Dom 01.12.2002

EL MUNDO  › COMO ES LA COSTA DE KENIA, DONDE AL-QAIDA GOLPEO EN 1998 Y VOLVIO A HACERLO ESTA SEMANA

El paraíso de los turistas (y de los terroristas)

Mombasa, en la costa de Kenia sobre el Océano Indico, fue blanco esta semana de un doble atentado contra turistas israelíes que involucró un coche-bomba y el lanzamiento de dos misiles tierra-aire contra un avión. Kenia ya había sido blanco de Al-Qaida en 1998. Un conocedor cuenta aquí de qué se trata.

Por Giles Foden *

Esta es la corta estación lluviosa en la costa oriental swahili de Africa, que ocasiona vientos tumultuosos y ciclones tormentosos conocidos por los pescadores locales como el chamchela. A pesar de esto, y del paisaje estropeado por los numerosos hoteles que atienden a turistas occidentales, la costa sigue siendo un idilio terrenal. Fragante con especias y dulce de almendras molidas, es el tipo de lugar donde, sobre brillantes playas bordeadas con palmeras, uno puede llegar a creer que está en el paraíso. Por lo menos hasta que se encuentra con un ataque de Al-Qaida.
Si fue Al-Qaida. Un grupo previamente desconocido llamado el Ejército de Palestina se adjudicó la responsabilidad de los ataques del jueves. Todo lo que se puede decir con seguridad es que una amplia variedad de grupos palestinos jihadistas tienen nexos con el número dos de Osama Bin Laden, Ayman al-Zawahiri. Fue él quién organizó la matanza en Luxor en 1997, en que cerca de 70 turistas occidentales fueron rociados con fuego de ametralladora a la sombra de las pirámides. Los ataques de Mombasa y Bali parecen una continuación de la política que al-Zawahiri desarrolló en Luxor, que estableció a turistas como blancos legítimos y unió a Estados Unidos con Israel. “Si, el enemigo de Estados Unidos es el extremismo islámico –dijo en un comunicado justo antes de Luxor–, lo que significa la Jihad islámica contra la preeminencia de Estados Unidos, (la misma) Jihad islámica que se opone a la expansión judía”.
La costa swahili es un destino atractivo por motivos culturales, así como por sus arrecifes de corales, su agua traslúcida y todos esos adjetivos fatigados de la languidez tropical. Y esos motivos culturales tiene un peso en los temas que surgieron en la declaración de Zawahiri. En las calles laberínticas de la ciudad portuaria de Mombasa, se pueden visitar mezquitas y bazares y palacios en ruinas, testamentos de miles de años de interacción con Medio Oriente. Fue desde estas costas (sahel, convertido en swahili, significa costa en árabe) que el reino de Shaba encontró las riquezas llevadas a Salomón. La menor de sus conexiones con Osama Bin Laden, ese conocido saudita de origen yemenita, es que el reino de Shaba estaba basado en el Yemen moderno, donde un misil norteamericano recientemente cayó sobre algunos de sus amigos mientras andaban en el desierto en su automóvil.
¿Esa matanza representó un “éxito” en la guerra contra el terrorismo? ¿Los ataques de anteayer representan un “fracaso”? Es difícil medir estas cosas, hacer un cálculo de terrorismo y contraterrorismo, pero en este momento parece que las fuerzas de la civilización están firmemente en la defensiva. Mombasa misma ha visto el surgimiento y la caída de civilizaciones, y es desde las brasas de éstas últimas que el islam fundamentalista hizo crecer sus llamas. Durante miles de años los vientos monzones permitieron el tráfico entre el continente y el Golfo Arábigo. Fueron los monzones los que hicieron de Mombasa y el cercano Zanzíbar el último puesto de avanzada del comercio de esclavos. Acá, en el siglo XIX, los marinos árabes, europeos y norteamericanos conspiraban para evitar el control británico de la cruel red de comercio en el Océano Indico.
La marina británica llegó demasiado tarde para evitar el peor de los comercios de esclavos. Y lo mismo sucede con la policía global de nuestra era, enfrentada con un desafío parecido a la hidra de múltiples cabezas.
