EL MUNDO › OPINIóN
› Por Vicente Romero
A finales de los durísimos años cuarenta, un dirigente de la lucha antifranquista quedó aislado en el frente guerrillero de Levante. Resistió durante muchas semanas, oculto en una zona montañosa, gracias a la solidaridad de los lugareños. Desde una población cercana, cada ocho o diez días, una mujer subía al monte para llevarle comida y noticias. Era una hembra poco agraciada, a la que el joven combatiente comunista no habría mirado dos veces si se la hubiera cruzado en la calle de cualquier ciudad. Pero en la soledad y el desamparo en que se encontraba, aprendió a contemplarla como a un ángel. Sus visitas no sólo le aportaban alimentos e informaciones, sino algo aún más valioso: calor humano.
“La esperaba con impaciencia –me confesó el guerrillero, recordándola mucho tiempo después–, porque cuando venía hablábamos unas cuantas horas y hacíamos el amor. Por eso, aquella feúcha llegó a parecerme la mujer más bella del mundo.”
Las necrológicas de algunos periódicos dan noticia de la muerte de Florián García, a los 92 años. E hilvanan datos biográficos, contando que en 1933 se afilió a las Juventudes Comunistas y, tres años después, al PCE; que combatió en la Guerra Civil, dentro de la 50ª Brigada Mixta, y alcanzó el grado de capitán en la 5ª Brigada de Cabineros; que, tras la victoria franquista, pasó veintidós meses en un campo de concentración; que cuando recuperó la libertad se incorporó a la resistencia contra la dictadura; y que desde 1946 hasta 1952 luchó en las filas guerrilleras, en Levante y Aragón.
Conocí a Florián García en 1977, en Praga, donde él llevaba veintitrés años exiliado. Leonor Bornao, en nombre del Comité Central del PCE, le pidió que me ayudara a entrar en contacto con los principales firmantes de la “Carta 77”, movimiento democrático que se oponía al régimen stalinista, sobre el que yo iba a hacer un reportaje para el ya desaparecido diario Pueblo. Viejo zorro, Florián me vigiló antes de acudir a nuestra primera cita para comprobar que la policía checa no me seguía. Sus consejos me permitieron mantener varias entrevistas clandestinas antes de que me detuvieran en casa del ex dirigente comunista Zdenek Mlynar (uno de los impulsores de la “primavera de Praga”, aplastada por los tanques soviéticos) y me expulsaran del país.
Lo más interesante de aquel reportaje fue lo que nunca publiqué: las largas charlas con Florián García. Durante una de ellas, una noche en la legendaria cervecería U fleku, el endurecido combatiente antifranquista me habló de aquella feúcha/bellísima campesina que le proporcionó unos momentos de ternura, imprescindibles para resistir en el monte. Aquel relato íntimo y lleno de humor me ha servido para recordar al hombre oculto tras los datos del luchador político que publican los periódicos.
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