los negocios, apareció muy cercano al banquero siciliano Michele Sindona y a Roberto Calvi, presidente del Banco Ambrosiano. El IOR poseía un porcentaje no establecido de las acciones de este último banco, que según las versiones varía entre el 3 y el 16 por ciento.

En 1982, cuando se produce la quiebra del Ambrosiano, Marcinkus es acusado de haber encubierto a través del IOR operaciones financieras destinadas a distraer las maniobras fraudulentas de su amigo Calvi, quien huyó a Inglaterra en 1981 y apareció ahorcado en un puente, aparentemente un suicidio. Si bien la Justicia italiana solicitó la captura de Marcinkus por encontrarlo en principio uno de los responsables de la quiebra del Ambrosiano, el arzobispo quedó a resguardo dentro de los muros vaticanos, amparado por las inmunidades del Tratado Lateralense. En junio de 1988, el Tribunal Supremo italiano dictaminó, aceptando los argumentos del Vaticano, que el arzobispo no podía ser procesado por la Justicia de Italia y dio por cerrado el caso. El hecho no hizo sino agregar dudas sobre las vinculaciones de Marcinkus y del IOR con negocios fraudulentos, con la llamada Logia Propaganda Dos y la mafia italiana.

Antes que por su participación en la banca vaticana (donde actuó desde 1968 y durante veinte años) el fornido Marcinkus cobró notoriedad junto al papa Juan Pablo II cuando el Pontífice comenzó sus viajes por todo el mundo. Marcinkus fue el organizador de la gran mayoría de las giras pontificias y siempre se lo vio fotografiado al lado de Karol Wojtyla oficiando de guía, traductor y guardaespaldas. El propio Juan Pablo II lo había elegido el 26 de septiembre de 1981, en el tercer año de su pontificado, como presidente de la Comisión Pontificia para el Estado de la Ciudad del Vaticano.

El 10 de marzo de 1989 fue despedido de sus tareas en el IOR y poco después decidió regresar a su Chicago natal. A los 84 años, en febrero de 2006, Marcinkus, una de las figuras más cuestionadas dentro de burocracia eclesiástica, murió en su casa de Arizona y muy lejos del Vaticano. Su regreso a las primeras planas de los diarios está otra vez vinculado con hechos relacionados con la Justicia.

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