EL MUNDO › HABLA CELIA HART, HIJA DE UN LíDER HISTóRICO DE LA REVOLUCIóN CUBANA
Hart se muestra escéptica sobre las reformas que lleva a cabo Raúl Castro en la isla. “La flexibilización de la pequeña propiedad privada, con los arrendamientos y los créditos, me da un poco de alergia”, confiesa esta admiradora de Fidel.
› Por María Laura Carpineta
Se define como una fanática de “todo lo que huele, suena o se parece a Fidel Castro”. Pero su aversión por el dogmatismo le valió la desactivación (limbo previo a la desafiliación) del Partido Comunista Cubano hace dos años. Con una sonrisa imperturbable y una emoción casi adolescente, Celia Hart intenta explicar por qué no es una contradicción caminando. “Es como dice Fidel, hay que cambiar todo lo que haya que cambiar, pero hay cosas que no puedes cambiar, cosas que nos hemos ganado con mucho trabajo y esfuerzo”, señaló esta profesora de física de 46 años a PáginaI12, horas antes de participar como invitada especial en el VI Congreso del Movimiento Socialista de los Trabajadores (MST).
Hija y sobrina de líderes históricos de la Revolución que pelearon codo a codo con los Castro en la toma del cuartel de la Moncada, Celia Hart conoce a todos y a cada uno dentro del gobierno y del partido. “Por lo bajo me quieren y me apoyan. Pero siempre soy la amante; nadie se quiere casar conmigo”, bromea. Su padre, Armando Hart, fue el primer ministro de Cultura de la Revolución y duró veinte años en el cargo. Alfabetizó a toda la isla y por ello sigue siendo un intelectual incuestionable dentro y fuera del gobierno. Su madre, Haydée Santamaría, fue una de las dos mujeres que participaron del ataque a la Moncada y la primera presidenta de la Casa de las Américas. Ella, como su hija, lucharon contra el pensamiento único, eso sí, siempre desde adentro de la Revolución.
–¿Cómo viviste los cambios después de la enfermedad de Fidel?
–Para muchos de nosotros sentir que el presidente de nuestro país no es Fidel fue muy fuerte. Yo siempre digo que Cuba es el único país donde un revolucionario es el presidente. Todos los demás tienen mandatarios traídos por los pelos o por las elecciones, pero salido de un proceso revolucionario verdadero ninguno. Era un lujo que teníamos.
–¿Raúl no es un líder revolucionario?
–El compañero Raúl es un líder valiosísimo, que tuvo mucho éxito en la parte interna del gobierno. En la época dura del Período Especial, en los noventa, llevó a cabo una política económica que funcionó muy bien. Eso es un poco lo que está esperando la gente ahora, creo.
–¿Más cambios económicos?
–Yo confieso que soy una persona un poco pesimista. Las medidas que se están tomando apuntan sobre todo a una mejora en las condiciones de los pequeños campesinos. Van a dar las tierras en usufructo por diez años o más, van a ayudar a los campesinos a sembrar... básicamente quieren atacar el problema de la alimentación. Después de la catástrofe que provocó la caída del muro de Berlín, el campo se contrajo y la pasamos muy, pero muy mal. La comida en Cuba es extremadamente cara. El otro gran cambio es la flexibilización de la pequeña propiedad privada, con los arrendamientos y los créditos. Estas cosas me dan un poco de alergia. No las rechazo, pero me hacen, al menos, estornudar.
–¿Cuál es el problema?
–Por ejemplo, van a incluir a los cuentapropistas en el sistema de pensiones, lo que me parece muy bien. Ellos son los que proveen servicios por su cuenta, pero pagan impuestos: plomeros, taxistas, dueños de restaurantes o negocios chicos... Bah, en realidad son chicos pero ganan mucho más que un trabajador del Estado. Ahí está el conflicto. La contradicción que se crea es que ha habido una flexibilización para los primeros, pero no para los que trabajan para el Estado. A ellos les van a aumentar la edad para jubilarse, de 60 a 65 años. No quiero decir que quedan relegados, pero estoy esperando que haya una compensación también, un aumento de salarios por ejemplo.
