EL MUNDO › EN EUROPA GANA LA IDEA DE UN ESTADO REGULADOR, PERO GOBIERNA LA DERECHA
Los socialistas franceses y todos los partidos socialdemócratas europeos esperan sacar provecho de la coyuntura de crisis. Sus propuestas teóricas están más vigentes que nunca.
› Por Eduardo Febbro
Desde París
A finales del mes de agosto, el premier francés, François Fillon, hizo un diagnóstico de lo que, en ese momento, parecía una evidencia en el seno del campo conservador. Fillon declaró que el gran mérito del presidente Nicolas Sarkozy es que ganó “la batalla de las ideas”. Más aún, el jefe de gobierno resaltó los valores de una derecha que “está a la búsqueda de modernidad” mientras que los socialistas “están encerrados en el pasado”. Apenas unas semanas más tarde, ese esquema victorioso terminó tragado por el fuego del gran dragón del sistema financiero internacional. La crisis cambió así el perfil del ganador de la batalla. Las ideas de la socialdemocracia europea salieron legitimadas: la defensa del Estado providencia, la pugna por el retorno del Estado al primer plano, la validación constante de una política firme de regulación de los mercados financieros, la necesidad de un principio de gobernabilidad internacional riguroso, la reforma de las estructuras bancarias, la redistribución de las riquezas y la justicia social. Sin embargo, si estas ideas demostraron su pertinencia durante y mucho antes de la crisis, las urnas dejaron a la socialdemocracia al margen del poder.
El Partido Socialista francés acumuló tres derrotas consecutivas en las elecciones presidenciales y está enfrascado en una feroz interna por el control del aparato que moviliza todas sus baterías; en Gran Bretaña el Nuevo Laborismo lleva todas las marcas del agotamiento tras 11 años en el poder; en Alemania, el SPD busca también un nuevo líder y una definición política reactualizada; en Italia el Partido Demócrata Italiano volvió a quedar de rodillas ante la derecha ultraliberal de Silvio Berlusconi. El único que se salva como una balsa solitaria es el presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero. En las elecciones celebradas desde hace un año en los países de la Unión Europea la socialdemocracia quedó fuera de los gobiernos: las consultas celebradas en Francia, Italia, Irlanda, Bélgica, Polonia, Dinamarca, Grecia, Estonia o Finlandia sellaron la derrota de la izquierda dando así una severa vuelta de página al clima que reinaba a finales de los ‘90 cuando de los 15 países que conformaban entonces la UE, 11 estaban gobernados por mayorías socialdemócratas. Hoy, la proporción es inversa. De los actuales 27 países de la Unión sólo siete tienen gobiernos socialdemócratas.
¿Cuál es el virus que, al mismo tiempo que se valida su discurso, hace que la socialdemocracia se vea penalizada en las urnas? Nunca las desigualdades fueron tan hondas como hoy, nunca el espectáculo de la riqueza y de los desequilibrios que acarrea ha sido tan visible. Y sin embargo, los valores de igualdad y redistribución no suman mayorías. El caso de Italia es emblemático. La izquierda perdió frente a la versión más brutal y liberal. Enzio Mauro, director del diario La Repubblica, explica que el Partido Democrático “está inmerso en luchas internas de jefes y jefecillos que no interesan. La tragedia está en que no hay debate real, no hay ideas, sólo una sorda batalla por el poder”. Lo mismo vale para el socialismo francés. Después de la derrota sufrida en las presidenciales del año pasado por la candidata socialista Ségolène Royal, el PS se esfumó, desapareció como productor de ideas y como alternativa detrás del telón de las luchas intestinas por el control del aparato. Pero el mal parece provenir de mucho más lejos. Según explica Hubert Vedrine, ex ministro socialista de Relaciones Exteriores, “la izquierda europea se alió a una economía de mercado razonada. El liberalismo creó riquezas como nunca antes en la humanidad al tiempo que todos los sistemas planificados condujeron a la penuria o al autoritarismo. La socialdemocracia no supo compensar los efectos de la globalización liberal y, como lo había hecho Roosevelt en 1930, salvar el capitalismo contra sí mismo. Eso es lo que debería hacer ahora”.
Lo más paradójico de este panorama reside en el hecho de que los partidos socialdemócratas se volvieron en muchos casos partidos de la elite intelectual y urbanizada. El socialismo perdió sus bases electorales tradicionales, que eran las clases medias y populares, y las renovó por otro segmento que le oculta la realidad de su suelo histórico. Durante muchos años, la socialdemocracia europea fue más un socialismo liberal que un socialismo social. La socialdemocracia europea adaptó sus políticas económicas a la globalización y con ello borró la frontera que la distinguía de la derecha. A su vez, los conservadores liberales perdieron el tabú de las cuestiones sociales y fueron a buscar en las plataformas electorales de la social democracia ideas para sus propias fórmulas. Hoy, la derecha liberal habla de igual a igual de reformar el sistema financiero internacional, de justicia social y de ecología. Para muchos analistas, a la socialdemocracia le resultó muy costosa su dualidad: defensa del Estado providencia y de la justicia social e integración plena en la economía de mercado marcada por la globalización.
Los socialistas franceses, silenciosos como casi todos los partidos socialdemócratas europeos durante la hecatombe financiera, esperan ahora sacar provecho de la coyuntura. Y ante la indiscutible legitimización del discurso de la extrema izquierda –nunca pactó con la globalización– las corrientes más a la izquierda del PS apuestan por un renacimiento casi mecánico y por un desplazamiento del centro de gravedad. Benoît Hamon, diputado europeo miembro del PS y representante del ala izquierda del partido, ha visto cómo la historia combinó las cartas de una forma inesperada. La izquierda socialista fue propulsada por la crisis internacional: “Hemos ganado una batalla porque todos acudieron a nuestra línea política”, concluye Hamon.
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