EL MUNDO › LA CERCANA RELACION DE BRASILIA CON WASHINGTON
Los gestos públicos son fotográficos, pero los privados son contundentes. Por ejemplo, que el norteamericano le pidió al brasileño ayuda para pilotear el tema Cuba en la OEA.
› Por Darío Pignotti
Desde Brasilia
Fueron dos fotos de impacto distinto pero significado político convergente. Una recorrió el mundo, mostrando al Primer Mundo, encarnado en Barack Obama y Nicolas Sarkozy, ambos igualmente subyugados por el caminar ondulante de una tercermundista, en este caso la carioca Mayara Tavares, 17 años, miembro de la delegación brasileña encabezada por Luiz Ináacio Lula da Silva en la cumbre de jefes de Estado celebrada la semana pasada en L’Aquila, Italia. En otra foto, seguramente no tan insinuante como la anterior, el líder norteamericano posó, ahora junto a Lula, con una camiseta de la selección brasileña autografiada por varios jugadores.
La primera conclusión, obvia, nos lleva a sostener que Obama “gosta muito do Brasil”. La segunda, no tan definitiva, es que hay señales para suponer que el romance entre Brasilia y Washington es sólido y promete ser de largo alcance.
También se puede repasar otros dos episodios, ciertamente menos fotográficos y más relevantes. En junio Brasilia fue escogida por la Casa Blanca como una suerte de fiadora en las negociaciones, intensas y por momentos al borde del fracaso, que finalmente pusieron fin a 37 años de veto de la OEA contra a Cuba. Mientras sesionaba la asamblea de la OEA en Honduras, Lula recibió una llamada de Obama, para, según trascendió, consultarlo sobre la estrategia a seguir y ensayar algún tipo de acción conjunta.
La flamante administración del demócrata Obama precisó contar con el respaldo brasileño para una jugada –el voto, condicionado, a favor de la readmisión de Cuba en la OEA– en la que se propuso romper con la herencia del republicano George W. Bush y presentar sus credenciales diplomáticas ante la comunidad latinoamericana.
Para Washington Lula es sin sombra de duda el líder de América latina, afirmó el jueves Thomas Shannon, saliente secretario adjunto del Departamento de Estado y futuro embajador en Brasil. Los dichos de Shannon no hicieron más que rubricar aquello afirmado por otros presidentes del hemisferio, desde el mandatario paraguayo Fernando Lugo a su colega chilena Michelle Bachelet.
Sorprendió, en cambio, la sugerencia planteada por Obama durante una reunión con Lula en L’Aquila para que Brasil actúe como mediador oficioso, entre Estados Unidos e Irán. Está allí el dato más novedoso de la política externa brasileña: su proyección como actor extra regional, capaz de ser un aliado confiable de Estados Unidos sin renunciar a sus relaciones, cada vez más fluidas, con Teherán, al punto de estar prácticamente agendado un encuentro entre Lula y Mahmud Ahmadinejad para 2010.
Como los buenos gambeteadores, Lula, que fue un decoroso jugador de fútbol en sus años mozos, aceptó la sugerencia del “compañero” Obama pero evitó, en principio, aceptar el rol de mandadero de Washington. Consideró deseable que Irán emule a Brasil en materia nuclear y desarrolle tecnología confines pacíficos. Traducción: esquivó decirle a Ahmadinejad que acabara de una vez con sus ensayos atómicos, algo que habría sido mal recibido por el gobierno persa.
Sucede que Lula, ahora con Obama, y antes con George W. Bush, nunca rompió lanzas con Washington pero siempre procuró un cierto margen de maniobra para ganar legimitidad con los países del Tercer Mundo. Así ocurrió en marzo de 2003 cuando Brasil reprobó la invasión norteamericana a Irak y continuó manteniendo relaciones diplomáticas con el gobierno de Saddam Hussein, o en 2008 cuando patrocinó la creación del Consejo de Defensa Sudamericano en explícita respuesta a la reactivación de la IV Flota. Siguiendo esa misma tesis de política externa, que bien podría ser definida como de “autonomía sin confrontación abierta” con Washington, hace dos semanas el Ministerio de Relaciones Exteriores, puso en funciones al primer embajador brasileño en Corea del Norte.
En suma, la irrupción de Brasil como uno de los jugadores de peso, aunque no determinante, en la mesa de poder mundial no es fruto apenas de la ubicuidad de Lula, sino de la construcción de espacios de poder en un escenario cada vez más multipolar y, no menos importante, su creciente robustez económica.
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