Dom 07.02.2010

EL MUNDO  › OPINION

Ficción y realidad

› Por Mercedes López San Miguel

A lo largo de los once años que cumplió Hugo Chávez en el poder, nunca faltaron los que anunciaron el final del gobierno asumido como revolucionario. “La República Bolivariana se desmorona” (El País, 24 de febrero de 2002). Enfático titular de un artículo que describía: “La incertidumbre en las calles y en la arena política se trasladó a la economía”, publicado dos meses antes del golpe cívico-militar del 11 y 12 de abril. Tras esas jornadas, algunos medios venezolanos se apresuraron a sacar conclusiones. “Comentaba Sabato que los ideales nacen dulces y mueren feroces. No sé si la mala hora chavista nació dulce, pero vaya que murió feroz: protagonizó el capítulo de mayor infamia de toda la historia venezolana, con sus bandas armadas disparando valientemente y a discreción contra una multitud inerme.” (El Universal, de Venezuela, 13 de marzo de 2002). El mismo día en que Javier Brassesco escribía esas líneas, Chávez volvía al Palacio Miraflores.

En octubre de 2004, varios meses después de que Mario Vargas Llosa denunciara que el gobierno quería impedir la recolección de firmas para convocar a un referéndum revocatorio, Chávez ganaba la consulta con el 60 por ciento de los votos. “Los escritores, profesionales, técnicos, obreros y empleados, amas de casa y estudiantes y jubilados se movilizan por toda Venezuela para que la conjura gubernamental no frustre la esperanza que tenían depositada en el referéndum revocatorio” (nota publicada en diarios conservadores y liberales de España y América latina).

En 2007, el presidente perdió por primera y única vez una elección en un ajustadísimo resultado. Nuevamente hubo quienes vieron el final del socialismo del siglo XXI. “Adiós, Chávez; ganó el No. Tu proyecto de perpetuación en el poder fue rechazado” (El Universal de México, 3 de diciembre de 2007). Doce meses después, Chávez ganó un plebiscito similar. Desde hace un año, el proyecto chavista tiene problemas con la economía, agravada por la crisis energética que el mismo gobierno admite, aunque adjudique como única causa la sequía que afectó la represa que abastece la principal central hidroeléctrica.

No son pocos los que señalan que el gobierno no invirtió en la instalación de otras centrales energéticas. En concreto, no hubo una política que previniera la actual crisis, y a esto se suma que el plan de racionamiento de luz en Caracas arrancó tan mal que el gobierno debió suspenderlo, echar al ministro de Energía y hasta recibir ayuda técnica de Cuba. En el aire flota la pregunta de por qué Venezuela, siendo uno de los principales exportadores de petróleo del mundo, no aprovechó los años de bonanza que le brindaba el alto precio del barril del crudo.

Ante esta realidad, es esperable, como de hecho viene ocurriendo, un nuevo aluvión de anuncios mediáticos apocalípticos sobre el futuro del chavismo en Venezuela. También es esperable que la nueva tanda de analistas omita dar cuenta de los logros de Chávez, como el programa de asistencia sanitaria Barrio Adentro, los comedores escolares y las extendidas misiones de apoyo a los hogares más necesitados. Como resultado, disminuyó la pobreza y se eliminó el analfabetismo.

Nada se dirá tampoco sobre la oposición, que no hizo esfuerzos por sacarse de encima el desprestigio de décadas. Ante esa oposición carente de coherencia y de un discurso creíble Chávez exhortó a convocar un nuevo referéndum revocatorio de su mandato. Sin embargo, lo más probable es que oficialismo y oposición midan fuerzas en la elección del 26 septiembre, cuando se renueva la Asamblea Nacional (AN, congreso unicameral). De aquí a la primavera, Chávez bien podría evitar que haya más apagones, rescatar la economía y reestablecer los vínculos con parte de su base electoral. Ante la evidencia de sus malos pronósticos, los apocalípticos podrían darle un espacio a la duda.

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