Sáb 13.03.2010

EL MUNDO  › DECENAS DE MUERTOS EN UN ATAQUE DEL TALIBáN CONTRA UN BARRIO MILITAR EN LAHORE

Asaltaron un convoy del ejército en Pakistán

Los kamikazes se acercaron caminando a los vehículos del ejército en un barrio militar y detonaron sus explosivos cerca de un mercado abarrotado. La mayoría de las víctimas son civiles. Fue el atentado más grave sufrido por la ciudad.

Con un margen de pocos segundos de diferencia, dos atacantes suicidas se volaron por los aires ayer en un barrio militar de Lahore, en el este de Pakistán. Su objetivo: un convoy del Ejército. Pero en el doble atentado de ayer perdieron la vida al menos 48 personas, la mayor parte civiles. En la gran ciudad al este de Pakistán, hace cuatro días otro ataque similar, reivindicado por los talibán aliados de Al Qaida, había matado a 15 personas.

Mientras el mundo mira con creciente preocupación al vecino Afganistán, Pakistán sigue hundiéndose en la violencia. El gobierno de la potencia nuclear no logra controlar la ola de terror radical islamista y desde hace tiempo sólo puede observar con impotencia su expansión. La metrópolis de Lahore, cerca de la frontera con la India, se consideró durante mucho tiempo segura en comparación con las zonas del noroeste el país, donde la insurgencia se hizo fuerte tras la invasión estadounidense al vecino Afganistán. Pero desde hace algún tiempo la capital de la provincia de Punjab ya no puede considerarse tranquila. El atentado de ayer, ya reivindicado por los extremistas talibán, fue el más grave sufridopor la ciudad, aunque no el primero.

Los kamikazes se acercaron caminando a los vehículos del ejército en un barrio militar y detonaron sus explosivos en la proximidad de un mercado abarrotado, en momentos en que los transeúntes acudían a la gran plegaria musulmana de los viernes. “Hemos recuperado las cabezas de los dos kamikazes. Hubo un intervalo de 15 segundos entre las dos explosiones, su objetivo era un convoy de vehículos militares”, declaró el oficial de policía Chaudhry Mohamad Shafiq en declaraciones transmitidas en directo por las televisiones paquistaníes.

“Hubo 48 muertos y 134 heridos”, informó por su lado el jefe de la policía de la provincia de Punyab, Tariq Saleem Dogar. Un oficial de alto rango, que pidió el anonimato, dijo que entre los muertos había por lo menos ocho militares. “La primera explosión fue débil, se oyeron luego disparos de armas automáticas, e inmediatamente después otra explosión, potente”, refirió Mohamad Bilal, un hombre que acababa de sentarse a la mesa de un restaurante del mercado.

Unas horas después, cinco bombas de fabricación casera y poca potencia estallaron en el sector de Allamma Iqbal de Lahore, provocando daños menores y un movimiento de pánico, pero sin dejar víctimas.

El ministro del Interior, Rehman Malik, consideró que el atentado del lunes era una prueba de la debilidad de los insurgentes, que no tenían “ninguna posibilidad” contra las fuerzas de seguridad. El atentado de ayer no es lo único que pone en duda esa visión de Malik. El año pasado ya murieron decenas de personas en repetidos ataques. En octubre, un atentado dejó incluso más de 100 muertos.

Muchos actos de violencia extremista en Pakistán dejan un balance más sangriento que los de Afganistán. Y nada indica que pueda esperarse un retroceso de los ataques. También existen dudas sobre la seriedad de la lucha antiterrorista llevada adelante por las fuerzas paquistaníes, sobre todo en aquellos casos en los que el odio destructor de los extremistas se expande fuera del país, hacia objetivos en la India o en Afganistán.

Es cierto que el vicejefe de los talibán afganos, el mulá Abdul Ghani Baradar, fue detenido el mes pasado por fuerzas paquistaníes y estadounidenses en la ciudad portuaria de Karachi. Pero también lo es que el “segundo” del mulá Omar había vivido durante años en Pakistán sin ningún problema, como muchos otros líderes talibán afganos.

Desde suelo paquistaní siguen operando grupos terroristas como la red Hakkani, que ataca objetivos en Afganistán y tiene estrechos vínculos con Al-Qaida. También los extremistas paquistaníes que idearon la serie de atentados en Bombay en noviembre de 2008 siguen sin rendir cuentas en su país. Kabul y Nueva Delhi acusaron además a terroristas de Pakistán por ataques contra objetivos indios en Afganistán, como la embajada india en Kabul.

En realidad, el Ejército paquistaní luchó contra los talibán a medias –en el mejor de los casos– hasta que el problema comenzó a acumularse y salirse de control. Cuando los insurgentes extendieron su influencia cada vez a más distritos fuera de las regiones tribales que habían dominado hasta entonces, las fuerzas de seguridad pisaron el freno.

Desde entonces, los extremistas afrontan ofensivas militares a gran escala. Pero nadie cree en un final definitivo del problema a corto plazo.

Y aunque los rebeldes maten soldados y pongan bombas en las ciudades, los funcionarios paquistaníes no tienen ninguna duda de quién representa la mayor amenaza para el país: no son los talibán, sino la India, el vecino archienemigo.

El lunes pasado, un atacante suicida detonó un coche bomba frente a una comisaría y mató a 13 personas, en un atentado reivindicado por los talibán. También esta semana, milicianos islamistas atacaron una organización de ayuda humanitaria cristiana en el noroeste de Pakistán y mataron a seis empleados paquistaníes, mientras que una bomba causó cuatro muertos en la ciudad noroccidental de Peshawar.

Anoche, un líder religioso islámico, su hijo y dos colaboradores fueron asesinados a tiros en la sureña ciudad de Karachi, informó el canal de televisión paquistaní Geo TV. Entre los muertos figuraban el jefe de la organización Aalami Khatm-i-Naboowat, Molana Saeed Jalalpuri, y su hijo, Huzaifa Jalapuri.

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