EL MUNDO › EL GOBIERNO FRANCéS BUSCA OCULTAR QUE LAS MEDIDAS DE AHORRO CORRESPONDEN A UN PLAN DE RIGOR
El presidente Sarkozy anunció el congelamiento de los gastos del Estado por tres años, al tiempo que anuló varios beneficios y ayudas sociales. La sociedad francesa está hastiada de la asimetría.
› Por Eduardo Febbro
Desde París
Algunos deben estar soñando con la hazaña de Toni Musulin. En estos tiempos donde la palabra “rigor” presupuestario muerde los dedos en los bolsillos cada vez que hay que pagar las compras en el supermercado, la historia del recaudador de caudales que se fugó con 13 millones de dólares puebla los sueños de muchos consumidores a la hora de intentar llenar la canasta familiar. Toni Musulin terminó entregándose a la policía con parte del botín, pero ello no le quita el estatuto al que lo izó su acto: Musulin es el ladrón más popular de Francia, en un país donde la gente ve cómo los ladrones del sistema financiero internacional ponen de rodillas a las economías europeas sin que ningún policía salga en su búsqueda. El gesto de Toni Musulin lo paga él sólo –fue condenado a tres años de cárcel–, pero la crisis que azotó a las Bolsas europeas e hizo tambalear el euro la van a pagar todos. En primer lugar, el Ejecutivo de Nicolas Sarkozy anunció el congelamiento de los gastos del Estado por un período de tres años, al tiempo que anuló varios beneficios y ayudas sociales. El gobierno busca por todos los medios ocultar que esas medidas de ahorro corresponden a un plan de rigor encubierto, pero la palabra y su impacto ya es un tema de profuso debate en el seno de la derecha gobernante.
El presidente francés negó que las medidas adelantadas luego del astronómico plan de rescate europeo adoptado el fin de semana pasado –750.000 millones de euros– signifiquen una “inflexión” de su política económica. Sin embargo, varios líderes de su propia mayoría ironizaron con la obstinación oficial a negarse a admitir un hecho consumado. La palabra “rigor” es un tabú, un pecado, una falta imperdonable. Los objetivos que se fijó el gobierno no permiten evitar usar ese término. El Ejecutivo quiere ahorrar en dos años la módica suma de 5000 millones de euros. Pero eso se llama “hacer economías” y, al parecer, no es lo mismo que el rigor presupuestario. Por curioso que resulte, el empleo del término rigor desencadenó una batalla semántica dentro de la derecha. Dos ex primeros ministros, Dominique de Villepin y Alain Juppé, fueron los primeros en pronunciar el vocablo maldito. Ambos, es cierto, son rivales de Sarkozy. Más polémica fue la intervención de Jean-François Copé, el ofensivo jefe del partido presidencial UMP en la Asamblea Nacional. Copé dijo: “Yo utilizaría la palabra rigor”. De inmediato, los electrones del Palacio Presidencial se pusieron en actividad para hacer desaparecer esa palabra incómoda con la cual, pese a todo, Francia se acuesta y se levanta cada día. Frédéric Lefevre, portavoz de la UMP, explicó que él no emplearía “la palabra rigor porque, en este caso, el gobierno eligió reducir el gasto público y no aumentar los impuestos”.
Esta querella semántica en pleno tsunami financiero no es más que un capítulo más de la ofensiva del campo conservador contra una de las medidas emblemáticas del presidente Sarkozy: el escudo fiscal. Como su nombre lo deja adivinar, este dispositivo evita que ciertas categorías socio-profesionales paguen más del 50 por ciento de sus ganancias en impuestos. En medio del marasmo en el que los operadores del sistema financiero dejaron al planeta, la idea de que existe un escudo fiscal que sólo beneficia a los ricos es por demás incongruente. Esta medida, impopular y reprobada por la oposición socialista, ha logrado unir contra ella un sólido coro de parlamentarios, ministros y líderes de la derecha. El escudo fiscal borró la frontera entre izquierda y derecha y sus enemigos más sólidos están en el campo de Nicolas Sarkozy. La crisis hace milagros: convierte a un ladrón en héroe nacional, a los auténticos estafadores en millonarios impunes y a parte de la derecha liberal francesa en fuerza de choque contra una medida dictada por el mismo sector ideológico al que esa fuerza pertenece.
El debate sobre el escudo fiscal empezó hace varios meses, pero la descomposición de Europa a raíz de la crisis griega y de la acción masiva de los especuladores lo reactualizó con acentos agresivos. Pierre Lélouche, el secretario de Estado para los Asuntos Europeos, expresó a título “personal” su deseo de que el escudo fiscal se ponga en tela de juicio a fin de que las personas que tienen ganancias elevadas contribuyan a la reforma del sistema de pensiones. La lista de “atacantes” del escudo fiscal se extendió con los días hasta que, al fin, el gobierno salió a precisar que ese emblema del sarkozysmo no sería tocado: Eric Woerth, el actual ministro de Trabajo, dijo que el escudo fiscal era un “elemento importante de la competitividad francesa”. A su vez, el ministro de Educación, Luc Chatel, descartó cualquier modificación de ese dispositivo porque es “una cuestión de principio y de filosofía presupuestaria”.
Escudo fiscal, déficit públicos, impacto de las crisis –2008 y 2010–, reforma del sistema de pensiones, desempleo, crecimiento bloqueado, los tiempos que se avecinan son tanto más duros para Sarkozy cuanto que muchos de los dardos más envenenados provienen de su propio partido. No se puede ocultar que las dos crisis representan un golpe sólido. Ya asfixiada por la hecatombe de 2007, por el aumento de los precios de los productos de primera necesidad, por el desempleo, el cierre de empresas, los exorbitantes precios del inmobiliario, Francia camina sobre arenas sociales movedizas.
En Francia, el malhumor es un dato peligroso. La sociedad está hastiada de la asimetría. Las crisis corrieron el telón de la intriga: los operadores financieros ya no están más en la sombra, tienen nombre y apellido, actúan casi en directo y nadie parece dispuesto a poner fin a la fiesta. Ello contrasta con la rudeza de las realidades de la gente común y con el ensañamiento con que el sistema les cae encima ante cualquier paso en falso. Por ello Toni Musulin se ha vuelto una suerte de héroe. El pasado 11 de noviembre, Musulin se entregó con una calma budista a la policía y devolvió el botín, en fin, no todo. Faltan más de dos millones de euros. La fiscalía sospecha que Toni Musulin hizo un cálculo hábil: se entregó cuando vio que estaba acorralado y guardó en lugar seguro sus dos millones de euros porque sabía que la pena a la que sería condenado no podría exceder los cuatro años. Musulin actuó sin violencia y ello lo exime de sentencias duras. Le cayeron apenas tres años. Con buena conducta y algunas argucias, saldrá antes. Si escondió la plata nadie le reprochará su plan. Hay una sólida mayoría que se arrepiente de no haber hecho lo mismo.
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