EL MUNDO › LA CONVENCIóN PARTIDARIA MARCARá LA CORONACIóN DEL CANDIDATO BARACK OBAMA
El escenario está perfectamente preparado para una televisación política de cuatro días, ante una audiencia muy receptiva. Obama acaba de anunciar a su compañero de fórmula –Biden– y el jueves dará un discurso de aceptación.
› Por Rupert Cornwell *
Desde Denver
Ella pudo haber perdido la nominación, pero sostiene en sus manos la fe de sus partidarios. La Convención Demócrata que hoy arranca en esta ciudad marcará la coronación de Barack Obama, con una coreografía prevista hasta la última palabra y el más mínimo gesto. Pero millones de manos todavía pueden blandir una daga fatal. Son las que pertenecen a los seguidores de Hillary Clinton. El fin de semana se puso en su lugar la última pieza de este concurso aún no disputado, con la decisión de Obama de elegir a Joe Biden, el experimentado presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, como su candidato a vicepresidente. Casi en el mismo momento, un ejército de constructores completó la transformación del estadio Invesco –sede del equipo de fútbol Denver Broncos– de un campo deportivo en un colosal teatro al aire libre, donde se presume que el nominado dará su discurso de aceptación de la candidatura ante 80 mil personas, el jueves a la tarde.
En líneas generales, la selección de Biden fue bienvenida, aunque quizá no con gran entusiasmo. Si por una variedad de razones (la más notable, por supuesto, su marido) la propia Hillary no pudo ser enlistada en la “fórmula de los sueños” que unificaría al partido, hay consenso en que Biden es la mejor alternativa. Probablemente haya sido elegido por sus aptitudes en los temas de seguridad nacional. Sobre todo después de que el ataque ruso a Georgia jugara a favor del papel de duro del rival de Obama, John McCain, haciendo dudar a los estadounidenses sobre si realmente están preparados para hacer del debutante senador de 47 años su comandante en jefe.
Pero en los próximos meses Estados Unidos verá poco del Biden de Washington, el experto en asuntos exteriores. El Joe Biden en pantalla será el trabajador, un amable hijo de familia católica, crecido en la industrial Scranton, Pennsylvania, que viaja desde su Estado de residencia, Delaware, a Washington en tren. Este Biden, ansían fervorosamente en la campaña de Obama, ayudará a sumar a los obreros blancos que rechazaron a su hombre y se congregaron tras Hillary en las primarias de Ohio, Michigan y Pennsylvania, los vitales Estados oscilantes que el partido debe ganar para llegar a la Casa Blanca en noviembre.
El Biden que Obama reveló el sábado, en su rally introductorio en Springfield, Illinois, fue indiscutiblemente el segundo Biden, que amablemente se refirió a McCain –su viejo compinche del Senado– como un clon de Bush, que sólo tendría para ofrecer otros cuatro años de lo que llamó la más desatrosa presidencia de los tiempos modernos. Tradicionalmente, el candidato a vicepresidente es el perro de ataque de la dupla, que le permite a su socio pisar suelos más altos. Si lo de Springfield fue un adelanto, Biden mostró que está más que listo para ese papel.
La esperanza está en que el combativo y despreocupado Biden sea el complemento perfecto para el racional, carismático y ultradisciplinado Obama. Por otro lado, la faceta peligrosa reside en la tendencia de Biden a meter la pata. Pero evidentemente, el senador por Illinois llegó a la conclusión de que vale la pena correr el riesgo.
La idea es que la convención de esta semana sea una televisación política de cuatro días, sin pausas, ante una audiencia inusualmente receptiva. El escenario está perfectamente preparado. Sí, con lo que fue la crisis de Georgia, más una performance poco persuasiva en un debate organizado por evangelistas y un resurgimiento de John McCain, el candidato demócrata ha tenido un agosto áspero. A pesar de eso, según una encuesta presentada ayer por la cadena ABC News, Obama llega a la convención con una ventaja de 49 a 45 por ciento a nivel nacional. Es una ventaja pequeña, pero una ventaja al fin. Sería decepcionante que la convención no produzca un “rebote” de por lo menos siete u ocho puntos.
Muy a su pesar, existe una complicación: el factor Clinton. Después de las primarias más parejas de los tiempos modernos, todavía quedan heridas por cicatrizar. La encuesta de la ABC registró que uno de cada tres seguidores de Hillary no está listo para apoyar a Obama. Sobre el final, su candidata estaba ganando más primarias de las que perdió. El punto más alto de Obama fue en febrero. Desde entonces casi todo fue en descenso, al perder en Texas, Ohio y Pennsylvania. De hecho, Hillary logró 18 millones de votos más que Obama. Si los demócratas usaran el sistema de los republicanos, en el que el ganador se lleva todo y se evitan los superdelegados, la candidata sería ella y no Obama. Muchos seguidores de Hillary se sienten engañados.
La propia senadora fue claramente elegante en su derrota, incluso cuando algunos se quejan de que fue menos entusiasta con su ayuda a Obama de lo que podría haber sido: la semana pasada, en Florida, se refirió a él como “mi oponente”. De todas formas, hizo campaña en su nombre, en apariciones en conjunto y sola. El sábado elogió la elección del “resuelto y dinámico” Joe Biden, incluso cuando Obama no tuvo una conversación seria con ella sobre la vicepresidencia.
“Es fácil ver esa falta de respeto y algunos partidarios de Hillary lo van a hacer sentir”, dijo James Carville, partidario de Clinton y arquitecto de la victoria de su marido en 1992. Sin dudas, el discurso de Hillary de mañana va a ser un vehemente llamado a la unidad. Pero los recuerdos de lo que podría haber sido van a estar por todas partes. Formalmente, su nombre va a ser nominado, y aunque ella les va a pedir a sus seguidores que se cambien hacia su rival, virtualmente la mitad de los delegados en el Pepsi Center –donde se desarrolla la convención– fueron enviados en su apoyo.
Probablemente la mayoría de ellos siga las instrucciones. Si algo tiene más fuerza en el alma colectiva de los demócratas que las memorias de la lucha épica entre Obama y Clinton, es el deseo ardiente de volver a ganar la Casa Blanca. Pero una convención dolorosa podría impedirlo. En los últimos tiempos eso pasó dos veces: en 1976, cuando Ronald Reagan estuvo a punto de destronar a Gerald Ford en la Convención Republicana, y en 1980, cuando Edward Kennedy llevó un desafío contra Jimmy Carter. No por coincidencia, Ford y Carter perdieron. Incluso si Hillary prueba ser una buena perdedora, no hay garantía de que su marido –visiblemente más irritado con la victoria de Obama– se comporte de forma similar. Bill Clinton hablará el miércoles. Esta semana, su discurso será desmembrado por cada analista político como ningún otro.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para PáginaI12.
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