› Por Horacio Verbitsky
Marcos Aguinis confirmó en “Perfil” que a pedido de la DAIA escribió la biografía del almirante Guillermo Brown como homenaje y donación al almirante Massera, y que por su fugaz desempeño como funcionario cobra una jubilación de privilegio. Para que parezca una desmentida disimula esta forzada admisión con injurias a mi padre y a mí, que lo retratan bien. Esta es mi respuesta:
“El intelectual más conspicuo” de Río Cuarto, como se autodenomina luego de establecer que no le gusta hablar de sí mismo, dijo en su “sitio oficial” que escribió aquel libro porque quería que “nos emocionáramos con la historia para mirar mejor nuestro presente”. Pero ahora afirma que lo hizo para “gestionar el paradero y la libertad de gente desaparecida”. Esa fue la misma justificación del ex nuncio Pío Laghi para sus partidos de tenis con Massera. De la DAIA sólo se conoce el canje que hizo su presidente, Nehemías Resnizky: la salida a Israel de su hijo por el silencio institucional sobre los crímenes de la dictadura y su defensa explícita en los casos de mayor repercusión internacional. Hace poco se encontraron en la embajada argentina en Canadá películas de propaganda de la dictadura. En una de ellas, el presidente de la DAIA en 1980, Mario Gorenstein, sostiene que Jacobo Timerman no fue detenido por ser judío y que el gobierno es receptivo a las denuncias sobre casos de antisemitismo, que nunca atribuye a la dictadura. El libro de la historiadora Gabriela Lotersztain “Los judíos bajo el terror” narra cuál fue el “lamentable papel de la dirigencia comunitaria local” ante las familias rechazadas cuando acudían en busca de ayuda. Aguinis contradice tan documentado conocimiento e intenta presentar a ese judenrat como una organización preocupada por los judíos detenidos desaparecidos. Su inverosímil razonamiento pretende que el propósito era que su obra llegase “a todos los mandos y, fundamentalmente, a los sitios de detención”. De inmediato percibe la enormidad de lo que ha escrito y añade que “este objetivo no fue expresado, lógicamente”. La idea implícita es que si los jefes de la ESMA recibían su hagiografía escolar de Brown se apiadarían de sus prisioneros judíos. Aguinis toma su fantasía por realidad y se alegra de haber contribuido desde su supuesta “trinchera de escritor a salvar varias vidas”, afirmación de la que no brinda detalles que permitan verificar a quiénes ayudó ese libro y de qué manera. Incluso participó en el acto de donación de 5.000 ejemplares en el Edificio Libertad, pero aclara, con las mayúsculas de la desilusión trocada por el tiempo en alivio, que “Massera NO concurrió”, lo cual sólo prueba el desdén con que el destinatario recibió la lisonja.
Aguinis dice que él no quería participar en ese emprendimiento despreciado porque le “sublevaba tener que bajar la cabeza ante los represores”. Para convencerlo, mi padre le habría dicho con los ojos húmedos: “¡Pero se salvarán vidas!” Citar a quien ya no puede defenderse de semejante falsedad no forma parte de las normas aceptables para una polémica. Esta técnica califica a quien la usa.
Muy considerado con su persona preferida, agrega que está feliz por haber escrito esa obra “de cuyo ritmo y calidad no me arrepiento”. Sólo le faltaría corregir su “sitio oficial”, donde este regalo a Massera figura como editado en 1971, y lo que afirmó “La Nación” hace tres años, que su edición argentina es de 1981. Ni 1971 ni 1981: 1977.
Aguinis afirma que yo estaba “contratado por la Fuerza Aérea”. Esa es una patraña inventada en 1991 por los servicios de informaciones del gobierno menemista cuando apareció “Robo para la Corona”, repetida desde entonces por los defensores de la dictadura. Que alguien a quien le consta su falsedad la use 18 años después es indicativo sobre qué poco tiene para argüir sobre los datos simples y concretos que publiqué acerca de él.
También me llama “escriba de Kirchner”. Los lectores de mis columnas saben a qué atenerse. Para el resto, sólo diré que esa relación inexistente fue inventada en 2003 en una revista de José Luis Manzano y repetida por quienes desean perjudicar al ex presidente asociándolo conmigo o dañarme a mí vinculándome con él.
Niega que cobre una de las jubilaciones de privilegio de la ley 21.121 por sus once meses como secretario de Cultura, porque dice que fueron cinco años y ocho meses, en distintos cargos, y que antes de ser funcionario pagó contribuciones en varias cajas previsionales. Confirma así lo esencial: que desde 1989 (cuando apenas pasaba los cincuenta años, mientras la jubilación ordinaria no se otorga a hombres de menos de 65) percibió el equivalente a 1,7 millón de pesos actuales, significativa contribución personal a la distribución del ingreso que propone el grupo Aurora.
Dice que es un embuste que su esposa usara auto y chofer oficiales y pregunta qué prueba tengo. Ya la mencioné en mi nota: el testimonio de su jefe, Carlos Gorostiza, quien hasta recuerda haberle hecho una advertencia por esa práctica republicana. Interrogado por “Perfil”, Goro no lo negó.
También afirma que su aporte a la educación fue el más original del mundo, que lo amenazaron por él con varios premios y que Alfonsín lo apoyaba con entusiasmo. Estas frases coinciden al milímetro con el relato del mismo Gorostiza sobre los informes de Aguinis al regresar de las actividades protocolares que le encantaban: “Estuve brillante”.
Escribí que en el diario “La Nación” compara a Kirchner con Hitler y considera antisemita cualquier cuestionamiento a las violaciones a los derechos humanos por el gobierno de Israel. Aguinis lo niega. Sólo remito a sus notas del 31 de julio de 2008 (“Psicología del tirano”) y del 23 de enero de este año (“Israel, judío entre las naciones”).
Aguinis anunció que “no me prestaré a seguir con un debate tan estéril. Mi atención es demandada por cosas más importantes”. Hombre prudente.
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