–Vos sos trabajadora estatal.
–Yo soy profesora universitaria. También soy escritora y me pagan algún que otro libro. He vendido piezas de arte de mi madre y de ahí tengo mis dólares. Sólo con mi sueldo de profesora, que es alto, de 700 pesos, me sería difícil llegar a fin de mes. Pero la verdad que uno gana más que su sueldo en Cuba. Nadie paga su casa, la luz está subvencionada, la educación y la salud son gratis. Todos reciben una canasta básica que alcanza para los primeros diez días del mes, es verdad. En Cuba, a pesar de todo, no hay muertos de hambre.
–¿Creés que también se tienen que liberalizar los sueldos estatales?
–No, yo estoy de acuerdo con el tope salarial del Estado. Será muy burocrático, pero por lo menos mantenía a raya a todos los trabajadores; decía: nadie se puede enriquecer más que esto. Pero hoy, al no ser suficiente, la maestra después de dar clases tiene que ir a pintar uñas o a cortar el pelo. Y ahí es donde se ve el conflicto. ¿A qué actividad le va a dar más importancia? ¿A educar o al trabajo que le deja más dinero y le permite llegar a fin de mes o le permite comprarse una cerveza o salir a comer afuera? Yo tengo miedo de que sigamos el camino de China, donde el Comité Central terminó diciendo que todo el mundo se debe enriquecer y los millonarios dirigen ahora el partido.
–Pero las reformas del gobierno de Raúl no crearon estas diferencias sociales, sino que simplemente las blanquearon...
–Es cierto, esto existía y todos lo sabían, ¿para qué hacernos los tontos? El plomero que viene a arreglar a casa es particular y hay que pagarle. La diferencia, creo, es más filosófica. Fidel, como un duro que era, aceptó el cuentapropismo pero de mala gana, apenas como una política transitoria. Pero era necesario hacer los cambios que hizo Raúl. Los cuentapropistas ya están aceptados por la sociedad y por el propio Partido Comunista. Si se quedara hasta ahí, que es como estábamos, no hay problema. Pero mi temor es que, además de legalizarse, se profundice.
–Pero pareciera que los cubanos quieren más...
–Sí, aspiran a más, pero eso es gracias a la Revolución, a que tienen un buen nivel de educación. Aquí en Cuba todos saben qué cosas les faltan. Por eso vino toda la historia de los celulares, los hoteles... Yo critiqué mucho esas medidas. Son cosas que se resuelven fácil, ¡pero con qué dinero van a comprar todo eso! Hay que protestar porque el aceite está más caro en vez de preocuparnos por cómo entrar en los hoteles lujosos. En un país pobre, como México o Cuba, esos son derechos ficticios.
–¿Se puede hablar de clases sociales en Cuba?
–Hay diferencias sociales, pero no explícitas. Te doy un ejemplo. Yo heredé la casa de mi madre, que le había quedado de antes de la Revolución. Pero como era muy grande y no la podía mantener me mudé a una más pequeña. Ahí me di cuenta de que quienes compran esas casas grandes son los que trabajan en firmas particulares. Formalmente no pueden ganar en divisas, pero de alguna forma tienen mucha, muchísima más plata que uno. Pueden arreglar los techos, comprar cemento... pero la ostentación o la diferencia no es tal que obligue a todos a reconocerlo abiertamente.
–Después de Raúl, ¿una nueva generación se está preparando para asumir?
– Raúl subió a muchos de los dirigentes de la vieja guardia. Por ejemplo, Machado Ventura, nuestro actual primer vicepresidente, que dirigió el partido en su época más stalinista. Entiendo que Raúl lo hizo porque es gente en la que él confía. Pero muchos de nosotros esperábamos que ascendiera al grupo de apoyo de Fidel, gente joven como el canciller Felipe, Carlos Ballester, el secretario privado de Fidel, Carlos Lage. Un poco nos desconcierta porque por un lado hacen estas medidas liberalizadoras, pero por otro lado aumentan la centralización del poder... tal cual fue China. Allá fue la dirección del partido la que llevó adelante la apertura, nadie más.
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