Dom 25.10.2009

EL MUNDO  › ESCENARIO

Otro país

› Por Santiago O’Donnell

Uruguay está acá al lado pero es otro país. Ahora se vienen las elecciones y se nota la diferencia. El favorito, José Pepe Mujica, proviene de una fuerza política relativamente nueva pero de ninguna manera improvisada. El Frente Amplio fue creado en 1971, precede a la dictadura. Fue creciendo a partir de experiencias exitosas de gestión en la intendencia de Montevideo. Al mismo tiempo fue ganando aceptación en la opinión pública por apoyar políticas de Estado en momentos difíciles, como el apoyo parlamentario al plan de rescate financiero que el gobierno colorado de Batlle acordó con Washington para salir de la crisis del 2001.

Hace cuatro años, el Frente Amplio alcanzó la presidencia con su intendente exitoso, Tabaré Vázquez, que termina un gobierno también exitoso, con importantes aciertos sociales y educativos, una línea económica liberal bastante ortodoxa, y una política exterior de alineamiento con Estados Unidos.

Se trata de una coalición de partidos que abarca gran parte del arco del centro hacia la izquierda, desde la socialdemocracia hasta el comunismo, pasando por ex tupamaros y las distintas vertientes del socialismo. El candidato, Pepe Mujica, es un ex líder tupamaro.

A Vázquez ni se le ocurre presentarse para una reelección, aunque las encuestas digan que es el único candidato capaz de garantizar otro triunfo del Frente Amplio. Ni siquiera ha podido nombrar a su sucesor. El quería a otro candidato. El quería a Danilo Astori, su ministro de Economía.

Pero Astori se presentó a la interna y perdió. Esa interna estuvo precedida por los congresos partidarios y el congreso del Frente. En esos congresos se debatieron ideas, se hicieron críticas desde adentro y se pulió una plataforma partidaria a la que debían adherir los precandidatos. Entre los documentos se destacó el del veterano ex canciller Reynaldo Gargano, que planteó revitalizar la militancia de base con nuevas formas de hacer política, documento que tuvo amplia difusión en la prensa.

Mujica tuvo algunos desencuentros con Vázquez y con Astori por diferencias tanto ideológicas como de temperamento. Pero nunca estuvieron ni cerca del agravio personal, ni de la amenaza de ruptura. Sólo desacuerdos, planteados con respeto, siempre destacando que las diferencias se dan en un marco de amplias coincidencias, y siempre respetando los tiempos. Terminada la interna, Mujica y Astori se dieron un abrazo y armaron la fórmula. Después vino el abrazo entre Tabaré y Mujica el lunes antes de las elecciones (foto), ritual de pasaje que marcó la asunción de Mujica a la conducción del Frente y el final del ciclo liderado por Vázquez. Dos días más tarde, Mujica llamó al diálogo a la oposición para concertar una serie de acuerdos en educación, medio ambiente, energía y seguridad para el día después de las elecciones.

El principal opositor de Mujica es el ex presidente blanco Luis Alberto Lacalle, un hombre que se muestra afable, casi encantador en el programa de Mirtha. Mirtha le dice Cuqui y recuerda los amigos en común de Punta del Este, pero él es un tipo moderno, y cuenta que viene de estudiar los programas sociales del gobierno socialista chileno. Porque él no será ningún socialista, qué va, es liberal y privatista, como demostró en su presidencia anterior, pero se da cuenta de que algo pasó en el mundo con la caída de Wall Street y no se puede seguir con el versito de los mercados. Inversiones sí, apertura, pero también Estado: un blanco moderno.

Da gusto escucharlo llenar de elogios a su amigo, el presidente, el doctor Vázquez, y las iniciativas educativas del gobierno frenteamplista, como la de adjudicar una computadora a cada niño en edad escolar. No tanto cuando elogia el veto del doctor Vázquez a la ley del aborto que el propio oficialismo había impulsado. Pero da gusto ver a un político opositor elogiando a un presidente. Paola Juárez y Ari Paluch, invitados a la mesa de Mirtha, se lo hacen saber a Cuqui.

Tan suelto, tan desenvuelto está Cuqui en lo de Mirtha que termina mostrando, casi sin querer, su costado más desagradable. Fue cuando recordó el pasado tupamaro de Mujica y dijo que los tupamaros habían empezado con la violencia en Uruguay. Dijo que los tupamaros se habían dejado llenar la cabeza con las ideas de la Revolución Cubana, que la violencia guerrillera había provocado el golpe, que después asumieron los militares e hicieron lo que quisieron, y que dejaron las cosas igual o peor que antes. Con lo cual justificó el golpe del ’73, limitando el daño a un tema de gestión.

