EL MUNDO › EN BOLIVIA, LA VIOLENCIA DEL FúTBOL ES RECICLADA PARA LA POLíTICA
En Santa Cruz de la Sierra es común escuchar que la versión local de la Doce participa en los hechos violentos que encabeza la Unión Juvenil Cruceñista contra partidarios de Evo Morales.
› Por Gustavo Veiga
Para Angel “Chichi” Pérez, apalear vecinos que reclaman tierras en Santa Cruz de la Sierra o entreverarse en un tiroteo por el control de la barra brava de su club, Oriente Petrolero, son dos prácticas muy familiares. Este matón es tan autónomo como la autonomía que le reclaman al gobierno boliviano las organizaciones a las que supo (y sabe) prestar servicios: la Falange Socialista Boliviana (FSB) y la Unión Juvenil Cruceñista (UJC). Su cuerpo modelado en los gimnasios, pero sobre todo sus contactos políticos, le permitieron obtener una reputación semejante a la de Rafael Di Zeo en sus mejores tiempos. El dice –vaya coincidencia– que viajó a la Argentina en 1993 para ejercitarse en la escuela de artes y oficios de la Doce. Y lo que aprendió, lo volcó con los años en una meta donde ha puesto toda su energía. La caída del presidente Morales. Su empeño lo llevó a transformar en himno futbolero un cantito del movimiento cívico: “Evo, Evo cabrón”. Ese que incluso entonan en el clásico cruceño sus tradicionales rivales del Blooming.
Pesados como Chichi Pérez transformaron al departamento de Santa Cruz en un lugar irrespirable para todo aquel que no profese los ideales autonomistas. Desde el sector de La Curva, en el estadio Tahuichi –donde construyó su primer liderazgo en el primitivo deporte de las piñas–, Pérez percibió dónde estaba el filón. En esa combinación que las barras argentinas convirtieron en un producto for export: la construcción de poder gracias a las prebendas de los dirigentes, el cobro de peajes a particulares que permite el fútbol en su círculo multitudinario y los aceitados contactos políticos. A la búsqueda de estos últimos, le prestó especial atención. Sus primeros pasos los dio haciéndole el aguante a la Unión Cívica Solidaridad (UCS) del ex alcalde cruceño Johnny Fernández.
Cuando Pérez ya había hecho su posgrado en la tribuna, pasar a ser guardaespaldas le resultó una carrera de fácil graduación. El periodista Marcelino Villarreal, de ASC Noticias, autor de largas y detalladas crónicas sobre el apogeo de las barras bravas en Santa Cruz, cuenta que desde aquel momento, “tuvo acceso al poder municipal, a más dinero y a más padrinos”. Cualquier semejanza con nuestra realidad futbolística es pura coincidencia. Juan Carlos Rousselot, el ex intendente de Morón en los años ’90, es el ejemplo más refinado de cómo sostener y poner a su servicio a la patota desde el Estado. En la cuna del autonomismo boliviano sus enseñanzas gozan hoy de muy buena salud y Chichi, el inefable Pérez Argote sería su mejor alumno.
Los barras de Oriente Petrolero que le responden, un club que tiene la camiseta igual a Banfield, a bastones verdes y blancos, cambiaron esos colores por las camisas negras de la falange. Son la imagen rediviva de Benito Mussolini con un toque de realismo mágico, aunque en la sierra boliviana el saludo nazi que realizan estos grupos nada tiene de fantástico. Es bien real. En agosto de 2007, portando banderas cruceñas y bates de béisbol, tomaron por asalto las dependencias de la UJC en una pelea entre grupos de ultraderecha. Los sorprendidos unionistas bebieron de su propia medicina, ya que sus matones rentados de otras épocas les habían copado el local. En ese conflicto tuvo que mediar Branco Marincovic, un referente secesionista y empresario sojero de origen croata, indiscreto perfil racista y anfitrión de ex militares carapintadas que conspiran en suelo boliviano contra Morales.
Gloria Beretervide, productora argentina del documental Presidente Evo, ha viajado en varias oportunidades a Santa Cruz. Asegura que “es común” escuchar comentarios sobre la participación de barrabravas en hechos violentos contra partidarios del MAS (la fuerza política en el gobierno), o habitantes del populoso Plan 3000, una suma de cuarenta barrios que tienen 250 mil habitantes, de los cuales el 90 por ciento proviene del occidente del país y son partidarios del presidente de origen aymara.
La trayectoria de Chichi Pérez adquirió la tonalidad parda de la simbología fascista desde que Morales asumió la presidencia en enero de 2006. Sus pretores lo alimentaron bien de recursos y protección para que hiciera de las suyas, aunque a menudo les envía señales de una conducta incontrolable. Un tiroteo que protagonizó por el dominio de la barra de Oriente Petrolero lo depositó a la cárcel en 2008, en abril de este año escapó de la Justicia que lo buscaba por la tentativa de homicidio del abogado Edgar Solíz Von Borries y fue acusado de contratar a una turba de doscientos patoteros para desalojar a vecinos que intentaban lotear el barrio 24 de Junio.
Las andanzas de este personaje que una vez atacó a golpes al director técnico argentino del Oriente Petrolero, Néstor Clausen, son parte de ese combo letal donde la violencia del fútbol es reciclada para la política. Pérez ha demostrado que es funcional a la estrategia de sus jefes separatistas. Les brindó en más de una oportunidad sus esmerados servicios para imponer los paros cívicos contra el gobierno de La Paz ataviado con la camiseta de la UJC. Al grito de “Autonomía, autonomía”, el barra brava más famoso de Santa Cruz de la Sierra, impuso presencia en las calles como lo hacía en las tribunas. A los pueblos originarios que siguen a Evo los percibe en todas partes. “Maldita raza, maldita raza” es uno de los cantitos que supo imponer desde la curva del Tahuichi.
Los lúmpenes como él son la fuerza de choque que desde hace tres años y medio consiguió en Bolivia que la Argentina perdiera la exclusividad de la patota binorma. Esa que los domingos sirve para el fútbol y cuando el deber cívico llama, sale a romper cabezas sin disimular su racismo.
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