Mar 12.11.2002

EL MUNDO

Lula, un presidente carismático con el aura de un moderno mesías

Las Iglesias de Brasil apoyan al nuevo dirigente por su cercanía al pueblo: desde las comunidades cristianas de base hasta los evangélicos, los africanos, Frei Betto y Leonardo Boff.

Por José Arias *
Desde Río de Janeiro

El presidente electo de la República de Brasil, el ex metalúrgico Luiz Inácio Lula da Silva, será diferente en su estilo de gobernar, y los millones de creyentes que le dieron su voto, desde las famosas comunidades cristianas de base a los evangélicos, pasando por los seguidores, en Bahía, de los cultos africanos, le van a exigir que no esconda su fe. Lula ya ha enviado su primer mensaje: no gobernará, ha dicho, a través de la televisión, ni desde la soledad del palacio del Planalto (probablemente no va a vivir en la residencia presidencial), sino desde la calle, en contacto directo con la gente.
Durante la campaña electoral había sorprendido al parangonarse al mismo Jesucristo. Se refería a que el mundo del poder siempre le había puesto obstáculos, mientras que los pobres lo habían seguido de cerca, “como le ocurrió a Jesucristo”, había llegado a decir. Y lo cierto es que ciertas elites comienzan a preocuparse por la forma desenvuelta en que Lula está rompiendo todos los protocolos para acercarse a la gente sencilla que lo sigue en todos sus pasos oficiales. Hasta se han llegado a preguntar si un presidente no debería ya, desde ahora, exponerse menos y aceptar la soledad que el cargo comporta.
Y es que los primeros gestos del nuevo presidente han sido tan espectaculares que ya lo han comparado con Juan XXIII, el Papa que después de los años del hierático Pío XII, inabordable, instauró en el Vaticano un nuevo estilo de comportarse, escapándose de sus departamentos para ir a visitar a algún amigo enfermo y haciendo chistes y bromas en las audiencias hasta con las monjitas.
Lula, apenas elegido presidente, fue a cortarse el pelo a la sencilla peluquería de siempre en su pueblo. Mientras se cortaba el pelo, sus viejos amigos bromeaban con él y se bebían una cerveza. Entre tanto, su mujer, Marisa, que de joven había trabajado como criada y de mayor en una fábrica de chocolates, se hacía la manicura a su lado.
El nuevo presidente sabe muy bien que debe una buena parte de los 60 millones de votos recibidos al gran mundo brasileño de la fe. Brasil es un pueblo religioso de los pies a la cabeza. Aquí no existen intelectuales agnósticos, y menos, ateos. Todos creen en algo o en muchas cosas a la vez. Las distintas iglesias suelen ser conservadoras en materia de dogma, pero abiertas en el campo social. Son iglesias que trabajan coco con codo con los más pobres y hambrientos. Las sectas evangélicas les roban cada año más de un millón de fieles a los católicos porque se han colocado más cerca de los más pobres, sobre todo en las favelas de las grandes ciudades, mientras los católicos se han ido inclinando por las clases medias. Las Iglesias evangélicas cuentan con más de 40 diputados federales y están presentes en todos los parlamentos estatales. Son, pues, además de una imponente fuerza religiosa, una gran potencia política, social y económica.
La defensa de los más necesitados siempre tiene aquí eco en las organizaciones de cualquier tipo religioso. De ahí que la famosa Iglesia Universal del Reino de Dios no tuviera problemas en apoyar, a través del Partido Liberal (PL), la candidatura de Lula. Como no los tuvo toda la Iglesia progresista católica, la de la Teología de la Liberación o la de las comunidades cristianas de base. Ni siquiera las confesiones africanas del Candomblé, que le hicieron a Lula durante la campaña todos los rituales de la bendición para protegerlo.
Durante toda su vida, Lula tuvo como consejero social y espiritual al famoso religioso, hijo de la Teología de la Liberación, Frei Betto, autor de más de 40 libros, que fue el primer religioso en entablar amistad personal con Fidel Castro. Frei Betto estuvo toda la campaña al lado deLula y ha revelado que el nuevo presidente fue creyente toda su vida, “como lo son todos los pobres del país”.
Sólo conociendo estos antecedentes se explica que la primera gran decisión política de Lula haya sido la llamada Campaña de Hambre Cero. El nuevo presidente, minutos después de que las urnas proclamaran su victoria, ya anunció que el primer empeño de su gobierno sería “acabar con el hambre en Brasil”. Dijo ante la televisión: “Al cabo de mis cuatro años como presidente me sentiré feliz si todos los brasileños, sin excepción alguna, pueden comer tres veces al día”.
A quien le recordó enseguida que en los presupuestos no existe dinero para dar de comer a los más de 30 millones de brasileños que pasan hambre, respondió: “Sacaré el dinero de donde sea”. Los cálculos dicen que necesitará 5000 millones de dólares para hacer posible su sueño. Desde el Banco Mundial hasta la ONU y la FAO han ofrecido a Lula el apoyo para su Campaña de Hambre Cero. Y cuenta además con la ayuda del mundo empresarial, que tiene todo el interés en que esos 30 o 40 millones de marginados entren por fin en el mundo del consumo y del trabajo haciendo crecer la economía del país.
Los pobres de Brasil tienen la clara sensación de que por primera vez ha llegado a la presidencia uno de ellos, del pueblo, que pasó hambre en su vida y que no pudo estudiar. El sábado mismo, Lula, quizás para justificar el énfasis que está poniendo en la lucha contra el hambre, recordó que él había comenzado a “comer” a los siete años, porque antes bebía sólo una taza de café con harina al día.
Leonardo Boff, el padre de la Teología de la Liberación de Brasil, el ex franciscano amado por los más pobres, ha publicado en el Jornal do Brasil una carta abierta a Lula, emblemática de lo que esperan del nuevo presidente. “Tú eres el primero entre los presidentes de este país que tienes la cara del pueblo”, le dice el teólogo, y añade: “Tú llegas del mundo del dolor y llevas en tu cuerpo la tragedia y la esperanza del pueblo brasileño. Esa esperanza fue siempre derrotada, pero no vencida”. Boff recuerda en su carta que esta vez Brasil tiene un presidente que no sólo gobierna “para” el pueblo, sino “con” el pueblo.
Boff acaba recordando a Lula que el poder es la mayor tentación, y que, como los grandes hombres del cambio en la historia, desde Gandhi a Francisco de Asís, lo único que limita el poder “es la ternura del corazón”. Los grandes artistas de este país concuerdan en que la fuerza que emana de Lula, que le permite quebrar protocolos e implantar una forma nueva de gobernar, es precisamente ese carisma de su persona que le hace tan atractivo a la gente sencilla que, como ocurría con Juan XXIII, la gente quiere tocarlo y hasta acariciarlo. El sábado una mujer del campo que consiguió acercarse a Lula y besarlo decía emocionada: “Su barba es suave y huele muy bien”.

* (De El País de Madrid, especial para Página/12).

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