Tampoco fue muy feliz su referencia a un discurso de campaña donde dijo que había que cortar el gasto público con una motosierra. En lo de Mirtha no se retractó, sino que aclaró que ese recorte no saldría del gasto social. Pero dejó la frase flotando y contó como al pasar que ahora se saca fotos con motosierras, como si fuera un chiste, como si no supiera. Cuando se corta con motosierra mueren los pajaritos.

El tercer candidato se llama Pedro Bordaberry y es el hijo de Juan María Bordaberry, el presidente que se dio un autogolpe en 1973 para dar inicio a la dictadura uruguaya, hoy preso por su responsabilidad en crímenes de lesa humanidad cometidos durante esa dictadura.

El Partido Colorado viene atrás en las encuestas y Bordaberry hijo hace campaña bajo el slogan “Pedro” olvidándose del apellido, porque los colorados no quieren ser el partido de la dictadura. Menos ahora, que la Corte Suprema acaba de fallar en contra de la llamada Ley de Caducidad, una ley de impunidad para los crímenes de la dictadura.

A propósito, Vázquez recibió muchas críticas por no avanzar con la derogación de esa ley, pero él dijo que tenía que respetar su promesa de campaña de no derogarla. Eran otros tiempos y Vázquez y el propio Frente estaban convencidos de que nunca llegarían a la presidencia si no prometían respetar esa ley, que había sido ratificada en un plebiscito. Liberado de su compromiso con sus electores, hoy el Frente encabeza la campaña contra la ley en la calle y en el Congreso, con la opinión pública, ahora sí, más convencida de dar el paso para terminar con la impunidad.

Arde la Avenida 18 Julio, estalla la arteria principal de la capital uruguaya, rebosante de mesas y carteles de los distintos partidos políticos. En cada esquina se arma un debate, una discusión. El ágora funciona a pleno. La certeza de que los candidatos deben respetar las plataformas y los mandatos de sus partidos estimula el intercambio, la recolección de firmas, las campañas de información. Lo cuenta Facundo Martínez, que viene de cubrir la eliminatoria.

En cambio otras formas de hacer política brillan por su ausencia en la vecina Uruguay. La ayuda clientelar, por ejemplo. Este cronista pudo presenciar el reparto de alimentos en los barrios periféricos de Montevideo durante la crisis del 2001. Ni un político mostró su cara, mucho menos representantes de la Iglesia. Sólo agentes de la burocracia estatal sin banderas ni discursos de ocasión, cumpliendo con su trabajo.

También brilla por su ausencia en la campaña electoral un temita que venía dominando la agenda mediática en ambas orillas del Río de la Plata. El tema de las pasteras. Es quizás el más importante de los últimos años para Uruguay, por su significado para el modelo de desa-rrollo económico y su incidencia en la relación bilateral con la Argentina, su principal socio comercial.

Pero no es tema de campaña porque los tres candidatos están de acuerdo: las políticas de Estado no se discuten antes de una elección. La unidad de criterios alcanzada entre los candidatos se debe en gran parte a los asambleístas de Gualeguaychú, que mantienen cortado el puente internacional mientras el Tribunal de La Haya decide si las pasteras contaminan o no. Para la inmensa mayoría de los uruguayos, se trata de una presión inaceptable. Por eso los candidatos vienen a la Argentina para convencer a los inmigrantes uruguayos de que se tomen el día y vuelvan a su país para votar, pero ni locos aceptan reuniones o se dejan fotografiar con políticos argentinos.

Hoy se vienen las elecciones y el Frente Amplio tiene la oportunidad de consolidar en las urnas el avance de su proyecto político de centroizquierda, a la vez que renueva su liderazgo en medio de una campaña donde el debate de ideas primó sobre el escándalo y la chicana. Una campaña donde todos los sectores preservaron la figura del presidente. Una transición donde el presidente apostó a la continuidad del sistema por encima de todo y al proyecto del Frente Amplio por encima de su proyecto personal. Un país donde las conquistas sociales alcanzadas por el gobierno frentista están garantizadas por los propios candidatos de la oposición, porque ya pertenecen a todo el pueblo uruguayo.

Otro país, otra historia, otra gente. Acá nomás, cruzando el charco.

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