EL MUNDO › OPINIóN
› Por Gerardo Halpern *
Este 15 de agosto no sólo fue un día inédito en Paraguay sino también en la política de América latina. El ascenso de Fernando Lugo a la presidencia marca un punto de inflexión en uno de los países donde más claramente se consolidó la intervención norteamericana en la región (históricamente tanto como en los años más recientes). Marca también una apuesta a la integración regional que se manifiesta en la declarada reivindicación del Mercosur, en la necesaria revisión del mismo para un mayor equilibrio entre los países miembro y en la revisión de los acuerdos –no sólo hidroeléctricos– que han sometido al pueblo paraguayo a la más absoluta postergación social, política y económica. La apuesta a la igualdad es una apuesta regional.
El giro político que expresa Fernando Lugo, además, pone en escena la voluntad de cambio de los paraguayos y la posibilidad de que el Paraguay inicie, aunque sea incipientemente, una verdadera independencia en un país que registra, por primera vez en más de 60 años, el pase de la banda presidencial de una fuerza política a otra, potenciado por un discurso progresista ausente durante décadas.
El desafío al interior de la política paraguaya también implica la necesidad de fortalecer la construcción política de Lugo frente a la constante amenaza que procura desestabilizar al nuevo gobierno.
Hasta hoy Paraguay ha sido gobernado por la plutocracia colorada financiada y sostenida desde adentro y desde afuera del país, que estructuró una de las desigualdades sociales más marcadas de la región. Estas se evidencian en datos elocuentes: más de la mitad de la población vive por debajo de la línea de la pobreza; más del 10 por ciento de la población ha tenido que irse del país para intentar sobrevivir en Argentina, España, Estados Unidos, Brasil, etc.; las expectativas de esta emigración crece cotidianamente hasta atravesar a más del 35 por ciento de la población; la concentración de la riqueza, así como la descampesinización sin alternativas para la población rural se han convertido en factores expulsivos de los paraguayos, que no han encontrado en el país políticas que reviertan una tendencia cada vez más injusta.
Simultáneamente, los paraguayos que viven fuera del país y que se han organizado a lo largo de decenios han tomado una activa participación en este nuevo proceso político. Ello se plasmó no solo en el retorno de miles de paraguayos durante las elecciones para votar o acompañar al entonces candidato, sino también en el Primer Congreso de la Migración Paraguaya en Asunción, realizado hace un mes, donde se encontraron decenas de instituciones de emigrados paraguayos alrededor del mundo. Los asistentes elaboraron un documento acerca de la situación del Paraguay y de los emigrados, de modo de articular con el nuevo Poder Ejecutivo políticas públicas que consideren la problemática de la migración y reviertan sus causas.
En dicho encuentro, además de participar los principales referentes legislativos del Paraguay, estuvo el mismo Lugo y, en el cierre, se comprometió a avanzar en políticas sobre la cuestión migratoria que hasta hoy han sido nulas en el Paraguay. Entre ellas se destacó la histórica demanda por el derecho a la ciudadanía política plena de los emigrados (que les quitó la Constitución de 1992); la revisión de las políticas consulares del país (cuestionadas por la evidente corrupción que atraviesa embajadas y consultados) y la generación de políticas, tanto de repatriación como de inclusión social, que frenen el drenaje de población que atraviesa la historia del país.
Lugo, receptivo de estas demandas, solicitó el acompañamiento de todos los paraguayos, lo que fue vivido por los paraguayos emigrados como una gran victoria y un significativo reconocimiento de su lugar como parte de la nación.
Para quienes viven el doloroso proceso emigratorio, la presidencia de Lugo significa un cambio enorme en su situación sociopolítica. Lugo ha sido el primer presidente de la historia del país que ha instalado el tema migratorio como problema y que lo ha considerado como efecto de las políticas estatales. Vale decir, Lugo ha colocado la responsabilidad de la emigración donde se debe: en las causas que la motivan. Y eso, de por sí, es una victoria simbólica por parte de los migrantes organizados.
Dejar de considerar la emigración como un acto voluntario y ubicarlo dentro de la estructura productiva del país es una reivindicación y una lucha que atraviesa la misma historia de los procesos migratorios. La lucha por recuperar sus derechos y transformar las causas expulsivas son objetivos que exhiben que el migrante no renuncia a formar parte de la sociedad de origen.
Como ocurrió hace pocos días con la significativa y simbólica participación de los bolivianos residentes en Argentina en el apoyo a Evo Morales para continuar con la transformación de la realidad boliviana, los paraguayos residentes en la Argentina festejan no solo que Lugo haya llegado a la presidencia –y de cuyo ascenso son parte–, sino que exprese un cambio en la agenda pública del Paraguay. Este cambio, por cierto, implica reconocer la legitimidad social de los emigrados, a la vez que la imperiosa eliminación de las causas que obligaron a estos miles de paraguayos a abandonar el país que los vio nacer.
* Investigador del Conicet.
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