Dom 21.03.2010

EL MUNDO  › ESCENARIO

Vía muerta

› Por Santiago O’Donnell

Difícil negar la lógica detrás de la sencilla explicación del primer ministro israelí: si hace 42 años que lo venimos haciendo, ¿por qué íbamos a parar ahora? Se refería, por supuesto, al anuncio de su gobierno de que va a construir 1600 viviendas en un barrio ultraortodoxo de Jerusalén del Este, territorio palestino ocupado en la Guerra de los Seis Días, de 1967. El anuncio concitó la condena de prácticamente todo el mundo, condena que el canciller israelí, siguiendo la misma lógica, tildó de “irracional”. ¿Y qué esperaban después de que los israelíes votaran un gobierno liderado por la derecha y la ultraderecha? ¿Que sea ese gobierno el que rompa la tradición colonialista, que se entregue mansamente a las exigencias de los palestinos y les sirva un Estado en bandeja?

Tampoco puede sorprender que los palestinos moderados que apuestan o apostaron a un acuerdo de paz se sientan defraudados y estafados, y que los palestinos islamistas retomen sus ataques contra civiles israelíes, pagando la muerte de un inmigrante tailandés con el bombardeo de seis ciudades de Gaza, preludio de la espiral de muerte y destrucción que seguramente sobrevendrá.

En todo caso el problema lo tienen Estados Unidos y su presidente Barack Obama, que por un lado se la pasa reafirmando su “alianza inquebrantable” con Israel, y por el otro prometió, en su famoso discurso de El Cairo, una nueva relación con el mundo musulmán. Según Obama esa nueva relación reemplazaría la doctrina de “Guerra al Terrorismo”, de su predecesor, partiendo de un acuerdo de paz en Medio Oriente que daría luz a un Estado palestino en los territorios ocupados.

Pero nada va a cambiar en Medio Oriente mientras la mayoría de los israelíes siga votando gobiernos conservadores e intransigentes, y la mayoría de los palestinos siga apoyando la idea de vengarse de Israel.

Esta semana Obama exigió que paren las construcciones en los territorios ocupados, que se discutan las fronteras del nuevo Estado palestino, o sea la retirada israelí, y que se negocie el status de Jerusalén del Este para que los palestinos puedan instalar allí la capital de su nuevo Estado. Los otros negociadores, que son Rusia, Europa y Naciones Unidas, dijeron lo mismo. Benjamin Netanyahu, el primer ministro israelí, contestó “minga”. Mejor dicho, contestó con más diplomacia que no puede hacer eso porque se le viene abajo el gobierno.

Obama tampoco puede ir más lejos. No puede poner en riesgo cuarenta y dos años de “alianza inquebrantable” entre Estados Unidos e Israel porque se le pudre el rancho a él. Los moderados de la Autoridad Palestina tampoco pueden enojarse del todo porque sin negociaciones de paz no tienen razón de ser y se los devoran los islamistas.

Entonces Estados Unidos, Israel y los palestinos moderados se ponen de acuerdo en bajar los decibeles y retomar las llamadas “conversaciones indirectas” a través del delegado de Obama, un franeleo que no puede llegar a ningún lado, pero sirve para cuidar las apariencias de los que juegan a negociar lo que en las condiciones actuales no tiene arreglo.

En medio del bolonqui aparece Lula. No se sabe si Lula quiere que lo nombren secretario general de las Naciones Unidas para arreglar el conflicto de Medio Oriente, o si quiere arreglar el conflicto de Medio Oriente para que lo nombren secretario general de las Naciones Unidas. Pero por ahí anda la cosa.

Lula tiene un plan: quiere ampliar la mesa de negociaciones para incluir a Irán y a los palestinos islamistas de Hamas.

Nuevos interlocutores, nuevas ideas, nuevas perspectivas para poner en marcha algo que pueda funcionar. Por eso apoya públicamente el programa nuclear iraní y manda a su canciller a Damasco para tomar contacto con el liderazgo de Hamas en el exilio.

Lo que no dice Lula, porque no vale la pena ahondar en esos detalles, es que quiere ampliar la mesa con dos enemigos de Israel. La intención declarada de Hamas y Teherán de destruir el Estado hebreo no parece un punto de partida auspicioso para una negociación de paz.

Lula no es tonto. Arranca la gira en Israel y se pone un kipá para visitar el Museo del Holocausto. Netanyahu tampoco es tonto y lo recibe bien, tranqui, sin excesivos honores, cumpliendo con el protocolo. Pero si Netanyahu no está dispuesto a darles bola en serio a Obama y a los palestinos moderados, difícil que atienda los planteos de Lula y los “nuevos interlocutores” islamistas y negacionistas. No importa: Lula queda instalado como negociador en Medio Oriente y Brasil como alternativa de poder a los Estados Unidos en esa región. Ganancia pura. Objetivo cumplido.

