EL MUNDO › OPINION
› Por Pablo Bonaparte *
La otra noche nos reunimos con amigos a cenar, con la excusa de ver las fotos de mis vacaciones en Cuba. “¿Y cómo están en Cuba?” Todo el mundo se ha formado opinión sobre el estado de la Revolución Cubana, ya sea por referencias, por haberla visitado o por tener algún amigo que paseó; y yo venía a ser el último, el que tenía los datos más frescos. Es maravilloso cómo todos creemos que sabemos algo, por tener un puñado de anécdotas.
Para los que fueron, o tienen conocidos que estuvieron después de la caída del bloque soviético (eufemísticamente llamado “Período Especial”), les sorprendió que ya no hubiera largas colas, que los turistas compartieran la misma espera que los cubanos y que éstos comieran todo el tiempo lechones asados, pizzas, etc., en restaurantes y en infinitos puestos callejeros o que pudieran entrar a los hoteles de turismo, y así. Para los que viajaron hace poco, el tema predominante es el atractivo que tienen ciertos aspectos del capitalismo para algunos cubanos. Los que venimos del capitalismo latinoamericano, poco más nos horrorizamos de esa atracción. Es que, ante nuestros ojos, los problemas que tenemos los argentinos son opuestos a los que tienen los cubanos. Garantizada la salud, la educación y el alimento, la gente vive con las puertas abiertas porque todos se conocen. Si alguien no tiene trabajo, la cuadra se moviliza para conseguir uno, o se reúnen los vecinos para advertir a la embarazada que no se hizo los controles (Cuba tiene una mortalidad infantil inferior a EE.UU.). “¿Sabés lo que pasa? –me dijo el quía–. Nadie tiene una zanahoria más grande que el capitalismo, aunque sean muy pocos los que lleguen alguna vez a alcanzarla.” Ahí me fui de la reunión porque empecé a volar con hortalizas. ¿Cuál es la papa? ¿Cuál sería la zanahoria cubana? ¿Qué condimento me falta para entender esto...? Y comencé a cocinar un puchero en mi cabeza.
El problema radica en la política cultural. La presencia permanente de las series y películas norteamericanas en la televisión cubana y el turismo, principal fuente de ingresos, va generando un sentido de normalidad acerca de las expectativas de vida que no pasan por lo consciente. Los deseos americanos y europeos se expresan por objetos, cosas, éxitos personales, posiciones sociales... Fue hace muy poco en un Congreso de Antropología, más precisamente en una mesa de etnografía de la clase media, donde advertí esto; en él me había avenido que la clase media argentina aparece referenciada como clase importante con posterioridad al ’55, a ojo de buen cubero esto significa que la clase que creó Perón fue la que lo echó. Recordé un reportaje que le hicieron acerca de por qué no revisó los contenidos escolares que mantenían las mentiras históricas de la historiografía oficial, y él respondió aquella vez: “Abrir un segundo frente en lo cultural y crear un foco de polémicas hubiese sido muy inoportuno y, tal vez, contraproducente”. Pero no abrirlo significó que la clase ascendente asumiera los valores de la clase que tenía más arriba.
La zanahoria cubana no ofrece autos lujosos, casas hermosas y envidia del vecino. Ofrece el pueblo más y mejor formado, los más solidarios. Una anomalía histórica de un continente sojuzgado. Pero para algunos de ellos esto no alcanza y prefieren saltar a la boca del lobo. No se diferencian de muchos argentinos, chilenos, venezolanos que fueron beneficiados con políticas de gobierno, pero que quieren cambiarlas sin tener el menor análisis de lo que pudiera venir. Asumen una actitud nacida del deseo individual sin responsabilizarse por el destino colectivo. El alimento cultural que ofrece una sociedad puede empobrecernos o enriquecernos. Sin dudas, la humanidad sería mucho más pobre si no existiera Cuba.
* Antropólogo, director del Mercado de Artesanías Tradicionales de la República Argentina (Matra).
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