La última vez, los norteamericanos llegaron con fuerza. Lo que se conoce en los círculos de seguridad de Estados Unidos como un Fest, o equipo exterior de búsqueda de emergencia, llevado en un avión llamado C-17 Globemaster III, fue despachado para lidiar con la primera gran acción espectacular de Al-Qaida: el bombardeo simultáneo de dos embajadas de Estados Unidos una mañana de agosto de 1998. Los ataques tuvieron lugar en Nairobi, la capital de Kenya, y Dar-es-Sallam, de Tanzania, no lejos de la costa, en Mombasa. Eran principalmente agentes del FBI los que ocupabanlos asientos del Globemaster hace cuatro años. Usando trajes enterizos de Tyvek para evitar la contaminación, llevando bolsos precintables, especialistas forenses recogieron pruebas fragmentarias, en busca de los característicos agujeros y rajaduras que afectan al metal cercano a la fuente de una explosión. Más tarde, buscaron rastros de elementos, tratando de encontrar los residuos de químicos que pudieran dar una clave del origen de las armas.
Los agentes de investigación comenzaron la larga ronda de entrevistas con testigos y sospechosos, juntando material para la investigación, que llevó luego de un período de años a la captura de los culpables, un juicio en Nueva York y algo parecido a la justicia. Bueno, eso es lo que sucedió antes: el juicio de algunos de los responsables por los bombardeos de 1998 concluyó justo cuando los ataques del 11 de septiembre sacudieron a Estados Unidos, y a todos nosotros. Los argumentos de la defensa sostenían que los métodos usados por Estados Unidos, en conjunción con las autoridades locales, para reunir información en Kenia y en Tanzania, violaban los derechos humanos. La comunidad musulmana en ambos países fue puesta bajo presión y eso puede muy bien haber resultado un factor detrás de los ataques de ayer.
Durante el juicio, se supo que la célula durmiente que había planeado los ataques con camiones en 1998 tenía base en Mombasa, con la fachada del negocio de la pesca. Como el jueves, el método de ataque nuevamente consistió en un hombre que salió y provocó una pequeña explosión (granadas en Nairobi), mientras los otros se hacían volar en un vehículo, en una explosión mayor.
Mucho antes del 11 de septiembre, Estados Unidos sabía que estaba tratando con Al-Qaida: la observación se ha convertido en un comentario corriente en la materia. Lo que ahora parece sorprendente, al considerar un segundo ataque en la costa swahili, es que las agencias de inteligencia no pudieran evitarlo usando información obtenida en el área desde 1998, y presumiblemente con mayor intensidad desde el 11 de septiembre.
Si existe algún indicador por el que podamos juzgar el fracaso o el éxito de la guerra contra el terrorismo, debe ser éste. Han sido desplegados recursos masivos; se han entregado fondos a los gobiernos locales; las patrullas navales norteamericanas han estado recorriendo el Cuerno de Africa desde el año pasado. En parte tiene que ver con los temores de ataques a buques transportadores de petróleo. Otra razón es Somalía, la sureña línea costera que limita con Kenia y es uno de los lugares más anárquicos en el mundo: un fácil trampolín para alguien que quiere transportar misiles o explosivos.
La conexión somalí resonó con estos últimos ataques. El fiasco de la intervención estadounidense en la capital somalí, Mogadiscio, en 1993, implicó la caída de un helicóptero Black Hawk y la masacre de soldados estadounidenses por una turba enfurecida. En el momento, no pareció que tuviera algo que ver con Bin Laden, que entonces no era “conocido” en absoluto excepto para algunos pocos oficiales de la CIA y el gobierno saudita. El juicio de 1998 a los atacantes de la embajada, sin embargo, reveló que algunas células de Mombasa habían viajado cinco años atrás a Mogadiscio para fomentar disturbios y problemas. Uno de ellos estaba involucrado en el transporte de misiles de lanzables desde el hombro, del tipo que fueron usados contra el avión israelí esta semana.
