Desde Medellín

En Colombia, mientras diplomáticos de todo el continente se esforzaban por suavizar la tensión con Venezuela, el ambiente fue de lo más tranquilo. A Uribe, que empezó el revolcón con denuncias de la semana pasada ante la OEA sobre supuesta protección de guerrilla en el país vecino, el conflicto internacional no le quitó el sueño. Su enojo del día, uno de los más duros de sus ocho años de gobierno, sorprendentemente no tuvo que ver con Chávez. A excepción de la frontera donde se sienten los efectos de vivir con la amenaza de fusiles extranjeros, se notó amplia la confianza en que el actual conflicto con el socialista Hugo Chávez se resolverá a favor de los colombianos.

El episodio de ayer, la cumbre de Unasur, fue apenas una reunión más para Uribe que ni siquiera se molestó por “El Piojo, las mentiras de Uribito”, el folleto anónimo que circuló durante el encuentro de cancilleres en Quito. En Bogotá, la Justicia ordenó investigar a uno de sus hijos, siempre defensor de la honra familiar, incluso cuando sus primos son investigados por “mafiosos”, esto fue más grave que cualquier reacción latinoamericana. El gobierno que está a punto de terminar, el que llega el 7 de agosto y hasta la oposición se mostraron seguros de que, más allá de desprestigiar las denuncias de Alvaro Uribe sobre más de 80 campamentos de 1500 rebeldes en tierras venezolanas, lo de ayer es un logro del saliente jefe de Estado. “El objetivo del gobierno colombiano es que la comunidad internacional tome cartas en el asunto. Entonces, este escenario ya es una ganancia para Colombia”, opina Jorge Giraldo.

Para este analista, político y profesor de la Universidad Eafit, el interés de Uribe en reventar el escándalo, aun cuando le quedan solo ocho días en Palacio, tuvo una razón elemental: “Hoy hay una especie de excepcionalidad sudamericana: en ninguna parte del mundo se tolera que los estados sean pasivos frente a hechos con grupos armados no estatales que desde su territorio puedan agredir a otro Estado”. Que Uribe deje escrito en la historia que logró advertir al mundo, aunque fuera a último momento, de la supuesta complicidad de Venezuela con la insurgencia colombiana, es, para el sector uribista, una muestra más de la firmeza que lo caracteriza.

Con el actual enfrentamiento con Chávez, “Uribe en la única que queda mal es en el Palacio de Miraflores. Del resto queda como un rey. En la opinión pública colombiana queda claro que esto es un alegato justificado”, le dijo Giraldo a este diario. En otros sectores, la sensación que queda es de un presidente desesperado por permanecer en la agenda cuando ya no sea suyo el Palacio de Nariño. Entre tanto, sus funcionarios también próximos a desaparecer se enfrentan con los nuevos ministros nombrados por el presidente electo, Juan Manuel Santos, quien hoy termina su gira americana caracterizada por el silencio frente al conflicto con Venezuela.

Ayer, Santos decidió que su jefe de campaña presidencial, el liberal Rodrigo Rivera, será el nuevo ministro de defensa. Germán Vargas Lleras, director del partido Cambio Radical y tercero en los comicios presidenciales pasados, será el ministro del Interior y la Justicia.

Una imagen favorable del 75 por ciento al terminar su mandato se la lleva Uribe para el recuerdo, como no su vicepresidente Francisco Santos, primo del próximo jefe de Estado, cuestionado por meter la pata a lo largo del mandato. Su última, en plena disputa con Venezuela, fue molestarse ayer con los nombramientos de su familiar. Pero a Santos, que de país en país sonríe sin miserias para la prensa internacional, lo tienen sin cuidado las críticas de sus ex compañeros de gabinete. Y hasta lo favorece el líder de la oposición, Gustavo Petro, del Polo Democrático Alternativo, que desde lejos aplaudió sus nombramientos calificándolos de “inteligentes”. “A Santos le quedan las mejores condiciones para empezar su gobierno”, es la reflexión de Jorge Giraldo. “Uribe quebró los huevos y Santos va a hacer la tortilla.”