Vie 22.08.2008

EL MUNDO  › OPINION

Camino a la Casa Blanca

› Por Ernesto Semán

En Pittsburgh, estado de Pensilvania, el gimnasio del Holiday Inn deja las huellas del tamaño de los visitantes en estos días: la balanza está clavada en las 220 libras (algo más de 100 kilos), en la cinta para correr, el último cliente ingresó sus datos: 30 minutos de trote, 46 años, 204 libras. En el eliptipc sólo figura el peso: 200 libras.

En el lobby del hotel y en las calles del centro de la ciudad se ve en vivo y en directo a los pesos pesado que en estos días llenan a tope los hoteles de la ciudad: son 1500 personas de todo Estados Unidos y Canadá, llegados a ésta para la convención anual del Steel Workers Union, el sindicato metalúrgico norteamericano, una organización que –forzando la comparación– en su momento tuvo tanto o más poder que la UOM en la Argentina.

Patrick es el jefe de la delegación de los obreros de la industria del neumático de Ohio, una de las tantas actividades económicas a las que agrupa el sindicato. “La convención de este año es sobre salud, pero la política está acá, en un año de elecciones es imposible no hablar de a quién vamos a apoyar”, dice frente al centro de convenciones, apoyado sobre el vallado de una obra en construcción: en Pittsburgh, centro de la industria del acero estadounidense y origen de algunas de las fortunas más grandes de este país, el acero y el aluminio están ahí, para ser ostentados en las viejas construcciones o como estructura y como fino revestimiento de los nuevos edificios del downtown, rascacielos que reflejan el renacimiento de la ciudad tras, paradójicamente, el declive de la actividad minera e industrial de toda la región.

“No hay dudas de que el sindicato es mayormente demócrata; porque ya es momento de dejar en claro que el Partido Republicano no es por cierto el partido de los trabajadores, sino el de los negocios”, dice Patrick mientras algunos de sus compañeros, a su alrededor, prefieren mirar con algo de distancia. Es sabido que los sindicatos, en términos generales, son mayormente demócratas, pero también se sabe que la reacción de los trabajadores blancos a la hora de votar a un candidato negro es una incógnita grande, en un país en el que el discurso racial (y las más diversas formas de discriminación) tiene una enorme presencia. “La gente va a votar por la economía, el resto no va a influir”, dice cuando se le comenta que la enorme mayoría de los delegados presentes en Pittsburgh son blancos. La economía, por cierto, es de lo que la convención y los diarios locales parecen hablar: el anuncio inflacionario y la caída en la construcción nacional, que afectará directamente a Pensilvania. Si fuera sólo por los comentarios editoriales sobre la política económica del gobierno federal, cuesta imaginar cómo hará el candidato oficialista para ganar.

De muchas maneras, la mitología de esta zona está en el centro de la identidad de la clase trabajadora norteamericana. No sólo en la épica de los obreros siderúrgicos y los mineros de Pensilvania, Kentucky y Ohio, inmigrantes europeos y del sur de Estados Unidos que levantaron la industria pesada de este país; también en el lamento por el declive de esas industrias en las últimas tres décadas.

Como en Ohio, Obama y McCain pelearán este estado con la idea de que es uno del puñado de los que definirá quién es el próximo presidente.

“Obama es el candidato demócrata y es el que vamos a votar, y va a ser el próximo presidente de los Estados Unidos. Eso es todo”, dice Patrick a modo de cierre después de evadir un par de veces la respuesta sobre si él o alguno de sus colegas habían votado a Obama en la interna demócrata de este año.

Son las ocho de la noche, la convención ha terminado por ese día y los miles de sindicalistas se esparcen por las calles impecables del renovado centro de Pittsburgh, recorren la ribera otrora intransitable y contaminada del río Ohio, se sacan fotos frente al edificio art decó forrado en aluminio que aloja a la sede de la Federación Mundial de Trabajadores Metalúrgicos. Sobre los muros de metal se reflejan los fuegos artificiales con los que la ciudad celebra el comienzo de la convención.

Las estrategias, sin embargo, no podrían ser más distintas, y algo de eso pudo verse durante las primarias. Fue precisamente en Pensilvania donde el entonces precandidato demócrata dijo que, en un contexto particular, la desesperación derivada de la pobreza llevaba a muchos a refugiarse en las armas o la religión. Si lo de Obama fue criticado por elitista desde, precisamente, las elites demócratas y republicanas, lo cierto es que también mostró el perfil menos demagógico que se podría esperar de un candidato en campaña, dispuesto a explicar sus posiciones, y a no hacer concesiones al discurso tradicionalmente demócrata que promete un retorno a un pasado idealizado.

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