EL MUNDO › OPINIóN
› Por Robert Fisk *
Los repulsivos archivos del partido Baas sobre Saddam Hussein encuentran su lugar en mi mesa de café, todos marcados como “secretos” e inéditos, aunque formaron la base del proceso que condujo al perverso ahorcamiento del anciano hace más de dos años. Los reimprimo ahora sin excusas, porque tienen un amargo regusto en el “nuevo” Irak y el “nuevo” Afganistán, sobre los cuales aún fantaseamos mientras enviamos más tropas de la OTAN a la más grande tumba militar de Asia.
Las pruebas documentales de la brutal investigación de Saddam por la matanza en la villa musulmana chiíta de Dujail, en 1982, constituyen un testimonio aterrador de la diligencia y crueldad del totalitarismo, los expedientes originales de los servicios secretos de Hussein y su cacería de los hombres que intentaron asesinar al dictador iraquí hace más de un cuarto de siglo. Saddam era el líder todopoderoso de una nación en guerra con Irán, cuyos enemigos más acérrimos eran miembros del partido Al Dawa, apoyados por Irán (entre ellos un tal Nouri al Maliki). Los aliados más cercanos de Saddam en ese tiempo eran los jecatos petroleros del Golfo... y Estados Unidos, que enviaba suministros militares, precursores químicos y fotografías de reconocimiento satelital a Bagdad para ayudar a Saddam en su guerra contra Irán, nación que éste había invadido dos años antes.
A su paso por Dujail, el convoy fuertemente armado de Hussein fue atacado por diez aldeanos armados con rifles Kalashnikov. Todos fueron abatidos en la acción o asesinados más tarde. Sin embargo, en las investigaciones subsecuentes, el Mujabarat –en este caso actuando bajo el ominoso título de “Oficina de enlace criminal del régimen”– pudo utilizar el sistema de tribus y subtribus de Dujail para arrancar el nombre de todos los asociados con los atacantes.
La descendencia patriarcal –en la que todos los varones llevan los nombres de sus padres, sus abuelos y sus bisabuelos, a veces hasta ocho generaciones– permitió a la policía secreta rastrear la línea masculina de familias enteras y liquidarlas por completo. A las mujeres las torturaron, y a muchas las violaron. A los hombres los descuartizaron. Un abuelo perdió a todos sus hijos y nietos. Su “traidora” línea familiar terminó. La crueldad de la “oficina de enlace criminal” aflora en los partes que sobreviven.
“Informe de sujeto/investigación
“El partido nos asignó para presentar los nombres de los miembros opositores y malignos del traidor partido Al Dawa...
“Un saludo de camaradas. Dun Shakir al camarada miembro del Comando del Estado. Informe de sujeto/seguridad: derivado del hecho de que los criminales del partido Al Dawa han atacado a nuestro Gran Comandante el Secretario del Estado, el Esforzado Camarada Saddam Hussein, obtuvimos los nombres de las familias hostiles que están contra el partido y la revolución, sabiendo que ya levantamos varios reportes e investigaciones sobre estos criminales, cuyos nombres se citan abajo.”
Y luego viene un legajo de expedientes que enlistan a las familias acusadas y a sus miembros varones. Por ejemplo, de la tribu Abu Haideri de Dujal, hay un bisabuelo llamado Abdullah con tres hijos, Asad, Mohammed y Suheil, que a su vez tienen nueve hijos: Sabri, Ali, Nayif, Jasim, Hassan, Qadir, Kabsun, Yasin y Hani. La policía secreta cayó sobre los hijos de éstos: Ammar, Abdel Salam, Qasim, Sahib, Sa’ad, otro Qasim, Hashim, Alí, otro Alí y Thamir.
Estos últimos fueron todos ejecutados por órdenes de Saddam. También otro de los hijos de Jasim –Nabil– y cinco más de los hijos de Hassan: Hussein (quien participó en el atentado), Fatih, Salim, Mohammed y Mahmoud. Otros cinco de sus primos hermanos –Ahmed, Abdullah, Mohammed, Mahmoud y Abbas– fueron también privados de la vida. Así, sólo un descendiente varón del bisabuelo Abdullah escapó de los escuadrones de ejecución de Saddam.
Pero ésos fueron sólo los hijos varones de una familia. Los asesinos de Saddam persiguieron a muchos más. Los investigadores en el juicio notaron un rasgo revelador entre los oficiales de la policía secreta. Si reportaban una ejecución, ponían su rúbrica. Si enviaban información de inteligencia, firmaban con su nombre completo. Desde luego, tras la caída de Saddam, no fue difícil relacionar las firmas con las rúbricas.
Pero ahora hago una pregunta. Cuando soldados estadounidenses masacraron a civiles iraquíes en Haditha porque un compañero había sido asesinado, ¿qué diferencia hubo entre su venganza y la de Saddam? Cuando un ataque del talibán a las fuerzas de la OTAN en Afganistán provoca una incursión aérea estadounidense sobre una aldea y deja mujeres y niños despedazados entre las ruinas –lo cual parece ahora inevitable–, ¿qué diferencia hay entre esas muertes de inocentes y la destrucción de las familias de los nietos de Abdullah en Dujail?
Sí, ya sé que los esbirros de Saddam seleccionaron a los parientes de sus enemigos, mientras que nosotros nada más matamos a quien esté en la zona de nuestros contrarios. Y sí, les aseguro que el desenlace no será el mismo. El dictador iraquí fue colgado en Bagdad en 2006, maldecido por sus verdugos chiítas encapuchados de “Al Dawa” cuando estaba en el cadalso. Para nosotros, no habrá ejecuciones.
* De La Jornada de México. Especial para Página/12.
Traducción: Jorge Anaya.
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