EL MUNDO › OPINIóN
› Por Eric Nepomuceno
Hubo fiesta en San Pablo, con discursos, lágrimas y aplausos: la senadora Marina Silva, figura mítica del Partido de los Trabajadores y de las causas ambientales en Brasil, oficializó el domingo 30 su ingreso en el Partido Verde, luego de casi tres décadas de militancia en la agrupación del presidente Lula da Silva. Más que la adhesión de un nombre de destaque a una sigla pequeña y de escasa representatividad, lo que se vio fue su postulación a las elecciones presidenciales del año que viene. Hubo más de mil invitados, entre ellos las inevitables estrellas de la tele, todo con amplia cobertura de prensa, inclusive un perfil elogioso en el New York Times. La candidata surge con buen aparato de marketing y con discurso escrito por un autor de autoayuda, relleno de frases de supuesto impacto y escaso contenido.
Ex ministra del Medio Ambiente de Lula, Marina Silva abandonó el puesto quejándose de la poca importancia dada por el gobierno a la cuestión ambiental. Hasta hoy, no se le conoce ninguna propuesta sobre lo que no sea el medio ambiente. Es y fue su tema exclusivo. Ahora se pasa al PV, de poco peso y confuso programa, un partido que oscila entre el purismo ambiental y el pragmatismo de algunos militantes, entre los cuales está un hijo del ex presidente José Sarney, cuya familia es blanco de denuncias de corrupción y abuso. Carente de bases políticas, con poquísimos recursos, presencia parlamentaria y administrativa apenas relativa, dispone de tiempo ínfimo en la propaganda electoral por televisión. Un partido incapaz de viabilizar una candidatura presidencial, pero al que no le faltarán ofertas de alianzas.
En concreto, lo que su nombre representa es una fisura significativa dentro del PT y del electorado de izquierda, y la posibilidad de que se produzca una interesante, aunque no decisiva, alteración en el cuadro político polarizado entre el partido de Lula y el PSDB del ex presidente Fernando Henrique Cardoso.
En que pese a su buena biografía, Marina Silva no tiene, hoy por hoy, posibilidades de sumar mucho más que 5 por ciento de los votos. No es, y difícilmente será, una alternativa real de alcanzar el poder. Pero es, desde luego, una alternativa al cuadro político brasileño, estático desde hace 14 años, cuando la llegada de Cardoso a la presidencia. En aquella época, Cardoso estableció la alianza de su partido con el derechista Frente Liberal (PFL). Con eso, se crearon dos grandes polos: de un lado, esa alianza de centroderecha. De otro, la izquierda, aglutinada alrededor del PT. En el medio, el ambiguo PMDB, mayor partido en número de parlamentarios y alcaldes, y que actúa dividido en bandos, aliándose ora con uno, ora con otro bloque, para estar siempre al lado del poder.
Luego de alcanzar su auge con Lula en la presidencia, esa polarización PT/ PSDB llegó a su límite. Prueba de eso es lo que ocurre en el Congreso, especialmente en el Senado, que vive una crisis permanente, vilipendiado por la opinión pública y distante de sus bases. Además de la clara distancia entre sociedad y partidos, saltó a la vista la debilidad de los dos bloques (el PT perdió sus supuestas y tan decantadas características y vive al remolque de Lula, el PSDB carece de militancia y no logra reformular su imagen neoliberal). A eso se agrega la degradación del PMDB, un péndulo en el cual nadie confía.
Lula, a pesar de su formidable popularidad, depende de una de las bandas del PMDB, quizá la peor. Estratega hábil y osado, lanzó como candidata a sucederlo a su ministra más poderosa, la ex militante armada Dilma Rousseff, sin tener en cuenta la opinión de su partido y arrollando otros posibles postulantes. Anticipó la disputa electoral, consolidó la polarización, arrinconó al PSDB y, dentro del PT, mantuvo el control político de su propia sucesión.
En ese cuadro surge la alternativa Marina Silva. Además de poner en jaque a un PT cada vez más alejado de su programa original y de las características que le dieron platea, trae para el debate el tema ambiental, lo que seguramente obligará a todos sus oponentes a incluirlo en la agenda electoral.
Podrá también poner en jaque al modelo agrario del país y al propio programa de desarrollo de Lula, cuyo eje es la infraestructura (ella defiende ferozmente que nuevos puertos, aeropuertos, ferrocarriles, usinas, carreteras, hidroeléctricas se sometan a un rígido control ambiental). Será un sacudón en un panorama ensombrecido.
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