La CIA usa ahora una técnica llamada análisis de patrón para comparar las acciones terroristas. A medida que emergen los detalles de los últimos ataques, es tentador aplicar tal análisis a la forma en que reciben los informes. Una de las preguntas que debería hacerse es la siguiente: ¿fue Al-Qaida? Otra es que ¿los autores eran locales o de afuera? Más aún: ¿fue obra de Bin Laden? Todas se basan en malas interpretaciones que están dificultando la guerra contra el terror y el análisis de ella. Al-Qaida no es un núcleo con un centro definido: es una especie de red, conafiliaciones laxas. Y opera con el principio de subsidiariedad, para tomar prestado un término usualmente asociado con la Unión Europea.
Yossef Bodansky, director del equipo antiterrorista del Congreso estadounidense, lo interpreta del siguiente modo: “Al-Qaida es una carpa grande sin paredes que sirve como un paraguas para todos los que piensan parecido. La estructura es vaga y frecuentemente de adaptación local para encajar con las condiciones locales. De esto se desprenden los problemas endémicos a los que nos enfrentamos para contrarrestarlos”. Autor del primer libro y aún la mejor biografía de Bin Laden (publicada por Prima Publishing en 1999, mucho antes del 11 de septiembre), Bodansky afirma que no cuenta con una frase para esas innumerables células y redes, sólo respeto profesional y un temor en aumento. “Ellos desafían todo el trabajo anterior de la inteligencia de Occidente que se usó para identificar las amenazas terroristas”.
El rol de Bin Laden es principalmente el de un inspirador, y uno de los modos en que inspira es el de concentrarse en los esfuerzos de propaganda en áreas como en Africa Oriental, Nigeria o Indonesia, donde ya hay tensiones entre cristianos y musulmanes. Hay una historia inflamable de ese tipo en la costa swahili, donde el problema es tan étnico como religioso. Variadas superposiciones de herencia arábiga y africana se combinan con el legado del imperialismo europeo en un verdadero caldo de brujas. Arabes y portugueses pelearon por la región desde 1503 hasta 1652. Una dinastía omani basada en Mombasa rigió la costa desde 1701, trasladándose a Zanzíbar en 1841. Las mezquitas en Zanzíbar y Mombasa han sido el centro intelectual de la islamización de Africa desde entonces. Desde 1886 a 1920, en el período temprano de la colonización británica, el Sultán de Oman, arrendó una franja costera, que incluía Mombasa, de la tierra principal. En 1964, tras la independencia y la sangrienta revolución, muchos árabes-africanos escaparon de Zanzíbar hacia Mombasa y Omán.
Un sitio web de extremismo islámico sobre la región da una buena idea del motivo por el que Al-Qaida puede contar con apoyo allí. Traza una línea directa desde el príncipe Enrique el navegante, el monarca portugués cuyas flotas fueron las primeras en llegar a la región desde Europa, hasta el ex presidente Julius Nyerere de Tanzania. Para Nyerere y sus sucesores, como para sus contrapartes keniatas, el Islam ha sido un tema espinoso, dado que la costa musulmana no se sentía apropiadamente representada, y a menudo era sujeta a un tratamiento brutal. Alegando diversas políticas de aniquilación –muchos musulmanes fueron golpeados hasta la muerte durante la revolución zanzíbar– asimilación y secularización, el autor del sitio de Internet señala que “estrategias similares fueron usadas con éxito por los católicos contra los musulmanes en las islas de Mindanao” –el área de Filipinas que es otro foco de la acción estadounidense contra Al-Qaida–.
Destinos de vacaciones como Filipinas, Bali y Mombasa son blancos fáciles, sus porosas fronteras permiten el fácil acceso de los operativos de Al-Qaida que buscan nexos con grupos locales. Esos lugares podrán ser “paraísos” para los turistas, pero para un atacante suicida esa palabra tiene un significado muy distinto. Este choque de significados lleva a temas de globalización que van más allá que la guerra contra el terror. Cada curso de acción que puede tomarse en la ofensiva parece terminar entrelazado con su origen. Quizás esta vez los batallones de investigadores que seguramente serán despachados en Mombasa miren dónde están pisando.

* Giles Foden es autor de una obra sobre los atentados de 1998 contra las embajadas estadounidenses en Kenia y Tanzania.
De The Guardian de Gran Bretaña, especial para Página/12.
Traducción: Mercedes López San Miguel.

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