EL MUNDO › OPINION
› Por Juan Gabriel Tokatlian *
Todo indica que Estados Unidos podrá utilizar varias bases militares en Colombia. El acuerdo, a sellarse próximamente, se ha presentado en Bogotá como continuación y complemento de la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo, y en Washington como sustitución de la base de Manta, en Ecuador –que EE.UU. debe abandonar este año–, y como localizaciones para llevar a cabo “operaciones contingentes, logística y entrenamiento”, de acuerdo al lenguaje del Pentágono.
Visto desde la situación concreta de Colombia, no existe ningún interés nacional en juego en este tema: los avances del Estado frente a los distintos actores armados han sido relevantes; los vecinos ideológicamente más antagónicos no han usado ni amenazan usar la fuerza contra el país; los vecinos más comprensibles con la situación interna no agreden a Colombia ni insinúan hacerlo; las naciones de Sudamérica no han mostrado conductas oportunistas –avanzar sus propios objetivos en desmedro de los nacionales– contra Bogotá ni antes ni ahora; y el hemisferio en su conjunto está procurando dejar atrás la dinámica costosa y agresiva de la Guerra Fría.
Sin embargo, el nuevo compromiso bilateral puede analizarse y evaluarse desde otras perspectivas. Una de ellas es desde la óptica de Estados Unidos y desde el prisma de la geopolítica global y regional. En ese sentido, hay un conjunto de presupuestos básicos que no se han alterado con la llegada al gobierno del presidente Barack Obama.
- En las últimas dos décadas –y en particular, después del 11-S– se ha producido un desbalance notable entre el componente militar y el componente diplomático en la política exterior de Estados Unidos. La militarización de la estrategia internacional de Washington ha implicado un desproporcionado gasto en defensa –en relación con cualquier potencial adversario individual o hipotética coalición de desafiantes, y en comparación a lo destinado a la diplomacia convencional–, una desmesurada y peligrosa preponderancia burocrática en el proceso de toma de decisiones, y una ascendente autonomía frente a los civiles en la política pública del país.
- En ese contexto, desde mediados de los noventa el Comando Sur se ha ido transformando en el etnarca militar de Estados Unidos para el Caribe y América latina. Estacionado en la Florida, el Comando Sur tiende a comportarse como el principal interlocutor de los gobiernos del área y el articulador cardinal de la política exterior y de defensa estadounidense para la región. El perfil proconsular del Comando Sur se observa y comprueba mediante el análisis empírico del vasto conjunto de iniciativas, acciones, desembolsos, ejercicios, datos y manifestaciones que diseña y ejecuta en torno de las relaciones continentales. El restablecimiento de la IV Flota es apenas uno de los últimos indicadores de una ambiciosa expansión militar en la región que no contó con ningún cuestionamiento del Departamento de Estado ni de la Casa Blanca.
- En ese sentido, el uso de varias instalaciones militares en Colombia le facilita al Comando Sur lograr parte de su proyecto proconsular: ir facilitando –naturalizando– la aceptación en el área de un potencial Estado gendarme en el centro de América del Sur. El mensaje principal es para Brasil y no para Venezuela. Más allá de las coincidencias políticas y de negocios entre Brasilia y Washington, Estados Unidos buscará restringir al máximo la capacidad de Brasil en el terreno militar y buscará acrecentar su propia proyección de poder en la Amazonia.
Ahora bien, con una simple maniobra diplomática Estados Unidos demostró que el recientemente creado Consejo Sudamericano de Defensa (CSD) de inspiración brasileña es, hasta ahora, un tigre de papel. América del Sur, una región donde no existen amenazas letales a la seguridad estadounidense, no hay países que proliferen nuclearmente, no se divisan terroristas transnacionales de alcance global que operen contra intereses de Washington, es una de las más pacíficas del mundo, tiene regímenes democráticos en todos los países y posee, conjuntamente, un bajo nivel de antiamericanismo, no podrá discutir por qué Estados Unidos necesita usar bases militares de Colombia. Ni Bogotá acepta debatir el tema –y de allí el despliegue de diplomacia presidencial bilateral de estos días del presidente Alvaro Uribe– ni Washington necesita explicar su política a la región. En todo caso, el consejero de Seguridad Nacional de Estados Unidos, el general retirado James Jones (foto), ya visitó Brasilia y le informó al gobierno del presidente Lula la decisión de su gobierno.
En la medida en que América del Sur siga creando instituciones que no pueden abordar los temas centrales de la región, resultará evidente su nivel de fragmentación y su incapacidad de asumir los desafíos principales del área. Caracas y aun Brasilia pueden vivir con ello; para Argentina es funesto. Dado que Buenos Aires no es un interlocutor clave (ya sea por amistad u oposición) de Washington, carece de una visión estratégica desde hace años, ha perdido influencia en Sudamérica y no aporta a una mejor institucionalización regional. La situación del país es todavía más delicada: el fallido nacimiento del CSD es muy costoso para Argentina.
* Profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Di Tella y miembro del Club Político Argentino.
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