Mar 26.08.2008

EL MUNDO  › ARRANCó LA CONVENCIóN DEMóCRATA EN DENVER, EL GRAN ESPECTáCULO DE LA POLíTICA ESTADOUNIDENSE

Hillary, Kennedy y Michelle, todos con Obama

Dos mujeres ocuparon el centro de la escena: Clinton llamó a sus delegados a votar por el candidato afroamericano y la esposa de éste le dedicó un discurso de aliento. La sorpresa de la noche la dio Ted Kennedy.

› Por Ernesto Semán

Desde Denver

Delegados y visitantes y punteros y senadores y músicos y periodistas y bloggeros y grandes nombres de todos los Estados Unidos y del mundo cubren desde ayer la ciudad de Denver para la Convención Demócrata, un show de la política en el mejor de los sentidos imaginables, que terminará por elegir a Barack Obama como candidato a presidente. Con el discurso de su mujer Michelle, Hillary Clinton y el del senador Ted Kennedy, Obama arrancó el punto culminante de su carrera a la Casa Blanca: terminar en cuatro días el proceso de renovación partidaria, generacional y racial que comenzó durante las elecciones primarias de este año.

La tarea parece cualquier cosa menos fácil. Anoche, parte de ese desafío tenía a dos mujeres en el centro de la escena. Una fue su mujer, Michelle Obama, que habló cerca de las 9 de la noche. En un discurso que preparó durante tres semanas con su staff y el de Obama, Michelle dijo que, “después de todo lo que nos ha pasado en estos 19 meses, Obama sigue siendo el mismo”. Michelle Obama relató distintas anécdotas de la vida familiar rescatando su lugar de padre de familia, “como cuando me llevó al hospital para tener a nuestra hija, diez veranos atrás, yendo a paso lento, mirando ansiosamente por el espejo como estábamos atrás, sintiendo cómo el futuro de su hija estaba en sus manos”.

La otra era Hillary Clinton. En su primera actividad relevante ante los delegados y enviados del estado de Nueva York, la senadora llamó ayer a sus delegados a votar por Obama en la convención. Hillary dijo que “no estuvimos todos del mismo lado de los demócratas, pero lo estamos ahora” y Obama, que comenzó la convención viéndola desde Kansas, dijo desde ahí que Bill y Hillary Clinton “van a estar activos durante los 70 días de campaña” pero que no descarta que sus delegados presenten batalla.

Al mismo tiempo, gente de Obama y Hillary negociaban un acuerdo para mostrar a ambos dirigentes unidos (ver página 20). Hasta anoche eso consistía en que, el jueves, cuando los delegados elijan al candidato a presidente, los delegados de cada estado emitirán su voto hasta que llegue el turno de Nueva York, cuando Hillary llamaría a terminar la votación y aprobar a Obama por unanimidad. Algo que en cualquier otra circunstancia sería una obviedad, en este caso adquiere particular relevancia: por el peso del nombre de los Clinton, por la enorme cantidad de delegados que ella obtuvo durante la elección primaria, y por la necesidad de Obama de mostrar que su candidatura puede contar con un apoyo variopinto.

Mientras todo eso sucedía, la Convención comenzaba a tomar forma. Remeras con la cara de Obama, escuditos, banderas americanas y bolsos demócratas, gorros de “Denver en la convención demócrata”, libros, afiches y volantes, todo reluce y se regala en las calles del centro de Denver, tomado por los 3253 delegados, más de 25 mil visitantes, incluidos siete mil periodistas. En la calle 16, una peatonal de más de 12 cuadras literalmente forrada de carteles demócratas y caras de Obama impresas en todos los soportes imaginables, una mujer negra que se dirigía a retirar su credencial de delegada decía: “Yo la hubiera votado a ella (Hillary), pero más que nada por él (Bill), pero no tengo duda de que él (Obama) es en realidad nuestro candidato correcto.” En la calle Colfax, antes de las barreras de seguridad que mantienen aislado al Pepsi Center, donde están los delegados, un cartel anunciaba “Si vota a Obama, vota a un asesino” con la foto de un feto ilustrando la consigna. Horas antes, la convención acababa de aprobar su texto sobre el aborto, mostrándose a favor de dar la opción de realizar un aborto, y excluyendo por primera vez la cláusula que exceptúa de la propuesta a aquellos con prevenciones personales o religiosas.

Los museos de toda la ciudad abiertos gratuitamente, y la totalidad de los bares y restaurantes con menúes y programas específicos para la Convención estaban repletos de visitantes de todo el país. La primera impresión sugería la total ausencia de diversidad racial y una cierta homogeneidad de hombres y mujeres blancos “típicamente americanos.” No era por cierto la foto que uno tenía la noche anterior en la reunión de los 600 delegados y visitantes de Nueva Jersey, donde negros, latinos y otros sobrepasaban a la población habitualmente denominada blanca. Ni es lo que indica un dato clave: un 24 por ciento de los delegados de esta convención son negros, el número más alto de la historia del partido.

Cerca de las siete de la tarde, en todos esos bares las voces se aquietaron para escuchar el discurso de Jesse Jackson Jr., hijo del líder histórico de los negros dentro del partido, llamando a votar a Obama para producir “el cambio por el que pelearon generaciones anteriores”. Eso es, exactamente, lo que parece estar en juego en esta convención. Los medios aplastan la realidad hasta transformarla en una masa insignificante donde lo único que puede leerse es “Obama versus Clinton” u “Obama versus el partido” y tantas otras fórmulas. Llegado el momento de la elección, todos son eufemismos de un conflicto mucho más omnipresente: hasta qué punto Estados Unidos está en condiciones de renovar generacionalmente sus elites y ampliar racialmente a la misma. Si Franklin D. Roosevelt fue un circunspecto representante de la elite norteamericana que transformó al país y tornó su política y su sociedad tornándolas más inclusivas, el desafío de hoy es si ese trabajo puede ser ejercido por un negro.

Con 46 años, ése es hoy el único lugar posible para Obama. Su discurso intenta un fino y complejo paso: dejar de hablar tanto de razas y poder pensar a la sociedad más por los otros conflictos sociales que la atraviesan, empezando por el económico, y al mismo tiempo dejar en claro que han sido la discriminación racial lo que acentuó los efectos de esos conflictos entre los negros.

Si algo sabe Obama es que la política progresista de este país ha hablado tanto de las minorías que se ha olvidado de las mayorías de las que aquéllas forman parte. Arrancar el apoyo de la dirigencia partidaria es, de muchas maneras, una forma de allanar las barreras generacionales y raciales que le podrían permitir a Obama construir una mayoría política sólida. Lo que está en manos de Hillary y Bill Clinton en estos cuatro días no es tanto la posibilidad de retener el liderazgo propio, sino la de arruinar el ajeno.

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