EL MUNDO › ESCENARIO
› Por Santiago O’Donnell
La bomba que tiró Uribe en la sede de la Organización de Estados Americanos resultó ser una bombita de mal olor. “El show uribista resultó bastante precario. Más de dos horas de bla bla bla mostrando fotos que podrían ser de cualquier lado, a lo Colin Powell, con ese estilo berreta del Departamento de Estado. A los embajadores se los veía molestos por la longitud de la presentación y la inocencia de las fotos”, contó un funcionario del organismo que presenció la sesión.
Pero el daño ya estaba hecho. Ante la provocación uribista, Chávez respondió como de costumbre, escalando, y mandó a su embajador a formalizar la ruptura de las relaciones entre Venezuela y Colombia en la sede misma del organismo multilateral. “Este es un lugar para firmar tratados de paz, no para romper relaciones”, se lamentó un diplomático con trayectoria en el organismo. Se lo escuchaba molesto con el show colombiano-estadounidense, pero al mismo tiempo reconocía errores de manejo del chileno Insulza, el secretario general de la OEA, ante la previsible sobreactuación de Chávez.
“Tendría que haber pateado la pelota afuera, llamar a consultas, pedir un cuarto intermedio, cualquier excusa para estirar diez días hasta que se vaya Uribe. Los venezolanos ya venían con la instrucción de romper relaciones, la OEA tendría que haberlo sabido de antemano y hacer gestiones para que lo hagan por fuera de la OEA, para preservar la institución.”
Pero no: por algo la OEA está en Washington y los estadounidenses hicieron sentir que jugaban de locales y presionaron fuerte a Insulza con el apoyo de Canadá para que Uribe tuviera su pataleta de despedida en la sesión extraordinaria del jueves pasado. Y el State Department se encargó de darle el toque hollywoodense clase B al show del embajador Hoyos. Para cumplir la misión encomendada, el diplomático colombiano debió rebajarse a decir que los guerrilleros iban a Venezuela a “descansar y ponerse gorditos” y cosas por el estilo, mientras pasaban fotos que mostraban a cuadros de las FARC tomando cerveza en la playa o bañándose en un río. Como si la frontera venezolana fuera una sucesión de bases de “R&R”, esas que usan los soldados yanquis para emborracharse e irse de putas con un permiso de dos semanas antes de volver a la guerra. Guión con sello de un Departamento de Estado cuya sección latinoamericana, por lo menos, parece copada por los dinosaurios de derecha nostálgica, sin que el subsecretario Valenzuela, tan apto para la discusión teórica, logre o intente imponer políticas más acordes con la prédica, o a esta altura más bien la retórica, de Obama.
Argentina, Brasil y los países del ALBA hicieron todo lo posible para evitar la reunión. A Ecuador el chiste le costó la renuncia de su embajador en el organismo, ya que al parecer Correa perdió la paciencia y dijo algunas cosas de más. Se entiende: Quito ya padeció el juego de Uribe de tirar la piedra, esconder la mano, victimizarse y pasar a la ofensiva con pruebas de cuarta avaladas por expertos militares que hablan inglés.
Esta vez el tema arrancó con una cordial invitación del presidente electo Santos para que Chávez estuviera presente en su asunción dentro de dos semanas, gesto que llevaba implícita una propuesta de relanzar las relaciones e intentar por enésima vez dejar atrás las fricciones del pasado reciente, propuesta que el mandatario venezolano acogió de buena manera. Y eso que Santos, ex ministro de Defensa de Uribe, procesado en Ecuador por bombardeo, era hasta hace unos días el blanco preferido de los dardos verbales del líder bolivariano.
Uribe, que al parecer no había dado su beneplácito, respondió con una catarata de insultos y agravios hacia su colega venezolano. Chávez no dejó pasar la invitación a hacer demagogia nacionalista para la tribuna interna y respondió indignado retirando a su embajador y cancelando su visita a la asunción de Santos. Es todo lo que necesitó Uribe para cantar retruco en el campeonato de demagogia y, azuzado por los dinosaurios del State Department, exigió la reunión en la OEA para salpicar con su bombita de olor a diplomáticos acostumbrados a los buenos modales.
Aquí los caminos se bifurcan. Hay quienes dicen que se trató de una jugada genial de Uribe para posicionar a su delfín Santos, un duro si los hay, como el bueno de la película que perdona a Chávez y consigue la paz. Otros dicen que la iniciativa de Santos de acercarse a Chávez sorprendió y descolocó a Uribe, y que por eso el presidente saliente provocó la pelea. Habría que indagar en la psiquis del caudillo colombiano con aspiraciones autocráticas para entender su estado de ánimo a pocos días de perder buena parte de su poder, después de una compra de congresistas para habilitar su reelección y su frustrado intento de rerreelección, que de tan antirrepublicano chocó con la negativa de su aliado carnal, amén de un fallo de la Corte Electoral colombiana.
Lo que queda clarísimo después de la exposición del excelentísimo embajador de Colombia ante la OEA es que no había ninguna razón de política externa, ningún indicio de ataque inminente, que justificara la actitud de un “pato cojo” como Uribe de provocar una crisis internacional que repercutió en el mundo, y que retrotrajo a la OEA a sus tiempos menos felices de tutela imperial.
Porque es obvio que las guerrillas colombianas tienen presencia en Venezuela. Basta recordar que Uribe aceptó una mediación de Chávez con las FARC. ¿Cómo se tejen esos contactos? ¿Cómo se hace para dialogar cara a cara con un guerrillero sin extenderle un salvoconducto para que pueda venir? Pero ojo, también hay presencia de las guerrillas colombianas en Ecuador y Brasil. Pequeño detalle: las guerrillas colombianas trafican cocaína y heroína a gran escala. Ninguna frontera de Sudamérica es impermeable al narcotráfico. Pregunten en Salta. O en Misiones.
Entonces los vecinos de Colombia deben negociar con las guerrillas para que limiten su actuación fronteras afuera al rubro comercial. Esto se hace a través de la diplomacia, facilitando la presencia de algún embajador en las sombras que ejerza la representación de la empresa narcomilitar. Esa clase de arreglos requiere cierta tolerancia con lo que pueda pasar en parajes remotos que ningún Estado controla. Todo esto lo saben de memoria los embajadores que dieron marco institucional al cuento de Hoyos en la OEA.
A esta altura habría que aclarar que más allá de la retórica belicista de Chávez, el movimiento de tropas en la frontera y los comunicados de ocasión llamando a la calma, nadie cree que la cosa pase a mayores. Ni siquiera Chávez está tan loco como para atacar a un poderoso ejército, encima movilizado y en combate, como lo es el colombiano. Y Venezuela tiene lo suyo: no es ni por asomo un país tan indefenso como Ecuador. Hasta Uribe y Santos entienden la diferencia.
Por eso no bien se había anunciado la ruptura ya estaba en marcha el operativo reencuentro, y mientras tanto los pasos fronterizos siguen abiertos al comercio por voluntad de los dos países.
El tropiezo de la OEA es ganancia pura para la Unasur. Néstor Kirchner tiene prácticamente garantizado un debut exitoso como presidente del bloque y gestor de la reconciliación, con visitas agendadas en Miraflores y Nariño en medio de la pelea. Chávez quiere arreglar porque la economía venezolana no aguanta sin venderle a Colombia y para darle un impulso al liderazgo de su aliado y socio comercial argentino. Uribe quiere arreglar porque la economía colombiana necesita crecer con energía venezolana y porque si no arregla esta semana Santos arregla la semana que viene y él queda pintado.
Mientras tanto habrá que taparse las narices, abrir las ventanas y esperar.
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