EL MUNDO › OPINION
› Por Torcuato Di Tella *
En política, Honduras es una reliquia del siglo XIX que de golpe se ve enfrentada con los problemas actuales. Su sistema partidario se basa en el enfrentamiento entre conservadores (con el nombre de nacionales) y liberales, como en tantos otros lugares del continente en los viejos tiempos. Aunque pobre, tiene relativa abundancia de tierras, motivo por el cual ha sido por décadas meta de la emigración desde El Salvador. Como es sabido, en ese superpoblado país hubo una fuerte guerrilla, que tras la pacificación acaba de acceder a la presidencia. Algo parecido ha ocurrido en Nicaragua. Y en Guatemala hubo también una insurgencia armada, brutalmente reprimida. Más al sur, Costa Rica y Panamá son otro mundo. Así que, en el sector norteño de América Central, Honduras era un oasis de baja conflictividad. Desde 1982, los gobiernos civiles se alternan, con relativa tranquilidad, entre nacionales y liberales.
De todos modos, de alguna forma tienen que manifestarse los reclamos populares por una mayor justicia social. Esto podría tomar la forma de insurrecciones violentas, como en sus vecinos, o de la formación de nuevos partidos reformistas, como el que llegó recientemente al poder en Guatemala. También podría haber emergido algún nuevo liderazgo de masiva apelación popular, como en Venezuela, Ecuador o Bolivia (o en el Perú con Ollanta Humala, por el momento minoritario). Un intento de este tipo es el protagonizado por Manuel Zelaya que, extrañamente, viene del riñón del liberalismo. El podría formar una escisión de ese partido, como hizo Jorge Eliécer Gaitán en Colombia en los años ’40, con mucha mala suerte, pues lo único que consiguió fue facilitar la victoria electoral de los conservadores. Algo parecido puede ocurrir ahora en Honduras, esperemos que sin generar la violencia que se dio en Colombia tras el asesinato del dirigente liberal transformado en populista.
Lo peculiar del caso en Honduras es que los poderes del Estado (aparte de la presidencia) están fuertemente encuadrados contra Zelaya, lo que les podría haber facilitado deponerlo por vía legal o, al menos, impedirle realizar el referéndum para modificar la Carta Magna. Pero la deposición del presidente por una intervención militar, por apoyada que ésta esté por una parte de los poderes constitucionales, es totalmente inaceptable, y la comunidad internacional, especialmente la centroamericana (en la persona del Premio Nobel de la Paz y mandatario de Costa Rica, Oscar Arias), se va a poner firme en ese tema. También Zelaya tiene que ceder en parte, y lo más probable es que deba renunciar a su cargo, como parte de un avenimiento, y se convoque a elecciones, sin él como candidato. ¿Qué puede ocurrir entonces? No quiero seguir pronosticando el futuro y quedar colgado del pincel, pero hay dos probabilidades. Una es que se imponga el Partido Nacional, que espera con regocijo que sigan los conflictos internos en su rival tradicional. La otra es que directa o indirectamente Zelaya promueva una nueva formación política, con otro líder formal, aunque inspirada por él, que genere un fenómeno parecido al de Hugo Chávez, aunque en versión más moderada, quizá más cercano al de Correa en el Ecuador, país también signado hasta hace poco por una competencia entre formaciones tradicionales que de golpe pierden vigencia.
* Sociólogo.
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