EL MUNDO › ESPAñA ES UNA PERLA EN EL OCéANO DEL CONSERVADURISMO EN EL VIEJO CONTINENTE
Los socialistas franceses llevan veinte años sin ganar una elección presidencial; los socialdemócratas alemanes van camino a quedarse fuera de la coalición gubernamental y la izquierda italiana está atravesando una crisis.
› Por Eduardo Febbro
Desde París
“Sombras nada más” o tal vez ese poema de Borges que dice “como si hubiera una región donde el ayer pudiera ser el hoy, el aún o el todavía”. Con eso sueñan las izquierdas de Europa, con que algo de lo de ayer perdure todavía. Pero no. Las coordenadas de la historia han encerrado a la izquierda europea en un sombrío callejón desde donde apenas se divisa un horizonte estrecho y una hilera de urnas vacías. En el momento del peor naufragio del ultraliberalismo, la propuesta política de la izquierda, en vez de cosechar los votos de la razón y el reconocimiento, se hunde con el mismo liberalismo que tanto combatió. Los socialistas franceses llevan 20 años sin ganar una elección presidencial y ahora están apretados en una camisa de fuerza cuyo brazo derecho es el presidente Nicolas Sarkozy y el izquierdo, la izquierda radical, que perturba su credibilidad y su hegemonía. En Alemania, con apenas 22 por ciento de intenciones de voto, el SPD va camino de quedarse afuera de la próxima coalición gubernamental. Y en Italia, la izquierda es un recuerdo. La dimisión de Walter Veltroni al puesto de secretario nacional del Partido Demócrata, PD, dejó un agujero negro allí donde antes había un partido.
Nada por allí, casi nada por allá. Salvo España, la izquierda socialista se esfumó en los países europeos donde hizo historia. Sin voz. Sin votos. Sin credibilidad. Sin programa, y hasta sin jefes. El emblema de la calamidad lo encarna el renunciante Walter Veltroni y su alucinante frase de despedida: “Pido perdón por no haber podido llevar adelante el partido que soñaba”. Veltroni cerró la puerta y abrió los portones de la orfandad con un gesto similar al asumido, siete años antes, por el ex primer ministro francés Lionel Jospin luego de la derrota sufrida en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2002. Jospin anunció su abandono de la política y de la dirección del PS. Con él desapareció la coalición verde-rojo rosa que había gobernado Francia durante cinco años (1997-2002) y, por consiguiente, una gran ilusión. A Italia le ocurrió lo mismo. Las proyecciones de una izquierda reformista capaz de ganarle a Silvio Berlusconi no duraron mucho. La formación de Veltroni nació a finales de 2007 con la meta de recrear un centroizquierda poderoso y legítimo capaz de representar una alternativa a Silvio Berlusconi. Puro humo. Los sucesores de Enrico Berlinguer y de lo que fue el Partido Comunista más influyente y poderoso de Europa trabajaron en una aplicada autodestrucción en momentos en que las teorías de sus antepasados triunfaban con el derrumbe de las Bolsas mundiales, la bancarrota de los bancos y la urgente y masiva intervención de los Estados.
Para muchos electores y simpatizantes de la izquierda el problema está precisamente en que ya no hay más izquierda y que esos partidos conservan el nombre pero no el contenido. “Revolucionarios de biblioteca”, “izquierdistas de café”, “reformistas de sobremesa”. Los apodos que llevan hoy los representantes de la izquierda aluden, todos, a una farsa consensuada. En Francia, los socialistas son un trazo endeble en el escenario de la oposición. Sus extensas contiendas internas y la confusión que crearon varias figuras históricas del PS cuando aceptaron trabajar en el gobierno conservador de Sarkozy no han hecho sino debilitar la imagen de la rosa. Al igual que en Italia, el PS francés se consumió en sabotajes y asesinatos del aparato en el seno mismo de la formación. Esta tragicomedia de boulevard se desplegó justo cuando el planeta de las finanzas se salía de su órbita. Pero el PS estaba demasiado absorbido en sus divorcios y reconciliaciones, paralizado a la hora cambiar de nombre y aceptar que lo de socialista era sólo un afiche para el recuerdo.
Berlusconi en Italia y Sarkozy en Francia pueden pasear ante las cámaras una cándida sonrisa de satisfacción. Y lo peor podría confirmarse en las elecciones europeas del próximo mes de junio, donde el PS aparece debilitado por el avance del partido centrista Modem y de la extrema izquierda, rearticulada en torno del recién creado NPA, Nuevo Partido Anticapitalista. En Alemania se da una situación casi similar. La conservadora Unión Demócrata Cristiana (CDU) de Angela Merkel se ocupa más del Partido Liberal (FDP) que de su actual aliado dentro de la coalición de gobierno, los socialdemócratas del SPD. Ocurre que los ultraliberales del FDP viven un milagro. Todas sus ideas acabaron con los ahorros del planeta, pero, según un sondeo publicado por la revista Stern, los electores alemanes los premian con 18 por ciento de intenciones de voto cara a las elecciones de septiembre próximo. El Partido Socialdemócrata, en cambio, apenas suma 22 por ciento de las intenciones de voto. Si ello se cumple en las urnas, el SPD pasaría a la oposición, un hecho inédito en los últimos once años. La socialdemocracia alemana tiene 136 años de historia y lleva medio siglo sin bajar del 30 por ciento de los votos. Los socialdemócratas alemanes arrastran los mismos espantapájaros que la izquierda italiana y la francesa. Disputa entre el candidato a canciller, Frank-Walter Steinmeier, y Franz Müntefering, presidente del SPD, desacuerdos patéticos en torno de la plataforma y, como en Roma y París, prolongadísimos debates acerca de si es oportuno o no pactar con la izquierda más radical. El capitalismo se hunde en un profuso festival de corrupción, sobornos, estafas, quiebras y excesos que saltan cada día ante los ojos asombrados del mundo. La socialdemocracia se difunde en la atmósfera como un aerosol inofensivo.
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