Lula es un optimista. En Brasil no se cansó de presentarse hasta que lo eligieron presidente. Ahora dice que el desacuerdo entre Estados Unidos e Israel puede ser bueno para la paz. Piensa que al restarles apoyo incondicional a los halcones, Washington altera el equilibrio de fuerzas en favor de los sectores más moderados de la inestable coalición que gobierna Israel. Ese gobierno está dominado por la derecha dura, empezando por Netanyahu (Likud) y siguiendo con su canciller neofascista Avigdor Lieberman, pero incluye a los laboristas de centroizquierda y deja afuera a los centristas de Kadima.

Claro que habría que aclarar, para precisar los términos “centro” y “centroizquierda” en el contexto israelí, que el representante laborista en el gobierno de Netanyahu es el mismo ministro de Defensa que hace un año y medio, cuando gobernaba Kadima, condujo la última invasión de Gaza, invasión condenada en Naciones Unidas por aberrantes violaciones a los derechos humanos.

No está mal que Lula exprese optimismo en una región donde ese bien escasea. Pero los sucesos de esta semana se pueden interpretar de otra manera. Da la impresión de que los palestinos se están cansando del franeleo y las promesas huecas de Obama mientras los israelíes siguen colonizando territorios ocupados. Da la impresión de que nuevamente están dispuestos a inmolarse tirando piedras a la policía israelí en Cisjordania y cohetes caseros contra civiles desde la Franja de Gaza.

Y qué duda cabe de que son acciones suicidas, invitaciones casi para que Israel despliegue todo su poderío militar contra los palestinos, indefensos en comparación, como viene sucediendo cada vez que estalla el conflicto.

Y qué duda cabe de que la esperable respuesta israelí generaría una nueva oleada de repudio internacional, que a su vez profundizaría el aislamiento diplomático del gobierno de Netanyahu, empujándolo más y más hacia la derecha chauvinista, alimentando una espiral bélica que cerraría las puertas a cualquier intento de paz, al erosionar la base de apoyo para los moderados de uno y otro lado.

Para que esta dinámica cambie tendría que pasar algo impensado, algo que sirva de disparador para un entendimiento entre israelíes y palestinos. Qué sé yo, por ejemplo un acercamiento entre Estados Unidos e Irán. Estados Unidos e Israel, ambos potencias nucleares, acusan a Irán de querer fabricar una bomba atómica. Rusia y China, dos países con poder de veto en Naciones Unidas, dicen que no les consta. El canciller ruso le dijo a la canciller estadounidense esta semana que la mejor manera de asegurarse de que Teherán use su energía nuclear con fines pacíficos es hacer lo que hace Rusia, que es construir las plantas nucleares de los iraníes para poder controlarlas in situ. En cambio Estados Unidos apuesta a voltear al régimen iraní vía Twitter, YouTube y la amenaza de sanciones que serán vetadas, e Israel apuesta a bombardear las instalaciones nucleares de Irán cuando llegue el momento apropiado.

Es difícil saber bien qué está pasando en Irán desde Occidente, pero no es descabellado pensar que la oposición moderada o antibelicista ha puesto en jaque al régimen revolucionario del Líder Supremo. Si esto es así, se abren posibilidades que antes no existían, sobre todo teniendo en cuenta la influencia de Irán en Irak y Afganistán, donde los estadounidenses necesitan desesperadamente que Teherán les dé una mano.

También se podría trabajar la relación con Turquía, que venía mediando un acuerdo entre Israel y Siria por las Alturas de Golán hasta que la invasión de Gaza pudrió las negociaciones. Desde entonces la relación entre Turquía y Occidente se tensó por el tema del genocidio armenio y por el demorado ingreso del país musulmán a la Unión Europea.

Pero el nudo del conflicto sigue ahí, en Medio Oriente. Muchas cosas cambiaron durante las últimas cuatro décadas. Egipto es hoy un vecino confiable. Irak fue ocupado. Israel amasó suficiente poderío militar como para no depender de ninguna potencia extranjera. Y se fue de Gaza aunque sea para asfixiarla. Hubo elecciones en Palestina y Palestina se partió en dos.

Demasiadas cosas pasaron como para que Netanyahu diga que todo está como entonces. Pero el nudo sigue ahí y nadie parece encontrarle la vuelta. Mientras israelíes y palestinos insistan con más de lo mismo no importará quién tiene razón, ni quién la empezó, ni quién es la víctima. Tampoco servirá de mucho lo que hagan los de afuera.

Si esto sigue así, el camino a la paz termina otra vez en vía muerta.

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